
Víctor Gómez Pin
Pues no es verdad que ante el imaginario de la muerte todos estemos cortados por el mismo patrón. Una imagen de la propia muerte para uno serena puede constituir para otro objeto de insoportable fobia. Cabe el espanto ante la idea de esperar el transcurso de los minutos hasta que el barbitúrico haga su efecto, en cuyo caso no será este en ningún caso el método adoptado por el potencial suicida, que quizás se halle más dispuesto a precipitarse desde la cima de un acantilado. Muy probablemente son más los que prefieren el somnífero, pero en todo caso, como no cabe prohibir el acceso a acantilados… se prohíbe el acceso al frasco de barbitúricos, lo que supone desde luego una suerte de comparativo agravio para quien es, por ejemplo, víctima de fantasmas de mutilación.
Leo que la evocada institución suiza Dignitas se ve abocada al uso de una bolsa de hielo en la que se introduce la cabeza de los "pacientes", quienes al parecer se agitan espasmódicamente durante varios minutos antes de encontrar la muerte. ¿Razón de este recurso cruel? "porque sus reservas de pentobarbital han sido bloqueadas por las autoridades" explica un responsable de una institución análoga llamada EXIT. Si en la "liberal" (en esta materia) Suiza una institución reconocida se ve limitada de esta forma, piénsese en las posibilidades que tiene en nuestro país (como en Italia o Francia) un ciudadano sin vínculo alguno con el cuerpo médico o farmacéutico para hacerse con las píldoras cuya mera posesión le conferiría ya una cierta tranquilidad.
Unos niegan el derecho a morir en base a que el Creador sería dueño de nuestras vidas, otros lo otorgan sólo cuando la vida carece de fertilidad y sentido. ¿Quien debemos en este último caso considerar como propietario de nuestras vidas? ¿La Familia? tengamos o no familia con minúscula ¿La Patria acaso? nos sintamos o no patriotas ¿O quizás se trate de una suerte de posicionamiento filosófico en el que se considera que nadie en aceptables condiciones físicas y sano juicio puede realmente desear su propia muerte?
Muchos han afirmado con sólidos argumentos tal tesis, que conduce inevitablemente a proyectar una suerte de desconfianza sobre la auténtica motivación de aquel que, cualesquiera que sean las razones, se dice a sí mismo que desea acabar con su vida. El sujeto sentiría en lo profundo la imposibilidad de dejar de estar presente, y así su decisión de morir sería de alguna manera un farol, farol ante sí mismo, pero farol al fin y al cabo. Dentro de unos días volveré con detalle sobre este asunto.