Vicente Molina Foix
Vuelvo alarmado y maravillado después de cuatro días dando saltos entre las cómodas fronteras invisibles de Gales y el condado de Hereford. Allí se halla el pueblo de Hay-on-Wye y en él el festival literario que ha dado nombre a otros ‘hays’ que se celebran en cuatro continentes. La maravilla la ponen los cientos de miles de libros que uno ve y las muchas docenas de autores a los que uno escucha hablar: la alarma es simplemente metereológica, al comprobar que el sol puede ser casi alicantino en la húmeda Gales, y mientras la mayor parte de España estaba fría y azotadas por las lluvias, allí se iba en shorts y bambas, dejando en la maleta el impermeable cauto que llevábamos.
No hablaré de los actos tan variados y tan sugestivos del Festival, al que acudí para presentar, con algunos de los otros escritores en lengua española e inglesa que hemos contribuido a la antología ‘Lunáticos, amantes y poetas. Doce historias inspiradas por Shakespeare y Cervantes’, libro patrocinado por el propio Hay Festival y editado en inglés por And Other Stories y en español por Galaxia Gutenberg
Las carpas que se montan en las afueras de este pequeño y delicioso pueblo estaban siempre llenas de gente interesada en la literatura, pagando su interés con libras esterlinas, pero yo, siempre que pude me escapé a gastar mi dinero en libros de papel.
En el presente apogeo de la virtualidad, las 45 grandes librerías de segunda mano de Hay son el manifiesto de una permanencia. Para mí, además, una prueba de resistencia física, a una edad ya considerable. Volví a España con 36 libros de tapa dura en la maleta. Me esperan tres meses de placer leyendo a Pepys, a Donne, a Anne Carson, a Sir James Frazer, a Stevie Smith, a Sydney Smith. Mi festival en casa.