Skip to main content
Blogs de autor

La aplazada muerte de Tony Judt

Por 30 de agosto de 2010 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

Han sido poco más de veinte los capítulos del relato autobiográfico que Tony Judt escribió en los siete meses finales de su vida. El último en publicarse fue póstumo; lleva la fecha del 19 de agosto, aunque se distribuyó y envió a los subscriptores de The New York Review of Books (donde aparecieron todos) coincidiendo con la muerte del historiador, ocurrida el día 6 de este mes a la edad de 62 años. La historia de la enfermedad inevitablemente mortal que le diagnosticaron en septiembre de 2008 la contó el propio Judt en el primero de la serie, titulado ‘Noche’, que publicó en su momento El País; la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) le iba inmovilizando paulatinamente el cuerpo y las extremidades, sin borrarle la capacidad mental y sin producirle dolor; "un encarcelamiento progresivo y sin fianza" (si bien al traducir ‘fianza’ se pierde el doble sentido de su "whitout parole", que alude a la falta de las palabras; Judt también iba perdiendo el habla). Condenado a una supervivencia inmóvil y completamente asistida, la noche era el peor momento de quien, resignado a no poder ni soñar con una imposible libertad de movimientos, decidió "revolotear" en su vida anterior, sus pensamientos, sus fantasías, sus memorias y desmemorias, distrayendo de ese modo la alternativa del insomnio, la incomodidad de una postura semi-erecta en la cama, la angustia de unos picores corporales que por sí solo no podía calmar.

                ‘Noche’ era un texto crudo y doloroso de leer pero exento de toda auto-compasión; la escritura nacía del vínculo a la expresión serena y precisa, evidentemente colmada de verdad y aun así animada por una ironía y una ocurrencia imaginativa que proporcionaban alivio, sin desvirtuar la gravedad del tono. A nadie sorprendió por tanto que lo que en esa entrega era descrito por la revista neoyorkina como "la primera de una serie de reflexiones breves", continuara y fuese creciendo de tamaño (dos y a veces tres extensos capítulos en un número), hasta constituir la bellísima, impávida, heterodoxa confesión memorial de una persona que pone plazos a su irremediable sentencia volcándose en el interior de su cabeza (lo único intocado por el mal) y sacando de ella las armas de repudio de la muerte. Para desgracia no sólo del autor y de su familia sino de los muchos lectores que ha tenido en esta etapa de su carrera, el relato diferido de Judt no pudo alcanzar ni siquiera una cuarta parte de ‘Las mil y una noches’ que Sherezade, una predecesora suya en el combate ficticio contra el silencio mortal, sostuvo hace siglos en algún palacio del Oriente.

                 Tony Judt ya era un excelente escritor antes de enfermar. Yo sólo conocía de él su apasionante estudio sobre los intelectuales franceses de la segunda posguerra mundial titulado en la edición española de Taurus ‘Pasado imperfecto’, y en sus páginas bien informadas y a veces provocativas en la argumentación se advertía la cadencia, el gusto por la metáfora y la riqueza verbal propias de los grandes nombres de la historiografía británica, que arranca en Gibbon, uno de los mayores prosistas que ha tenido la lengua inglesa, y seguiría después en Macaulay, el Carlyle de ‘La revolución francesa’, G. M. Trevelyan, hasta llegar, en la segunda mitad del siglo XX, a Hobsbawm, Christopher Hill, Keith Thomas o los dos Carr, el hispanista Raymond y el eslavista E.H. (Edward Hallett), de quien Anagrama acaba de reeditar por cierto, con unas páginas de presentación de Pere Gimferrer, su extraordinario ‘Los exiliados románticos’.  

              Los escritos memorialísticos de Judt que van desde ‘Noche’ a ‘Meritócratas’, que no llegó a ver publicado, son de otra índole. A veces, es cierto, aparecía en ellos el historiador indomable en sus juicios, el judío irreverente con el dogma y enemigo de las políticas de los últimos gobiernos de Israel, el observador socarrón de las grandes instituciones culturales (fue sonada su polémica, en las páginas de correo de la propia New York Review of Books, con la directora de la Escuela Normal de París). Sin embargo, los más memorables, al menos para mí, fueron los ‘proustianos’, o los ‘benjaminianos’, si nos acordamos del Benjamin de ‘Infancia en Berlín’ o ‘Diario de Moscú’. En el que llamó ‘La Línea Verde’, por ejemplo, Judt reconstruía con un poderoso talento narrativo sus solitarios viajes infantiles en autobuses de línea por la Inglaterra rural, y la contenida nostalgia de sus evocaciones ponía más en relieve el gran acompañamiento placentero de la memoria individual, un caudal que al sumarse y al compartirse -no sólo en circunstancias de pérdida o pesar- forma la base de nuestro desafío al olvido impuesto por los estragos del tiempo.

               También recuerdo sus dos apólogos sobre el ‘Ser austero’ y el ‘Ser judío’, de no aparente unidad, que publicó el pasado mayo. El segundo, que empezaba y terminaba con un emocionante tributo a Toni Avegael, prima hermana de su padre muerta en Auschwitz antes de que él naciera y fuese bautizado en homenaje a ella con su nombre de pila, insistía de manera audaz en algunas de las tesis más díscolas respecto a la cuestión judía, subrayando el a su juicio excesivo peso simbólico que arrastra un pueblo apresado por su pasado: "Ser judío" -escribía Judt- "consiste en recordar lo que una vez significó ser judío". En el otro texto simultáneamente publicado en mayo, el historiador londinense, sin perder nunca el don novelesco para la recreación de lugares y personajes, extraía de los recuerdos del racionamiento británico en la segunda posguerra mundial una serie de pertinentes reflexiones sobre la a menudo obscena sobreabundancia de las más altas capas sociales del primer mundo. Judt era demoledor comparando el rigor moral de su país natal en la época de una solidaria actitud de moderación y ahorro con la situación presente, en la que el mensaje capital de nuestros gobernantes es una apelación al consumo: "siga usted comprando" aun en tiempos de crisis.

                 El último capítulo leído antes de saber su muerte, el correspondiente al número 12, volumen LVII, de The New York Review of Books, se titulaba ‘Palabras’ y comenzaba, en una escena de comedia familiar muy característica de algunos de estos episodios narrados por Judt, con una reunión de parientes centroeuropeos hablando en la cocina de los padres del autor, entonces un niño, en una mezcla de las lenguas de la Diáspora: "Yo pasaba largas y felices horas escuchando hasta muy entrada la noche las discusiones de unos autodidactas centro-europeos: ‘Marxismus’, ‘Zionismus’, ‘Socialismus’. Hablar, me parecía, era el objetivo de la existencia adulta. Nunca he perdido esa sensación". ‘Palabras’ terminaba con una alusión (y no se encuentran muchas en estos escritos) al progreso de su enfermedad: "Dominado por un trastorno neurológico, estoy perdiendo rápidamente el control de las palabras, aun cuando mi relación con el mundo se ha reducido a ellas. Todavía forman con impecable disciplina y en hileras ilimitadas en el silencio de mis pensamientos  -la vista desde el interior sigue con la misma riqueza-,  pero ya no las puedo trasmitir con facilidad".

                 Sabemos ahora el desenlace de esa contienda entre el cuerpo y la mente de Tony Judt. También nos consta, por haberle seguido en estos únicos siete meses del año 2010 que llegó a vivir, su confianza en la permanencia de un mundo de palabras, que en su caso significaba a la vez la defensa de un modelo de educación humanista quizá desacreditada para siempre; su apego a ese núcleo de hablantes que usan la lengua para ocupar los espacios públicos del debate y la controversia no agresiva. Y se preguntaba Judt en las líneas finales de aquel artículo confesional: "Si las palabras caen en el deterioro, ¿qué las substituirá? Son todo lo que tenemos". Permanecen  -y es de esperar que pronto reunidas en libro- las palabras sabias y hermosas del hombre de salud tan terriblemente deteriorada que sigue hablando muerto para nosotros.

profile avatar

Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

Obras asociadas
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.