
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Luis Mora
Suele decir Antonio Orejudo que la novela debería ser aquello que el cine no puede contar. Pienso mucho en esta frase. Y lo cierto es que he visto Tabú (2012) del portugués Miguel Gomes, y me pregunto qué novela podría competir con esta historia, qué libro podría rivalizar con sus recursos y su arrolladora potencia narrativa y estética para contar una trama que sucede en dos épocas distintas. Narrar a personajes inolvidables con profundidad metafísica, carga sociopolítica, estilo, etc., puede hacerse asimismo mediante una película y quizá mejor, pues tiene más recursos expresivos (imagen, música, palabra, gestualidad actoral, inflexiones de voz). Temo que sólo hay dos opciones hacederas para la novela: la de Orejudo, que vindica que ésta se centre en el virtuosismo verbal/formal, o la reinvención del genero, convirtiendo la novela en un campo estético de batalla (que es lo que he defendido), convirtiéndola en un lenguaje de lenguajes narrativos. Pero creo, sinceramente, que la tercera opción convencional de contar una especie de película describiéndola con palabras (que es lo que hacen muchas novelas actuales, sin altura formal, ni profundidad en temas, ni solidez en personajes) tiene cada vez menos sentido. Es decir: la novela no ha muerto, ni mucho menos, tiene ante sí dos opciones: ser complejamente estética o ser estéticamente compleja. Para todo lo demás, cámara digital y YouTube. Lo digo como lo siento. No se preocupen, no soy nadie. / Por eso me ha gustado Leonardo (Lengua de Trapo, 2013) de Guillermo Aguirre, porque no podría rodarse. De ninguna forma. Sería imposible llevar al cine el capcioso modo en que el protagonista se cuenta en primera persona, dejando caer lo peor de sí remisa y oblicuamente, con notable elegancia estilística, reflejando en la prosa la demora particular de su carácter. Su aspecto ridículo sería insostenible en una pantalla, donde deberían aparecer los rostros perplejos de los otros, que no aparecen en la novela, construida desde el solipsismo más absoluto. Un yo que no puede soportarse a sí mismo intenta inútilmente explicarse: este es el mayor mérito de Leonardo y lo que es delicioso de leer sería molesto o tedioso al ser mirado. Leonardo es el retrato perfecto del imaginario oscuro de este presente: es mezquino, egoísta, xenófobo, insoportable. Las dos sombrías frases de la novela de Javier Moreno 2020 (2013), “soy un tipo normal en los tiempos que corren. Quiero decir, un miserable”, parecen escritas pensando en el Leonardo de Aguirre. El autor continúa con las metáforas acuáticas que abundaban en Electrónica para Clara (2010), pero el estilo es mejor y la almendra narrativa ha ganado consistencia. / Pensemos en Pierre Michon, en ese estilo alambicado que bucea en la Historia para fraguar una prosa barroca e inimitable. Se me ocurren modelos cinematográficos para Michon, claro: Lew Majewski o Sokurov, pero son tipos de manierismo formal que pueden convivir, en tanto discurren paralelos. La cuestión es que el cine comercial comparte terreno con la novela convencional. El futuro de ésta, próximamente, en sus pantallas. De cine.