Sònia Hernández
Ya se sabe que un buen retrato no es el más fiel a los rasgos del sujeto representado, sino el que permite que todas las personas que lo observan puedan verse reflejadas. Juan Tallón (Vilardevós, Ourense, 1975) ha conseguido un magnífico e inquietante retrato de todo un país con la recreación de la “desaparición” de la escultura Equal-Parallel: Guernica-Bengasi, del prestigioso a la vez que polémico escultor norteamericano Richard Serra.
El hecho del que arranca el libro, al explicarlo, resulta tan breve como absurdo: la “desaparición” de cuatro bloques de acero que en su conjunto pesan más de treinta y ocho toneladas y que el Centro de Arte Reina Sofía había adquirido para su inauguración en 1986 por unos treinta millones de pesetas. Como explica uno de los personajes, Lidia Suárez, jefa de prensa del Ministerio de Cultura en enero de 2006, el hecho de que se impusiera el sustantivo desaparición para hablar del caso –porque fue la palabra utilizada por el primer periódico que lo hizo, ABC– ya dota de cierta ironía burlesca a todo el asunto. Afirma Serra que “el material con el que trabajas se convierte en una extensión de quien eres”, aplicado al trabajo de Tallón, entonces, podemos afirmar que él está detrás de las múltiples voces que reúne para reconstruir cómo se explicó el suceso, cómo reaccionaron los periódicos, los servicios de prensa, de conservación, de vigilancia, de administración, la policía, los juzgados, los ciudadanos, los galeristas y el propio artista. Así consigue un gran libro que abre el debate sobre su género. No estamos ante un nuevo seguidor de Carrère que se autodesigna testimonio privilegiado de un acontecimiento asombroso y lo pasa por su cedazo personal, puesto que el escritor da la voz a los numerosos personajes, sin acabar de esclarecer qué pertenece a la crónica y qué es ficción. Sin embargo, es obvio que Tallón está detrás de todos ellos y ellas. Es el gran libro que perseguía desde hace muchos años y al que le ha dedicado muchos esfuerzos, armándose de paciencia, superando la pérdida de personas que le animaron a llevarlo a cabo e incluso resistiendo los embates de una administración pública a la que le cuesta modernizarse y ponerse a la altura del marketing y la retórica que utiliza para presentarse al mundo.
Era necesario que el autor pasara por el calvario que ha debido de suponer la redacción de este libro. La anécdota de la desaparición se explica pronto, y fue tema destacado de la prensa de todo el mundo. Sin embargo, recopilar la documentación y los testimonios que demuestran cómo fue posible una noticia así y de qué modo, en palabras del artista Juan Genovés, todavía “en España se nos escapa el tercermundismo por todos lados”, requería tiempo y que el cronista lo sufriera en primera persona. La anécdota es sólo la excusa para ofrecer un iluminador manual de funcionamiento de las principales estructuras del mundo del arte contemporáneo, donde artistas se mezclan con galeristas, coleccionistas y banqueros en escenarios tan inquietantes como el puerto franco de Ginebra. En este panorama, cómo no podía ser de otra manera, ocupa un lugar destacado, a quien a veces vemos como el artista malhumorado y entronizado, otras como un señor que viste tejanos, camiseta y una gorra mientras se mezcla con los operarios que instalan y manipulan las enormes piezas de metal que componen sus obras. El escultor es el personaje mediante el que Tallón contrapone la voluntad de alguien que se declara como “artista del peso” y que señala como último objetivo de sus obras que creen un espacio conjuntamente con las personas que lo habitan y que experimentan cuando lo transitan –en el libro también tiene su protagonismo El muro, ubicado en la Verneda, la primera obra pública de Richard Serra en España–, puesto que sólo adquieren su sentido pleno cuando están en el lugar para el que fueron pensadas. En respuesta a la petición del Reina Sofía, Serra acabó haciendo una copia de la obra desaparecida, aprendió a convivir con la idea de que España era un país en el que, diariamente, miles de personas se afeitaban y depilaban con pequeños fragmentos de su obra maestra.