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48. El profeta Paul Valéry

Por 7 de junio de 2014 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Vicente Luis Mora

No hará falta recalcar la innúmera frecuencia con que los escritores, sobre todo los de ciencia-ficción, han adelantado la mayoría de los actuales o ya superados adelantos tecnológicos. A pesar de que muchos han criticado a los profetas-filósofos que no anticiparon la aparición de Internet, creo que hay bastantes muestras en la ciencia ficción o en la literatura convencional que vieron algo parecido.

No sabemos si con una red ultraterrestre, pero a lo mejor sí con una videoconferencia pudo soñar Dante cuando en el Paraíso sitúa al poeta con su amada Beatriz en la Luna; allí vio los rostros "de mucha gente" y "creyéndolos semblantes reflejados, / por verlos bien, volví los ojos presto: / no viendo nada, los torné asombrados / hacia los ojos de mi dulce guía"[1]. Es decir: vio rostros planos, que imaginó reflejos de otra imagen tridimensional, que sin embargo, no existía. En el contexto de la Comedia hacen referencia a los espíritus que, según el Timeo de Platón, hacen una escala técnica en algún cuerpo celeste antes de reencarnarse; pero la forma de plantear el impacto en imagen no es muy distinta de la que provocaría a un cartaginés la visión de una pantalla emitiendo rostros. Acercándonos más en el tiempo, hay quien considera un profeta al Padre Dominique Dubarle, que publicó en Le Monde (aunque veinte años después del texto de Valéry que después reproduciremos) un artículo donde se prevé un ingenio similar a Internet. En 1985 el empresario belga Paul Otlet tuvo una visión parecida para una red mundial de distribución enciclopédica del conocimiento:

 

Otlet

Ni más ni menos que dos siglos antes, en 1636, Schwenter señalaba en Délassements Physico-Mathématiques la posibilidad futura de comunicarse mediante agujas magnéticas, de modo que "comunicar a la distancia de las Indias por transmisiones simpáticas puede ser tan usual en tiempos futuros como por carta"[2]. También hubiera tenido buena defensa como visionario -no sorprenderá a nadie- Julio Verne, quien en cierto lugar apostilló: "Todas las casas estarán conectadas" (1863). Giovanni Sartori cita un texto parecido de E.M. Forster en Homo videns. En 1883, el dibujante Albert Robida (sin ninguna formación ni interés técnico, si hemos de creer a Ed Tenner), publicó dibujos en los que "aparecían televisores de pantalla plana, niños probeta, aviones bombarderos y guerra química"[3]. Karl Kraus, en un texto del XIX recogido por Andoni Alonso e Iñaki Ardoz, habla de un futuro "sistema de comunicación a escala mundial". En 1898 escribió Mark Twain el relato Del London Times de 1904, donde describe un aparato llamado telectroscopio, sospechosamente parecido a Internet:

 

"Fue hecha la conexión con la estación internacional de teléfonos, y día tras día, y noche tras noche, llamaba a un rincón del mundo, luego a otro, y examinaba su modo de vivir, y estudiaba sus extraños paisajes, y hablaba con su gente, y se daba cuenta de que gracias a aquel maravilloso instrumento era casi tan libre como los pájaros en el aire, aunque fuera un prisionero tras cerraduras y barrotes."

 

Por supuesto, no considero citables bolas mágicas a través de las que se ve el mundo, oráculos délficos, espejos de brujería ni zahires o alephs borgianos, en los cuales el modo de ver el mundo a distancia es mistérico o, al menos, irracional. Desde un punto de vista racional y mecanicista, seguramente el texto en el que encuentro mejor correspondencia con la realidad actual es éste del poeta y ensayista francés Paul Valéry, La conquista de la ubicuidad, (primera publicación en 1928), continente de una descripción no sólo de la Red, sino de la misma Pangea, con el que concluyo:

 

"Se trate de política, economía, maneras de vivir, diversiones o desplazamientos, observo que la modernidad tiene todas las trazas de una intoxicación. (…) Cada vez más avanzado, más grande, más rápido, y en todo caso más nuevo: tales son sus exigencias, que corresponden necesariamente a algún encallecimiento de la sensibilidad. Para sentirnos vivir necesitamos una intensidad creciente de agentes físicos, y diversión perpetua. (…) Hay que esperar que tan grandes novedades transformen toda la técnica de las artes y de ese modo actúen sobre el propio proceso de la invención, llegando quizás a modificar prodigiosamente la idea misma de arte. De entrada, indudablemente, sólo se verán afectadas la reproducción y la transmisión de las obras. Se sabrá cómo transportar y reconstituir en cualquier lugar el sistema de sensaciones -o más exactamente de estimulaciones- que proporciona en un lugar cualquiera un objeto o suceso cualquiera. Las obras adquirirán una especie de ubicuidad. Su presencia inmediata o su restitución en cualquier momento obedecerán a una llamada nuestra. Ya no estarán sólo en sí mismas, sino todas en donde haya alguien y un aparato. Ya no serán sino diversos tipos de fuente u origen, y se encontrarán íntegros sus beneficios donde se desee. Tal como el agua, el gas o la corriente eléctrica vienen de lejos a nuestras casas para atender nuestras necesidades con un esfuerzo casi nulo, así nos alimentaremos de imágenes visuales o auditivas que nazcan y se desvanezcan al menor gesto, casi un signo. (…) No sé si filósofo alguno ha soñado jamás una sociedad para la distribución de Realidad Sensible a domicilio."[4]

 


[1] El texto de Dante, Divina Comedia. Paraíso, Canto III, versos v. 10-23. Traducción de Ángel Crespo.

[2] Schwenter citado en Lewis Mumford, Técnica y civilización; Alianza Universidad, Madrid, 1979, p. 76 (escrito mucho antes de la creación de la Red).

[3] Tenner, citado en Freeman Dyson, El sol, el genoma e Internet; Debate, Barcelona, 1999, p. 15.

[4] P. Valéry,  Piezas sobre arte; Visor Distribuciones, Madrid, 1999, p. 131. Debo hacer constar que Arturo Colorado Castellary también vio en el texto del poeta francés el antecedente de Internet, aunque yo leí la página 122 de su Hipercultura visual (Universidad Complutense, Madrid, 1997) dos años después de la redacción de mi ensayo.

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Vicente Luis Mora

Vicente Luis Mora (Córdoba, España, 1970), es Doctor en Literatura Española Contemporánea y licenciado en Derecho. Ha trabajado como gestor cultural y profesor universitario. Estudioso de las relaciones entre literatura, imagen y tecnología, hasta el momento ha publicado la novela Alba Cromm (Seix Barral, 2010), el libro de relatos Subterráneos (DVD, 2006), y la novela en marcha Circular 07. Las afueras (Berenice, 2007). También ha publicado Quimera 322 (2010), inclasificable proyecto sobre la falsificación literaria desde la teoría y la práctica, a través de 22 seudónimos, que apareció como nº 322 de la revista Quimera. Como poeta, cuenta con los poemarios Texto refundido de la ley del sueño (Córdoba, 1999), Mester de cibervía (Pre-Textos, 2000), Nova (Pre-Textos, 2003), Autobiografía. Novela de terror (Universidad de Sevilla, 2003), Construcción (Pre-Textos, 2005) y Tiempo (Pre-Textos, 2009). Ha publicado los ensayos Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual (Bartleby, 2006), Pangea. Internet, blogs y comunicación en un mundo nuevo (Fundación José Manuel Lara, 2006); La luz nueva. Singularidades de la narrativa española actual (Berenice, 2007) y El lectoespectador. Deslizamientos entre narrativa e imagen (Seix Barral, 2012). La parte de narrativa de su tesis doctoral, galardonada con premio extraordinario de Doctorado, aparecerá próximamente en la Universidad de Valladolid en una versión breve y actualizada bajo el título de La literatura egódica. El sujeto narrativo a través del espejo.  Ejerce la crítica literaria y cultural en su blog Diario de Lecturas (I Premio Revista de Letras al Mejor Blog Nacional de Crítica Literaria), y en revistas como Ínsula, Quimera, Clarín o Mercurio. Ha recibido los premios Andalucía Joven de Narrativa, Arcipreste de Hita de Poesía, y el I Premio Málaga de Ensayo por su libro Pasadizos. Espacios simbólicos entre arte y literatura (Páginas de Espuma, 2008).   Copyright de la foto: Racso Morejón

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