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Philip Gourevitch: la esencial del mal y el secreto del buen periodismo

Por 20 de abril de 2017 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Roberto Herrscher

Durante la década de los noventa, Philip Gourevitch se coció al sol y a las atrocidades cotidianas como corresponsal en África de la revista The New Yorker. En sus Cartas desde… (una sección de reportajes largos, mezcla de crónicas de viaje, ensayos analíticos y entrevistas con víctimas, testigos y sabios) retrató los rincones más dolientes del planeta, contó las satrapías de los señores de la guerra y relató las penurias de una población esperanzada que en los diarios y las televisiones no tienen ni nombre ni voz.

Al mismo tiempo ha ido cociendo a fuego lento su estilo, de una engañosa simplicidad, y con esa capacidad de los buenos reporteros norteamericanos para contar cosas terribles como si pensaran que son comunes y corrientes. Según Poe, es la mejor manera de transmitir el horror: como si no nos importara. Con materiales como Mobutu, Kabila y el fantasma de Idi Amín, Gourevitch sólo ha debido parar la oreja, abrir bien los ojos y dejar que las historias fluyan. Nada menos.

Fruto de sus reportajes estremecedores sobre el genocidio de Ruanda en 1994 es su primer libro, Queremos informarle de que mañana seremos asesinados junto con nuestras familias (Ed. Destino, 1999). El extraño título proviene de una carta que unos pastores adventistas de etnia Tutsi dirigen al líder de su congregación, un obispo Hutu. Lo que no saben es que es el mismo obispo quien está organizando la matanza.

Queremos informarle… es un libro luminoso, en parte porque en el reportero Gourevitch laten – junto con la búsqueda incesante y cuidadosa de datos – las preguntas “poco periodísticas” por las raíces, las esencias y las consecuencias del Mal. Y aclaro que no me estoy refiriendo a las malas acciones o a la gente meramente detestable. Lo que Gourevitch busca es el Mal, así, en mayúscula.       

La banalidad a machetazos

En la contratapa de ese, su primer libro, una crítica del Washington Post lo compara con El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Pero hay una diferencia esencial: en Conrad el Mal es genial y atractivo. El Coronel Kurtz de Conrad era un genio fascinante y destructor, que bajó a los abismos de la crueldad montado en su personalidad incandescente. Pero una de las enseñanzas más terribles que saca Gourevitch de la historia de Ruanda es que los personajes que desencadenan masacres son habitualmente mediocres, pequeños, miserables, mezquinos, tan corrientes que espantan.

Es la banalidad del mal que Arendt descubrió con horror al estudiar a los genocidas nazis y en especial la carrera y la personalidad de Adolf Eichmann, burócrata de los campos de la muerte. El Mal como política, como técnica, como forma de racionalidad.

Para el reportero Gourevitch, Ruanda muestra que el Holocausto no fue una excepción, un alto singular en el camino de la humanidad hacia el triunfo del Bien, sino el ejemplo insigne de una tara que late en el corazón de la civilización y la modernidad. 

Al internarse en las historias de sobrevivientes y verdugos, el autor se pregunta, les pregunta a sus fuentes y nos pregunta a sus lectores cómo fue posible que pasara algo así, y por qué. ¿Cómo surge, cómo se crea, cómo se fomenta, cómo se manifiesta el Mal?

El Mal es para la generación de Gourevitch, los judíos neoyorquinos descendientes de los que escaparon del nazismo – y para muchos escritores y periodistas en Estados Unidos – un concepto real, palpable, una categoría que usan para comprender asuntos de política internacional y de conductas delictivas en las páginas de sucesos.

En Europa este estilo, que mezcla la descripción minuciosa y “realista” con la fábula moral, puede sonar a ratos infantil o medieval, pero es necesario entender sus fuentes y sus razones para sumergirse en el (otra vez) engañosamente simple segundo libro de Gourevitch, Caso cerrado, que publicó Alfaguara en 2002.

La senda de Capote

En este segundo libro el autor abandonó el bochorno y las moscas de África y volvió a su viejo barrio, en el bajo Manhattan. En el viejo y gastado género conocido en el mercado editorial de Estados Unidos como “historia de crimen verdadero” (‘true crime story’), Gourevitch persiguió la raiz del Mal hasta la puerta de la casa de su lector.

Caso cerrado es la crónica periodística de una investigación policial en el Nueva York de los años sesenta. En una sórdida pelea por un puñado de dólares, Frank Koehler mata a dos hombres y huye de los lugares que solía frecuentar. Por más de 30 años no se sabe nada de él, y las autoridades deciden cerrar el caso para la época en que el inspector de policía que está al frente de la investigación, Andy Rosenzweig, un lacónico servidor público con un alto sentido del deber, se dispone a jubilarse.

No se trataba de un crimen sin resolver especialmente truculento ni mucho menos. Koehler era un ladronzuelo con pocas pulgas que había pasado su etapa formativa en el reformatorio y sobrevivía entre mafias y pandillas en los barrios bajos de la gran manzana para el momento de su desaparición. A fines de los noventa, si es que todavía vivía, era probablemente un anciano escondido en algún pueblo polvoriento. Pero para Andy Rosenzweig se fue convirtiendo con el paso de los años y las décadas en una obsesión, una espina clavada en su propio sentido de la justicia. En la mente de Rosenzweig, el hecho de que Koehler estuviera libre y haciendo de las suyas por ahí era una seria anomalía en el orden del mundo.

Gourevitch presenta a Rosenzweig y Koehler como al protagonista y el antagonista de un drama cósmico. La primera parte, la investigación del crimen y la infructuosa búsqueda de Koehler, es un modelo de narración policial donde los hechos se van apilando uno sobre otro, sin prisa y sin pausa, hasta atrapar al lector en la calmada obsesión de Rosenzweig.

En la segunda parte, el FBI detiene a Koehler y comienza una investigación mucho más profunda, mucho más oscura. Gourevitch el reportero teólogo tiene ante sí a la personificación del Mal, un viejo quisquilloso que en su juventud mató a un hombre porque le caía mal y a otro porque se metió a incordiar, y que ahora no siente la más mínima culpa.

Ruanda en un vaso de agua

No es casual que este material también haya salido en el New Yorker, que mezcla chismes de la alta sociedad neoyorquina con análisis profundos de arte, ciencia y política, y crónicas apasionantes y larguísimas de algunas de las mejores plumas del mundo.

Fue en sus páginas donde se desplegó la crónica del juicio en Israel a Eichmann (Eichmann in Jerusalem) de Hannah Arendt. Y fué en el New Yorker donde se dió a conocer el reportaje de un asesinato en un pueblito de Kansas, A sangre fría, con el que Truman Capote inauguró el género de la novela de no ficción y liberó al periodismo estadounidense para que pudiera convertirse sin complejos en una rama de la literatura.

¿Quién es Frank Koehler en realidad? ¿Cuál es el hilo delgado e invisible que lo une a Andy Rosenzweig? ¿Qué nos dice la historia de estos dos hombres sobre el mundo, la mente humana, el Bien y el Mal? Al promediar el libro, estas preguntas no nos dejan indiferentes.

Aún sin coincidir con la visión moral del mundo que destila Gourevitch, Caso cerrado es un digno heredero de A sangre fría. Es una pequeña novela de no ficción como debe ser: está contadas con precisión y honestidad en los datos, investigación exhaustiva, pero también con un persistente instinto narrativo que bucea, selecciona y extrae del fárrago de la realidad caótica una buena historia que enriquece e ilumina. Y el libro engañosamente simple que confirmó a Philip Gourevitch como un reportero de la oscuridad del alma para seguir con atención y escalofrío. 

En los años siguientes Gourevich se dedicó al periodismo cultural (por cinco años dirigió la legendaria revista The Paris Review, que publica las mejores entrevistas con escritores del mundo mundial) y publicó un nuevo libro sobre el mal: La balada de Abu Ghraib, sobre los soldados estadounidenses obligados a infringir torturas, atrocidades y humillaciones a los presos iraquíes a comienzos de la Guerra de Iraq.

¿En qué andará hoy Gourevich? Ojalá se siga sumergiendo en el pozo sin fin del mal para traernos historias aterradoras para no dormir y seguir preguntándonos quiénes somos. 

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Roberto Herrscher

Roberto Herrscher es periodista, escritor, profesor de periodismo. Académico de planta de la Universidad Alberto Hurtado de Chile donde dirige el Diplomado de Escritura Narrativa de No Ficción. Es el director de la colección Periodismo Activo de la Editorial Universidad de Barcelona, en la que se publica Viajar sola, director del Premio Periodismo de Excelencia y editor de El Mejor Periodismo Chileno en la Universidad Alberto Hurtado y maestro de la Fundación Gabo. Herrscher es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Periodismo por Columbia University, Nueva York. Es autor de Los viajes del Penélope (Tusquets, 2007), publicado en inglés por Ed. Südpol en 2010 con el nombre de The Voyages of the Penelope; Periodismo narrativo, publicado en Argentina, España, Chile, Colombia y Costa Rica; y de El arte de escuchar (Editorial de la Universidad de Barcelona, 2015). En septiembre de 2021 publicó Crónicas bananeras (Tusquets) y su primer libro colectivo, Contar desde las cosas (Ed. Carena, España). Sus reportajes, crónicas, perfiles y ensayos han sido publicados The New York Times, The Harvard Review of Latin America, La Vanguardia, Clarín, El Periódico de Catalunya, Ajo Blanco, El Ciervo, Lateral, Gatopardo, Travesías, Etiqueta Negra, Página 12, Perfil, y Puentes, entre otros medios.

 

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