Vicente Molina Foix
Antes de escribir, esta misma semana, acabado el rodaje de la película, el texto prometido a raíz de la polémica surgida por mi artículo de la revista ‘Tiempo’ llamado ‘Dibujos animados’, anticipo hoy la primera réplica urgente que se publicó -en un amplio dossier dedicado al asunto por la propia revista en su número del pasado 2 de octubre- a fin de que se conozcan todos mis pasos en este asunto.
Fobias y amores locos
Escribo este artículo, siguiendo la muy razonable petición de ‘Tiempo’, para tratar de explicarme ante aquellas personas que, en un número sorprendentemente elevado, se han sentido ofendidas por mi artículo ‘Dibujos animados’. Y escribo, por desgracia, para una minoría, pues, junto a la legítima argumentación razonada de una queja o un rechazo a mi texto, lo predominante en esas ofendidas reacciones ha sido la expresión de un grotesco fanatismo propio de secta de iluminados. Por fortuna sé de sobra que los amantes del cómic, la historieta y el cine de animación ni mucho menos son todos de esa baja calidad. Reitero aquí que no aprecio tales formas de expresión, pero me precio de tener entre mis mejores amigos a entusiastas del cómic, como, por ejemplo, el filósofo Fernando Savater, la poeta y profesora Ana Merino o el poeta Luis Alberto de Cuenca, sin olvidarme del inolvidable Terenci Moix, autor de uno de los primeros ensayos serios sobre la materia, que leí en su día y conservo anotado, con la dedicatoria del autor, en mi biblioteca.
No me gustan las películas de animación (dediqué un capítulo de mi reciente libro ‘El cine de las sábanas húmedas’ al porqué) ni tengo ‘feeling’ por la historieta, que conozco (sin seguirla religiosamente al día, eso no) más de lo que piensan algunos de mis indignados replicantes. Pero ¿por qué tanta saña sobre un artículo de 40 líneas? Cuando uno escribe en periódicos, como yo lo hago regularmente desde hace 40 años, la vehemencia puede a veces ser un instrumento para iniciar una polémica; haciendo un recuento rápido, recuerdo haber escrito, sin ser yo un columnista del género ‘killer’, textos más abrasivos que ‘Dibujos animados’ contra, por ejemplo, el teatro del celebrado director Pandur (al que prefiero llamar ‘Pladur’), el cine del iraní Kiarostami y el flamenco, éste último en estas mismas páginas. Eran artículos que reflejaban mis gustos y trataban de expresar una disidencia sin pretender -al contrario que muchos de los que ahora me han contestado en cartas y foros- boicotear, prohibir ni atentar contra la existencia de ninguno de ellos. Mi único ‘delito’ en todos estos casos está hoy por hoy amparado por la ley y es además incruento, pues no sale del campo del juicio estético; Kiarostami sigue imparable su carrera de honores internacionales y el cómic goza de excelente salud, realizado, publicado, leído masivamente y premiado.
De igual modo, cuando alguien desprecia olímpicamente, con el inevitable defecto de la generalización en que incurrí, "el cine francés", "la ópera" o "el arte conceptual", yo, deplorando esa actitud, no empuño las armas ni pido cabezas; algunas de ellas son cabezas queridas. Está, por otro lado, la escala de valores artísticos, y en ese sentido creo sinceramente que Ionesco o Boris Vian se merecen más conmemoración que Astérix, del mismo modo que pienso que la avalancha mediática a favor del mundo del cómic no tiene su correspondencia en el tratamiento de la videocreación o la música clásica contemporánea, terrenos que a mí me interesan muchísimo más.
Cuando leí el viernes 18 mi artículo ya publicado en ‘Tiempo’ (lo había escrito con anticipación, para no mezclarlo con el rodaje de mi película ‘El dios de madera’), me pareció que había dos pasajes desproporcionados. Uno es la comparación filatélica, y por ella pido disculpa, pues es claramente injusta, aun como ironía. También iba a disculparme por la frase del "escaso aprovechamiento", pero ahora, al leer los comentarios más cafres (Tiempo ha publicado sólo cartas comedidas en su "Buzón" impreso) que me han llegado lo reconsidero. En gente de mucha valía intelectual (el reciente y tristemente desaparecido Juan Antonio Ramírez, cuyos estudios sobre el cómic y la arquitectura fílmica me apasionan, es uno de ellos) la frecuentación de la historieta no causa daños colaterales; en otros, por desgracia, parece fomentar la zafiedad y la tontuna.