Francisco Ferrer Lerín
Recibo carta del gran profesor Solapas que me anuncia la inmediata consecución, tras largo tiempo de encierro en su refugio pirenaico, de lo que parecía imposible: disponer de un folio que pueda intercalarse entre cualquiera de las páginas de un libro sin producir en la lectura de éste ningún sobresalto. Viajo a la Cerdaña y, en la finca de Covarriu, encuentro al sabio, sereno, a la sombra de un celentéreo. Dice, como disculpándose por haberme hecho acudir, que quizá no haya para tanto, que todavía anda enfrascado en la culminación de la primera etapa del trabajo. Ha escrito una novela, “Ónice”, con una página flotante: colocando la hoja suelta sobre la que uno elija, el documento no se desvirtúa, antes bien se consigue acrecentar la intensidad de la acción y la belleza de su gramática. Como digo, Solapas declara hallarse todavía en el comienzo de la faena. El proyecto, ambicioso, quiere proseguir con la redacción de un folio no sustitutivo, sí intercalable, una herramienta que actúe ‘además de’ y no ‘en vez de’, y lo quiere para una obra ajena, elegida al azar en la calígine de su biblioteca (y que ha resultado ser “La Figuranta” de León Frapié en versión de Cristóbal Litrán para la valenciana Prometeo). Luego, más adelante, quiere lograr una página flotante intercalable universal, válida para todos los libros, al menos para los publicados en nuestra lengua española. Y como remate, si Dios le concede salud y unos años más de vida, espera conseguir el códice perfecto, la empresa soñada, un texto depurado en el que cualquiera de sus páginas pueda ser movida, trasladada de principio a fin, de fin a principio, sin distorsión general alguna y que sólo plantearía un problema: no poder encuadernarse de modo convencional.