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El dandy y su fantasma

Por 21 de enero de 2010 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

El más famoso ‘dandy’ de la historia, George ‘Beau’ Brummell, murió pobre, sucio y loco en una humilde pensión de Caen, negándose hasta el último instante a ingresar en un asilo, mientras repetía a sus escasos benefactores: "No debo nada. No debo nada". Y en la fase final de locura  -según cuenta Edith Sitwell, que lo catalogó entre sus ‘Ingleses excéntricos’- el antes temido árbitro de la elegancia londinense pasaba las horas desastrado e inmóvil, haciéndose anunciar las amistades que creía ver agolpadas ante su cuartucho: la duquesa de Devonshire, el duque de Beaufort o el Príncipe Regente, después Jorge IV, que le admiró y protegió hasta que su paciencia con el insolente bufón cortesano llegó al hartazgo. Todos esos nobles y ‘royals’ habían muerto ya, y el aire que entraba del rellano cada vez que el criado abría la puerta helaba aún más a Brummell, que no tenía dinero ni para encender el fuego. Aun así, su voz apenas audible hacía esfuerzos por corresponder a las atenciones de sus imaginarios visitantes, indicándoles que se sentaran en divanes inexistentes y probaran los dulces con los que el goloso ‘dandy’ soñaba; así hasta las diez de la noche, hora en la que el sirviente hacía saber que los carruajes y los lacayos esperaban a sus señores frente a la mansión.

 

      No todos los ‘dandies’ han sufrido tan mal destino, aunque una muerte en la penuria o antes de tiempo contribuye mucho a forjar las leyendas del gran mundo. Durar poco o no mantener constantemente el brillo de la elegancia tienen por lo demás su lógica casi obligada en personajes cuyo renombre surge del más efímero y deslizante suelo que hay, el de la moda. Beau Brummell, frívolo e inconstante también en sus galanteos, murió a los 61, pero Lord Byron, que sintió siempre envidia por su contemporáneo, cayó antes de cumplir los 36 combatiendo por la independencia de Grecia, después de haber llevado una vida amorosa incontable. Con todo, no le faltó al autor de ‘Las peregrinaciones de Childe Harold’ una cualidad infalible entre los ‘dandies’: los celos mutuos. Hay testimonios de que al poeta con título nobiliario le mortificaba reconocer que Brummell, nieto de un comerciante y según malas lenguas (desautorizadas por la historia) hijo de un pastelero, vestía mejor que él, llegando a decir Byron, en un rapto de obsequiosa malicia, que la levita de Brummell tenía más pensamiento que su cabeza.

       Pero no sólo el hábito del buen vestir hace al ‘dandy’. Balzac, que dedicó al asunto un minucioso tratado, sostenía que "para ser elegante es necesario gozar del ocio sin haber pasado por el trabajo". Brummell se ajusta perfectamente a esa definición, pues, salvo un corto periodo como militar, no se le conoce ocupación ni siquiera ‘hobby’, más allá del esfuerzo de elegir vestuario y jugar a los naipes, un vicio que le llevaría a su ruina y exilio en Francia.

     ¿Quiénes son los ‘dandies’ de hoy? He leído en algún sitio que David Beckham pasa por serlo, y quizá (me lo cuentan quienes saben de esto) su decadencia actual en los terrenos de juego reforzaría tal opinión, si pensamos en la sentencia de Baudelaire: "el dandismo es un sol poniente; al igual que el astro que declina, es soberbio, privado de calor y pletórico de melancolía". El rostro del bello durmiente Beckham retratado en vídeo por la artista británica Sam Taylor-Wood refleja tal vez una inquietud, una nube negra cruzándole la cabeza, pero yo diría que lo más ‘dandy’ del futbolista sería su gusto por llevar ropa interior femenina. O los prolijos tatuajes sicalíptico-religiosos que se ha hecho, diez, por lo visto. Tatuarse la piel, siempre que no se caiga en la trillada voluta de catálogo que adorna los tobillos de tantos chicos, me parece un signo de disidencia narcisista equivalente  -salvando las distancias- al clavel verde del ojal de Oscar Wilde.

     Hace bastantes años, en el prólogo a la edición de una antología de textos franceses sobre el dandismo que publicó Anagrama, Salvador Clotas sugería, sirviéndose de un ocurrente cuadro sinóptico de nombres y caracteres, una ecuación inesperada, según la cual habría una línea ‘dandy’ que iba de Cristo a Beau Brummell y desde Brummell llegaba al Che Guevara, quien indudablemente posee, y no parece perderlo con el tiempo y las revelaciones de su horrendo historial político, el halo del santoral demoníaco y los rasgos de una belleza agreste aunque estudiada. Así que es evidente que se puede ser ‘dandy’ sin guardarropa. Más que la cantidad, importa la persistencia en un gesto, un símbolo o un color de vestido; el negro, tan destacado por Baudelaire, admite matices infinitos, y bien podría ser en su variedad el uniforme histórico de la milicia ‘dandista’.

    Cuando contemporáneamente, es decir, después de Larra y de Alejandro Sawa y de Valle Inclán, se ha hablado de ‘dandies’ españoles, los nombres propuestos eran descorazonadores. Con todos mis respetos por los difuntos, creer que Antonio de Senillosa (con esas camisas de puños y cuello de distinto color al resto) o Francisco Umbral, el de las bufandas tricotadas, lo eran, significa confundir malamente el concepto, olvidando además el origen de la palabra, que empezó a usarse en su sentido actual a principios del XIX en Gran Bretaña, aunque se duda de que procedente del francés ‘dandin’ (el que se contonea) o del inglés ‘Jack-a-dandy’, individuo gallardo y presumido. Como tantos términos aceptados después con orgullo por sus titulares, ‘dandy’ tenía entonces, y la tuvo hasta bien entrado el siglo XX, una connotación ridícula. 

    Nunca se habla del ‘dandy’ en femenino, a pesar de que, tras Baudelaire, las cosas más juiciosas sobre el dandismo las han escrito mujeres: la citada Sitwell, la filósofa francesa Françoise Coblence o Virginia Woolf. Esta última escribió un ensayo sobre Beau Brummell que es un prodigio de concisión e inteligencia; sin negar la profunda superficialidad de quien fue modelo de todos los ‘dandies’ posteriores, Woolf le reconoce a Brummell, además de un gusto anticipatorio del ‘camp’, la suave perversidad del genio disconforme, relatando el dicho ‘brummelliano’, tan influyente en Wilde, de que si viera ahogándose en un estanque a un hombre y a un perro, sin dudarlo salvaría al perro, siempre que nadie le estuviese mirando a él. El fantasma de Brummell, escribe la autora de ‘Las horas’, "sigue circulando entre nosotros".

     Se me ocurren varias figuras de ‘dandy’ con personalidad de mujer, y no sólo en el entorno del grupo de Bloomsbury que rodeaba y continuó a la propia Virginia Woolf. En la Francia del XVIII, ‘avant la lettre’ por tanto, hubo literatas que cumplen sin duda los requisitos, como los cumplen con un perfil muy moderno ciertas actrices del cine mudo y de después, empezando por Marlene Dietrich. La androginia, al menos de apariencia, no es absolutamente necesaria, pero ayuda: a Beckham y a Woolf, quien, no se olvide, creó con su ‘Orlando’ un prototipo enigmático y elocuente del ‘dandy’ eterno.

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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