Pierre Berès, nacido en 1913 en Estocolmo con el apellido Berestov y fallecido en 2008 en Saint-Tropez, inicia su vida profesional recopilando autógrafos aunque pronto se pasa al mundo del libro en las vertientes de coleccionista, librero y editor. Gracias, según sus competidores, a la falta de escrúpulos, a su pasión por la bibliofilia y a su capacidad de seducción, logra adquirir a precios razonables grandes tesoros bibliográficos. En los dos últimos años de vida subasta buena parte de su biblioteca siendo el monto de la operación superior a los 35 millones de euros. En un catálogo de la venta de esos fondos, en la página 15, se anuncia la obra de Galeno De morbis et Symptomatis editada por Josse Bade en París en 1528. En la misma página del catálogo se facilita la siguiente información: LA SYPHILIS. EXEMPLAIRE TRES ABONDAMMENT ANNOTE PAR UNE MAIN CONTEMPORAINE. Yo llegué a ver ese ejemplar. De niño, en una única y fugaz visita a la casa de mis abuelos paternos, situada en la localidad de Hix en la Cerdaña francesa, lo encontré, abierto, sobre la enorme mesa de un despacho, mostrando las muy abundantes anotaciones. En la hagiografía Jornada laboral de un poeta barcelonés [Tropelías. Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Universidad de Zaragoza (2004-2006), nº 15-17, págs. 553-560] menciono ese lugar: “mi abuelo Ivo, médico de profesión, formó su inmensa biblioteca comprando, en sus viajes por medio mundo, a precios a veces desorbitados, los volúmenes más valiosos; y todo gracias a las partidas (de póquer) que organizaba mensualmente en su caserón de Hix, en la Cerdaña francesa, donde desplumaba regularmente al notario y al farmacéutico de Puigcerdá, al juez de paz y al comadrón de Font-Romeu y así a todo el subsector profesional de la comarca.”
Parece interesante el vaticinio del sabio John Preskill: pronto podremos descifrar, a partir del humo y las cenizas, el contenido de una enciclopedia aunque esté totalmente calcinada. Resulta conmovedor saber que el rastro de la palabra “fútbol” es totalmente distinto al de la palabra “literatura” y no nos referimos, por supuesto, al fácil procedimiento que mediante la comprobación de la diferencia de peso -por la cantidad de tinta empleada- nos dice si los volúmenes A y B de dicha enciclopedia, de igual número de páginas, tienen o no el mismo texto. Preskill, anuncia recomponer una biblioteca a partir del aire en el que flotan las palabras escritas, en el mismo aire en el que flotaron las ideas que alumbraron los libros. Quizá habrá que pedirle que investigue un poco más, que avance en el desarrollo de una tecnología que ya parece insuficiente. John, por favor, dinos: ¿qué diálogo olvidó Cervantes, qué verso Quevedo?
Volviendo a Otras inquisiciones nada hace suponer que la clasificación recogida en la enciclopedia Emporio celestial de conocimientos benévolos y que divide a los animales en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas, sea consecuencia del título del inventario de Étienne-Gabriel Peignot Répertoire de Bibliographies Spéciales, Curieuses et Instructives, contenant la Notice raisonnée 1) des Ouvrages imprimés à petit nombre d'exemplaires, 2) des Livres dont on a tiré des exemplaires sur papier de couleur, 3) des Livres dont le texte est gravé, 4) des Livres qui ont paru sous le nom d'Ana (Paris. Renouard et Allais. 1810).
Avisa Borges en el ensayo “Sobre el Vathek de William Beckford”, recogido en Otras inquisiciones, que ‘hay un intraducible epíteto inglés, el epíteto uncanny, para denotar el horror sobrenatural’; pero Borges habla de significado. Con todos los respetos propongo otra palabra inglesa, el sustantivo manor, como muestra de horror aunque este venga por el significante. Y si escribo mánor, así con tilde, y si empleo la fonética española, supero, sin dificultad, los resultados –extraño, misterioso- que algunos atrevidos diccionarios atribuyen a uncanny. Mánor, su sólo sonido, conduce, sin recovecos, a oscuridad, y quizá a muerte.
Recibo carta del gran profesor Solapas que me anuncia la inmediata consecución, tras largo tiempo de encierro en su refugio pirenaico, de lo que parecía imposible: disponer de un folio que pueda intercalarse entre cualquiera de las páginas de un libro sin producir en la lectura de éste ningún sobresalto. Viajo a la Cerdaña y, en la finca de Covarriu, encuentro al sabio, sereno, a la sombra de un celentéreo. Dice, como disculpándose por haberme hecho acudir, que quizá no haya para tanto, que todavía anda enfrascado en la culminación de la primera etapa del trabajo. Ha escrito una novela, “Ónice”, con una página flotante: colocando la hoja suelta sobre la que uno elija, el documento no se desvirtúa, antes bien se consigue acrecentar la intensidad de la acción y la belleza de su gramática. Como digo, Solapas declara hallarse todavía en el comienzo de la faena. El proyecto, ambicioso, quiere proseguir con la redacción de un folio no sustitutivo, sí intercalable, una herramienta que actúe ‘además de’ y no ‘en vez de’, y lo quiere para una obra ajena, elegida al azar en la calígine de su biblioteca (y que ha resultado ser “La Figuranta” de León Frapié en versión de Cristóbal Litrán para la valenciana Prometeo). Luego, más adelante, quiere lograr una página flotante intercalable universal, válida para todos los libros, al menos para los publicados en nuestra lengua española. Y como remate, si Dios le concede salud y unos años más de vida, espera conseguir el códice perfecto, la empresa soñada, un texto depurado en el que cualquiera de sus páginas pueda ser movida, trasladada de principio a fin, de fin a principio, sin distorsión general alguna y que sólo plantearía un problema: no poder encuadernarse de modo convencional.