Vicente Molina Foix
Al décimo premio Nobel de la lengua castellana no le ha tocado la veleidosa lotería de Babel con la que tan a menudo nos sorprende la Academia Sueca.
El de Vargas Llosa es un premio ‘gordo’, y en él sólo nos sorprende -sólo un poco, la verdad- lo que ha tardado en cantarse.
Deseándolo (y ahora celebrándolo con todo entusiasmo), yo tenía muchos recelos, siempre que, al llegar la hora señalada del mes de octubre, se hacían cábalas y sonaba inevitablemente el nombre del autor de ‘La fiesta del chivo’. ¿Cómo van a premiarle, me decía a mí mismo, habiendo esos mismos señores suecos premiado poco tiempo antes a Elfriede Jellinek o a Dario Fò? 2010 ha sido un año fasto. Aún hay cordura en el mundo.
Nosotros no podemos quejarnos, en cualquier caso. De los diez escritores hispanos galardonados, al menos siete son excelentes. Me refiero, naturalmente, contando hacia atrás, a Octavio Paz, a Gabriel García Márquez, a Vicente Aleixandre, a Pablo Neruda, a Juan Ramón Jiménez y, ‘last but not least’, a Don Jacinto Benavente, que escribió basura y cantó el ‘Cara al Sol’ (¿no hizo lo recíproco Neruda?) pero tiene numerosas obras de teatro de una sorprendente modernidad. Dos de los diez son, si no compartibles, comprensibles: Gabriela Mistral, Camilo José Cela, éste premiado cuando ya era tarde, la chilena cuando no había más remedio.
Y queda Echegaray, un ‘conundrum’ sin explicación posible. Yo tengo una. En 1904 la Academia aún no había aprendido a equivocarse, pero daba sus primeros palos de ciego.
El undécimo
Con las emociones de la noticia conté mal, yo que nunca he sido muy propicio a la aritmética. Vargas Llosa es, por supuesto, el undécimo autor de lengua castellana premiado con el Nobel, y mi olvido tuvo también quizá algo de lapso freudiano. El olvidado era Miguel Ángel Asturias, un autor que leí ‘dutifully’ más que ‘willingly’ en mi juventud de estudiante, y ahí se quedó. Monumental, meritorio, comprometido, y lleno de un color local hoy para mí un poco desvaído.