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Escritura, literatura (a propósito de «Familias como la mía»)

La escritura es una actividad anómala, no consustancial al ser humano; forma parte de ese conjunto de extras que han ido adquiriendo los más aventajados. Y hablo de la escritura como forma de comunicación en general, como forma de transmisión de advertencias, órdenes, saludos, pero no como forma de alteración de la realidad, o sea de creación, de arte; alteración que más que una anomalía constituye un despropósito.

La prensa, por ejemplo, es un forma de escritura sofisticada que no se contenta con advertir sino que se lanza a informar (“Diario de avisos y noticias”), previene pero, también, cuenta, eso sí desde la objetividad memorialista. Este campo, el de los cronistas, como también el de los biógrafos y los historiadores, se caracteriza por permitir que la información cambie de mano sin que resulte mancillada por espúreas intervenciones. Será el filósofo, y también el periodista de opinión y el ensayista en general, quien detenga el flujo de información para interactuar con él y así interpretarlo, siendo esta la clave, la diferencia con el narrador de la actualidad, que no necesita detener el flujo ya que su papel es ser mera correa de transmisión de la realidad y no analista de la misma. 

La tentación de añadir algo de cosecha propia o, al menos, de alterar en parte los datos, surge como fruto del aburrimiento ante la alienante labor constreñida a la copia, a la repetición (aunque a veces sea en otro orden) de los hitos del biografiado o de los sucesos que aportan los teletipos. Al principio, el escribano, tímidamente, sólo cambia una fecha, un horario, un destino en algún viaje; luego, envalentonado, feliz al transgredir la norma, se atreve a modificar algún hecho y, más adelante, dependiendo del grado de osadía que le invada, incluye algún pasaje de su invención, eso sí, que no chirríe en el total del discurso. La autobiografía dulcificada Familias como la mía es un ejemplo de esto último: por razones de cobardía ante los riesgos que acarrearía la relación objetiva de los hechos, y por razones de comercialidad añadiendo humor y sexo para que la historia no resulte árida, el autor cercena y añade a su antojo; una novela no es nunca una biografía (o la biografía no es literatura) por lo que la realidad se utiliza sólo como sustrato dejando que el escritor haga literatura tergiversando la historia.

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Familias como la mía, Tusquets Editores, Barcelona, 2011.

 

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20 de mayo de 2016
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Mofa de un grotesco

 

 

Describe en profundidad Alfonso Reyes, en Medallones (Buenos Aires, Austral, 1951), la desgraciada geografía corporal de Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, el notable dramaturgo mexicano (Taxco, ¿1581? – Madrid, 1639). De hecho dedica un capítulo, “Su figura”, a dar relación de citas referidas a los errores de la naturaleza que tantas puertas cerraron a Alarcón.

 

Parece que en algunas sátiras comparaban a Alarcón con el enano Soplillo, el que aparece en el cuadro de Rodrigo de Villandrando “Felipe IV príncipe y el enano Miguel Soplillo” (1620 – 1621) colgado en el Museo del Prado. Así Luis Vélez de Guevara le dice: ‘Por más que te empines, / camello enano con loba, / es de Soplillo tu trova’.

 

Comparado con una mona, corcovado de pecho y espalda, barbitaheño, es merecedor de nutridas burlas:

‘Colchado con melones, visto de lejos, no se sabe si va o viene’ (Luis Vélez de Guevara).

‘Tanto de corcova atrás / y adelante, Alarcón, tienes, /  que saber es por demás / de dónde te corco-vienes / o adónde te corco-vas’ (Regidor Juan Fernández).

‘La que, adelante y atrás / gémina concha te viste’ (Góngora).

‘Zambo de los poetas y sátiro de las musas’ (Don Antonio de Mendoza).

‘Un hombre que de embrión / parece que no ha salido’ (Montalván).

‘Don Cohombro de Alarcón, / un poeta entre dos platos’ (Tirso).

‘Tiene para rodar / una bola en cada lado’ (Salas Barbadillo).

‘En el cascarón metido / el señor bola-matriz’ (Fray Juan de Centeno).

‘Baúl-poeta / semienano o semidiablo’ (Don Alonso Pérez Marino).

 

En unas seguidillas de la época se le llama “profecía de Jerónimo Bosque” y se le hace decir: ‘A ningún corcovado / daré ventaja, /  que una traigo en el pecho / y otra en la espalda’.

 

Para finalizar este indecoroso repaso, una letrilla de Quevedo:

‘Corcovilla, poeta juanetes, hombre formado de paréntesis, tentación de San Antonio, licenciado orejoncito, no nada entre dos corcovas, zancadilla por el haz y el envés’; y la dedicatoria de Lope en Los Españoles en Flandes cuando nombra al poeta ‘rana en la figura y en el estrépito’.

 

Quizá el consuelo de semejante caballerete, velloso, con espesas barbicas y piernas algo divididas, fuera conseguir que sus amigos pasaran buenos ratos escarneciendo y gesteando su figura. En el torneo de mascarada de cierta fiesta de San Juan de Aznalfarache adoptó el sangrante apodo de Don Floripondio Talludo, príncipe de la Chunga.

  

 

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26 de enero de 2016
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Noche de premios

Me llevó, me obligó a caminar por un pasillo oscuro de los que rodean el patio de butacas. Hablaba y hablaba y, de vez en cuando, introducía los dedos de su mano derecha entre los botones de mi camisa. Me detuve y, como se dio cuenta de que estaba a punto de dejarla allí plantada, cambió de conversación para contarme algo que suponía iba a gustarme mucho, que su marido era capaz de mantener la boca entreabierta durante más de una hora emitiendo un sonido: la letra "o";  "oooooooooooooooooo, así, así" farfullaba imitando a su raro marido mientras intentaba desabrocharme el pantalón. Le di un golpe en la cabeza con el premio, una bonita figurilla de madera. Debió de quedar medio conmocionada. Dejé atrás el pasillo, desemboqué en el gran salón  aparentando serenidad, agarré una copa de champán de las que llevaban los camareros en las bandejas y me mezclé con la gente. Allí estaba Viqui Longares, y fui a su encuentro.

Recordamos aquel guateque, el baile de la manzana, y su maniobra, para darme celos, coqueteando con un tipo que se hacía llamar "Piñonet". Quise precisar: "aquel tipo Piñonet realmente era un crápula y siempre se dijo que me había robado a Viqui". "¿Cómo era posible que se dijera esto?" soltó mi exnovia. Y yo le contesté: "Porque Piñonet tenía 18 años y tenía coche". Viqui nunca fue Claudia Cardinale. Piñonet era un tipo alto, desgarbado, con la cabeza colgando hacia adelante. Con una gran nuez de Adán.

Me aburría ya la charla. Y la saqué bailar. El baile de la manzana. Como en la foto del guateque que le pasé hace un tiempo a mi actual biógrafo Óscar Gastón. La foto, dijo Gastón, es una foto del paraíso. En mi bolsillo asoma algo, puede que un antifaz. Se trataría de un guateque en el que no faltaría de nada. "Mujeres infieles... cuánto madura uno gracias a ellas... el baile de la manzana... buenos recuerdos", apunta Gastón. Tengo ahora dudas de si ese tipo de la nuez de Adán se llamaba Piñonet o Piñochet. Pero sí, se llamaría Piñonet aunque Gastón dice ahora: "para Google... Piñonet es una variedad de melón". La foto es de 1956. Barcelona. Resulta increíble pero en esta ciudad, en los cincuenta, vivían los mejores poetas de España.

Llegué al hotel muy tarde, cansado. Pero tenía un burofax y no quise dejarlo para mañana. Era de Eudora Pañico. Proponía un libro, 30 tórax, que ella editaría. 30 fotografías de las radiografías de tórax de 30 amigas. Acompañadas por la historia más o manos verídica de cada una de ellas. Historias que yo escribiría. Como avanzadilla incluía la foto de una placa de su caja torácica. Ya digo, estaba cansado. Caí rendido en la cama. Pero a los pocos segundos me incorporé, encendí la luz, y volví a examinar la fotografía. Antes, algo me había pasado por alto. El contorno de sus senos. Allí se veían. Y qué bien se veían. Al final, tuve que tomar un Trankimazín. A las 8:30 cogía un avión.    

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20 de enero de 2016
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