Vicente Molina Foix
‘Brooklyn’ es una novela de viajeros y también del temor a salir de casa y abandonar el cálido mundo de la rutina familiar y las certezas acumuladas por la costumbre. En todos los trayectos -y en las dudas y en las angustias que causan- el lector acompaña a Eilis Lacey, la joven protagonista magistralmente convertida por Tóibín en un espejo de realidades contrapuestas, y con ella salta desde la pequeña población de Enniscorthy, en el condado irlandés de Wexford, hasta Nueva York. Uno de los encantos de la novela es que ese lector compañero de viaje, si no lo sabe de antemano por alguna reseña, ignora cuándo suceden los hechos relatados. ¿El siglo XIX, la segunda o tercera década del XX? Sólo al llegar a la página 154 una mención al Holocausto nazi nos pone sobre aviso de lo que podremos confirmar en la segunda mitad por ciertas alusiones musicales y cinematográficas: la acción de ‘Brooklyn’ se desarrolla en los primeros años 1950, aunque la parsimonia de las relaciones, el predominio de la comunicación postal entre los personajes, la duración infinita de los viajes marítimos y el marco de una religiosidad tradicional nos indican en todo momento la persistencia de unos valores y usos decimonónicos. De ese modo sutil, casi imperceptible, Tóibín ya crea un primer círculo de interés narrativo, de intriga se podría decir, que no decae en ninguna de las cuatro partes de esta hermosa, serena y a menudo emocionante novela.
Aunque el libro anterior a ‘Brooklyn’ sea la estupenda (e inexplicablemente inédita en castellano) colección de cuentos ‘Mothers and Sons’, es inevitable señalar una cierta impronta ‘jamesiana’ en un autor que no sólo hizo de Henry James el protagonista de ‘El maestro’ (su obra maestra narrativa al lado de ‘The Story of the Night’, tampoco que yo sepa traducida) y prologó un volumen de relatos neoyorkinos del novelista norteamericano sino que, sobre todo, le ha leído sabia y provechosamente, sacando de él -como todo escritor con o sin la ansiedad de las influencias saca de sus grandes predecesores- utillaje, concepto, prioridades, sin por ello perder el timbre de una voz propia. En ‘Brooklyn’ está el gusto por la comedia (no pocas veces dramática) de costumbres sociales, así como esa recurrencia de los desterrados voluntarios en doble dirección entre Europa y América que James hizo suya, reinterpretadas por Tóibín en una historia de formación y descubrimientos encarnados en la figura femenina de Eilis Lacey. Eilis es el centro y conducto de la novela, pero el autor también traza una rica galería de secundarios agrupados -y es otra original manera de organizar la línea narrativa y sus episodios- en unidades familiares (la de los Lacey y la italo-americana de Tony, el novio de la chica), espacios habitacionales (la pensión para señoritas irlandesas que mantiene en Brooklyn la viuda Kehoe) o profesionales, como ese deliciosamente descrito microcosmos de los Almacenes Bartocci´s donde trabaja la protagonista. Mención aparte merece el elusivo personaje de la hermana de Eilis, Rose, que deja en todo el libro una potente estela con sus palabras, sus ropas y su ausente presencia.
Y con los personajes, los ritos de paso. Tóibín, no sabemos si con mucha documentación o con mucha imaginación, va plasmando de un modo tan atractivo como convincente las travesía en barco, las misas de gallo y las bodas laboriosas, el flirteo en el ‘pub’ o en la playa de unos adolescentes circunspectos, todo ello a través del seductor personaje de la joven emigrante que al fin consigue ser contable, aunque no por ello quizá más feliz. Es bueno el trabajo de Ana Andrés Lleó, si bien uno se queda con las ganas de saber qué quiere decir cuando traduce (en un contexto funeral) "fresh flowers" por "flores ufanas", y cómo la expresión femenina "being wallflowers" (no tener pareja en un baile) se transforma en un "quedarse comiendo pavo" para mí totalmente esotérico.