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Jorge Herralde: la voz del editor

Por 3 de abril de 2019 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Roberto Herrscher

 

La legendaria editorial Anagrama cumple medio siglo. Entrevisté a su creador y cerebro Jorge Herralde hace un par de años para Buensalvaje, una creativa y voluntariosa revista literaria de Costa Rica que desapareció antes de su publicación. Lo rescato aquí, porque creo que su historia no ha perdido vigencia y su premisa sigue siendo una buena idea. A pedido del editor Alberto Calvo, le pedí a Herralde que eligiera un libro o autor por cada década de su editorial. En algunos casos las respuestas reafirmaron mis suposiciones; en otros, fueron muy sorprendentes.

*          *          *

“En otoño de 1967, después de algunas tentativas, decidí emprender una editorial, de vocación primordialmente política, antifranquista y heterodoxa”, cuenta Jorge Herralde en su segundo libro de memorias de escritores, editores y amigos, Por orden alfabético.

“Primero pensé en llamarla Crítica, un nombre algo ‘sobredeterminado’, pero surgieron problemas ya que el nombre estaba registrado. Una tarde, en la Agencia Literaria Carmen Balcells, empecé a curiosear en unas estanterías dedicadas a una de las editoriales representadas, Feltrinelli. Entre los títulos de ‘Materiali’, la colección por antonomasia de la neovanguardia, había uno que me atrapó al instante, Senso e anagrama, de Renato Barilli, amore a prima vista.”

Y ese fue el momento en que tomó la decisión. “La editorial se llamaría Anagrama. La misma tarde había quedado en casa de Joaquín Jordá, que estaba con nuestro común amigo Terenci Moix, enfant terrible de la literatura catalana. Fueron los primeros en saberlo y les gustó mucho. Terenci empezó a dar brincos: ‘¡Anagrama! ¡Es una palabra mágica!’”

En esta anécdota – y en cómo la cuenta Jorge Herralde- se condensa lo esencial del personaje: el gran editor hecho con partes variables de erudición (que no pedantería: cuando pone expresiones en italiano y en francés, éstas nunca molestan), de entusiasmo juvenil, de dejarse guiar por las intuiciones, de gozar y aprender de los amigos, de mezclar libros y vida como si no pudieran ser cosas distintas.

Desde el comienzo Herralde fue Anagrama y la editorial fue el retrato exquisito, profundo y divertido, de su editor.

Desde entonces ha publicado más de tres mil libros. En su preciso catálogo de 2014, son 3.349, pero en los años que siguieron se han sumado algunos más. En su primer año completo, 1969, publicó quince libros. Ahora son un promedio de setenta y cinco por año.

“¿Ha leído todo lo que ha publicado?”, le pregunto.

“Casi todo. Confieso que me salté alguna de las 25 novelas de Patricia Highsmith, algunos libros técnicos de los setenta… pero he leído prácticamente todo lo que publicamos y muchísimo más”.

En una tarde plomiza y suspendida en la Barcelona otoñal, me acerqué a los cuarteles de Anagrama para entrevistar a Herralde. A diferencia de las oficinas centrales de otras editoriales, en Anagrama lo primero que recibe al visitante es un amplio piso con escritorios para los 18 trabajadores, al fondo un ventanal y en el piso y en las paredes, miles de libros apilados. Es un lugar de trabajo, pero no es una fábrica: es un gran taller artesanal.

Durante una hora y media, le pedí a Herralde que me contara el recorrido de su editorial centrándose en unos pocos de los miles de libros editados. Le pedí que fuera uno por década. En algunas décadas, el editor pudo mencionar un autor solo, ya que no un libro. Pero en otros, sentía que la injusticia era demasiado grande y tuvo que agregar otro. ¡O dos más!

Aquí va un destilado cuidadoso de sus palabras. En momentos donde siento que mi pregunta es necesaria para que se entienda, o cuando se produce un intercambio interesante, meto mi voz. En casi todo lo demás, señoras y señores, los dejo con la voz del Editor.  

1.      Comienzos heroicos

Sí, se tenía que llamar Crítica porque empezó cuando el ensayo político, heterodoxo y de izquierdas era muy importante. Era lo que más nos motivaba. Era el gran rechazo, y el sueño de dar material para que los lectores tuvieran buenos libros, concisos. En la primera época salieron los Cuadernos Anagrama,  de ochenta a cien páginas, que valían entre treinta y cuarenta pesetas de la época. Eran libritos de Trotsky, Rosa Luxemburgo, Mao, los situacionistas franceses…Eran libros breves pero no de divulgación sino de altísimo nivel teórico y otros excelentes que en torno a un tema reuníamos textos de varias revistas con un título genérico.

El opúsculo situacionista que quiero mencionar es Sobre la miseria en el medio estudiantil. El germen de las ideas antiautoritarias del mayo francés salía de este opúsculo. Era de un colectivo, el que más recuerdo como autor es Mustafá Kayat. Un símbolo del proyecto de los Cuadernos Anagrama. 

En esa época se vendía y se leía poco. La gran revolución de la educación universitaria generalizada en España comienza en los ochenta. En los sesenta, cuando vendían 3.000 ejemplares de un libro, las editoriales de la época descorchaban botellas de cava.

2.      …y la censura

Hasta después de la muerte de Franco, lo más excitante era la lucha contra la censura, intentar que fuera posible la lectura de tanto libro prohibido – tuvimos secuestros, procesos – lo estimulante y divertido era la lucha, si me permites cierta frivolidad.

El procedimiento habitual era enviar los libros al Ministerio de Información y Turismo antes de publicarlos. En unas semanas contestaban y en muchos casos “desaprobaban” la publicación. Traducido: la prohibían. En el 68 envié los textos y me prohibieron todo lo que fuera sobre Mayo Francés, Revolución Cubana, China… por no hablar de la Guerra Civil y ha historia reciente de España. Como vi que estaban mutilando salvajemente el incipiente proyecto editorial, utilicé otra vía que se usaba muy poco. Era posible pero peligrosa: el hecho consumado. Enviar el libro ya hecho y esperar un día para cada 50 páginas y empezar la distribución. Si querían secuestrarlo, como hicieron en ocho o diez casos, pero eso ya salía en la prensa y ellos querían dar una imagen más amable y civilizada, y así se colaron títulos que habían sido “desaconsejados” a otras editoriales. Algunos igual los secuestraban, claramente con afán punitivo económico contra la editorial.

Recuerdo uno sobre los Tupamaros de Uruguay. Era un reportaje periodístico que daba voz al jefe de los tupamaros pero también al embajador americano, a militares… No solo lo secuestraron sino que a mí me enviaron al Tribunal de Orden Público y yo estuve un año en libertad condicional. Después me benefició uno de los indultos generales.

Desde entonces ya enviaba todo impreso, esperaba unos días y en ocho o nueve casos bloquearon el libro e impidieron la publicación. Pero gracias a eso, en nuestro catálogo hay cantidad asombrosa, apabullante de libros izquierdistas: por esa lista nadie diría que vivíamos en una dictadura. Pero pasaban cosas. Una vez me llamó el jefe de la censura y me dijo: “¿Usted qué pretende con esto?” Era un libro de Isaac Deutscher, el gran historiador trotskista inglés, otro de Noam Chomsky, Sobre política y lingüística, que era una entrevista en la New Left Review, más otro texto sobre Vietnam… me propusieron que los sustituyera por otros… y me dijeron verbalmente que a partir de entonces todos los libros de esa colección, los Cuadernos Anagrama, debía enviarlos previamente al Ministerio. Pero después del verano, dijéramos que “me olvidé”.

Para mí, fundar Anagrama era una manera de combinar mi entusiasmo por la buena literatura y mi pulsión antifranquista, política. Fueron años muy estimulantes, ricos, algunos cayeron por el camino pero salimos adelante.

3.      Los sesenta: Hans Magnus Eszenberger

Me preparé disciplinadamente la lista, pero me queda muy chica. Para los sesenta, por el autor, el libro y el valor simbólico de la colección Argumentos, elijo Detalles, de Hans Magnus Enzensberger. Un título falsamente modesto, buenísimo porque habla de la manipulación de la industria cultural, del libro de bolsillo… nosotros lo publicamos en el 69 pero es del 62, profético, de una inteligencia deslumbrante. Yo lo había leído en francés. Cuando empecé a preparar la editorial en otoño del 67 fui a visitar a algunos de los editores que admiraba, entre ellos Carlos Barral, y tuve una sesión en su despacho en “la casa de los sabios”.

Me sugirió un par de libros que no me acabaron de convencer, pero me dijo: “Me harías un gran favor si publicaras este libro de Enzensberger porque resulta que un gran filósofo que traducía del alemán se enamoró de este libro, lo contratamos hace cuatro años y no ha entregado una cuartilla. Yo lo había leído en francés, y otro suyo Política y delito, y dije: por supuesto. Se lo di a un traductor más tenaz. Así empezamos.

Enzensberger tiene 23 títulos hasta la fecha en Anagrama, habla perfectamente el español y fue jurado en alguno de nuestros premios de ensayo.

4.      Los setenta: Charles Bukowski

En 1976 comencé una serie forajida y salvaje con Bukowski y Copi, el dibujante de La Mujer sentada, que era un gran escritor. Bukowski, el autor fundamental de Contraseñas, se convirtió en un sorprendente long-seller desde entonces. Los abuelos los pasan a los padres y los padres a los hijos, tanto en España como en América Latina. Los empecé a leer en un vuelo de San Francisco a Barcelona, me dejaron completamente enganchado y hemos publicado 18 títulos, prácticamente todos sus cuentos y novelas. Parece fácil de leer, de traducir o de imitar, pero es falso. Ha habido tantos escritores que pensaron que “hacer un Bukowski” es fácil y no lo es. En absoluto.

Empecé con Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, y casi al momento, Escritos de un viejo indecente y La máquina de follar. Salieron los tres en muy pocos meses en 1978. Esos primeros tenían portadas de un diseño deliberadamente feísta, agresivo, violento. Expresaba la agresión al lector burgués desde el diseño y el título.

Le comento: Tal vez esos jóvenes burgueses querían secretamente ser agredidos…

Me responde: O soñaban con formar parte de los agresores…

 

5.      Los ochenta: Patricia Highsmigh, John Kennedy Toole y la Biblioteca Navokov

A principios de la década comienza la colección Panorama de narrativas. En el 81 comienza a publicarse Patricia Highsmith sobre todo con Extraños en un tren y El talento de Mr. Ripley, se convierte en un fenómeno, pasa del gueto de la literatura de quiosco a la gran literatura porque se publicó en esta colección donde ya estaban Samuel Becket, Joseph Roth, Jane Bowles, literatura de primerísima calidad… el gesto editorial era decir “Patricia Highsmith no desmerece un ápice en esta compañía”.

Y además, como publicamos ocho libros suyos en dos años, iniciamos esa invasión, lo que el viejo Lara (José Manuel Lara, el fundador de Planeta) llamaba “la peste amarilla” (por el color de las portadas). En las librerías, la mancha era cada vez más visible. Muy poco después, salió La conjura de los necios de John Kennedy Toole, que se convierte en un longseller infinito. Un libro divertidísimo, tronchante, con una historia muy triste detrás, porque el autor se suicidó sin haber logrado su publicación… Es del 82, se reedita continuamente.

Y no podía faltar, saltándome otra vez la disciplina, la Biblioteca Nabokov en esta década. Su obra estaba desperdigada en varias editoriales, en España, en América Latina, y se podía encontrar pero había que iniciar una negociación directa con Vera Navokov, la viuda. Yo había ido comprando los derechos de todos los libros de una forma muy sigilosa, para que no adivinaran mis intenciones… eran libros que estaban descatalogados, inencontrables… y solo tuve dos escollos, pero descomunales. Uno era Lolita. ¿Cómo vas a hacer una biblioteca Navokov sin Lolita? Lo había publicado mi amigo Juan Grijalbo, y llegamos a un pacto: estaba en edición de bolsillo, y yo le cedía El desfile del amor de Sergio Pitol, que ganó nuestro premio, para América Latina y él me cedió los de Lolita en edición más cara.

El otro era Ada o el ardor. Lo había publicado Mario Lacruz en Argos Vergara  y lo quería llevar a su nueva editorial, pero finalmente Vera Navokov, con quien ya llevábamos como 15 contratos, nos lo cedió. Empezó esta biblioteca de la que estoy muy orgulloso: 17 títulos. Casi todo. Pero fuera de Lolita y Ada, este esfuerzo, a menudo con nuevas traducciones, el resto, como el fantástico Pálido fuego, seguía con su temible condición de “escritor para escritores”. Vamos reeditando cada tanto, pero piano piano…

6.      Los noventa: Los detectives salvajes

En los noventa, haciéndome trizas el corazón por los descartados, me ceñí a una obra tan refulgente como Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Empecé a publicarlo con una novela corta, una pequeña obra maestra, un libro de cuentos: era prácticamente desconocido. Tuvo muy buena crítica entre los que sabían. Luego reunimos todos sus cuentos en la colección Otra vuelta de tuerca, que era un doble homenaje: al libro de Henry James y al traductor Pepe Bianco, que le puso “otra” a TheTurn of theScrew. Bianco mejoró brillantemente el título.

En el 96 Estrella distante, en el 97 Llamadas telefónicas, en el 98 Los detectives salvajes, que ganó nuestro premio, ganó el Rómulo Gallegos, y quedó ya instalado. Sus libros, que fuimos sus agentes hasta su muerte, fueron vendidos a las mejores editoriales del mundo. Sus sucesivos agentes, Carmen Balcells y Wyle, siguieron por esa vía. En Estados Unidos repartimos los libros chicos entre la editorial selecta y estupenda New Directions y los grandes en Strauss, Starr and Giraux, que tenía enorme prestigio y un gran músculo empresarial.

Desde Cien años de soledad ningún autor en lengua española había tenido tal acogida en Estados Unidos. Se produjo un fenómeno que luego se ha repetido en cierta manera con el noruego Karl Ove Knausgaard: fue adorado por sus colegas. A Bolaño, sobre todo los autores de 50 años para abajo. Veías los rankings anuales de preferidos de otros autores y te asombrabas. Un autor en principio tan alejado de Bolaño como KazuoIshiguro, los dos libros que eligió en una encuesta fueron Los detectives salvajes y 2666. Fue muy respetado por la crítica, seguido por los lectores, pero creo que el rasgo diferencial fue una especie de icono para los escritores, sobre todo los más jóvenes.

¿Por qué?, inquiero.

Es una pregunta de difícil respuesta. En Los detectives salvajes había por una parte en cierta manera la del viaje, la libertad sin ataduras. Era un Kerouac: Arturo Belano y Ulises Lima podrían ser como Kerouac y Cassady en el Sur. También estaba emparentado con el viaje de Huckleberry Finn.

¿Más que soñar con escribir como Bolaño, soñaban con ser Bolaño?

Sí, se convirtió en un mito como persona. Aderezado por leyendas verdaderas o falsas….

Es curioso… tomando su comparación con García Márquez, los escritores jóvenes tal vez soñaban con escribir como García Márquez pero no ser él. En cambio, Bolaño…

… haciendo un poco de literatura, y agregándole su muerte prematura, fue una especie de James Dean de las letras.

7.      Nuevo siglo y Ricardo Piglia

En el 2000, mi candidato es Piglia. Empecé a editarlo aquí – lo publicaba Planeta en Buenos Aires pero en España nadie – pero después ya tuvimos los derechos para América Latina. Para Planeta era demasiado literario, intelectual, poco marketable. Esto propició que viniera a Anagrama y empezamos con gran pasión en el 2000: Formas breves y Plata quemada. Después Crítica y ficción, todos los nuevos libros hasta ahora y recuperamos sus novelas y ensayos anteriores.

Para mí Formas breves fue un deslumbramiento y en realidad, la inteligencia de la crítica literaria, su fluidez y pasión como una novela, la forma de concatenar y relacionar con una agudeza fabulosa… esto fue una suerte de anticipo de Los diarios de Emilio Renzi. Ahora que vengo de recoger en su nombre el Premio Formentor, y leí dos textos: uno de sus comentarios sobre otros escritores (Macedonio Fernández, Roberto Arlt, Borges, Gombrowicz…) y después fragmentos de los diarios, que son deslumbrantes.

8.      Esta década: Rafael Chirbes y Karl Ove Knausgard

En esta década voy a mencionar también a dos. Uno es Rafael Chirbes, un escritor a contramano, muy bien tratado por la crítica española, pero ajeno a cualquier circuito de poder literario. Se dio la paradoja que no fue hasta Crematorio que ganó el Premio de la Crítica. Es la novela profética del pinchazo de la burbuja. Publicado en el 2007, un año antes de la crisis y el destrozo de todo orden, paro, corrupción instalada, destrucción del paisaje, la aberración total que él vio antes que nadie. En 2013 publicó En la orilla, la constatación del desastre.

Ni él ni sus lectores lo consideraban un escritor del presente. Era cultísimo: publicó sobre La Celestina un ensayo admirable, sobre Galdós, y también escribió sobre sus contemporáneos como Juan Marsé y los más jóvenes como Andrés Barba y Marta Sanz. Tengo la alegría que muchos de estos jóvenes sean de los nuevos autores de Anagrama. Sus lectores vieron que en Chirbes había mucha crítica pero estaba alejado del panfleto maniqueo: era también alta literatura. 

En el Frankfurter Allgemeine Zeitung dijeron que ojalá en Alemania hubiera habido un escritor que hablara sobre su reunificación como lo hace Chirbes sobre el presente y el pasado reciente en España. No es un escritor solo contestatario, solo cronista de la crisis, realista, sino mucho más: un lector muy bueno, gran lector de Proust, Dos Passos, Thomas Mann…

Todos estos que te he mencionado desde Enszberger muestran esta vocación de política de autor. Es lo que buscamos con los que empiezan muy bien. A veces las esperanzas se frustran, pero muchos los seguimos publicando por años.

El último de esta década es Karl Ove Knausgard. Leí en Frankfurt una sinopsis en inglés de su proyecto, Mi lucha, y vi que era algo nuevo. Era la época en las que se publicaban cincuenta novelas policíacas nórdicas en España. Este era un proyecto más anagramático. Publicamos el primero, La muerte del padre. Tuvo buenas críticas pero ventas sosegadas, no era muy conocido. Pero para el segundo, Un hombre enamorado, ya había despegado en Estados Unidos. Con tantos escritores diciendo que era su ídolo se vendió mucho mejor.

9.      Ingleses, italianos, franceses…

Con esta lista siento que me he comido mucho. Entre otras cosas, el British DreamTeam: Martin Amis, Julian Barnes, IanMcEwan, HanifKureishi, KazuoIshiguro, como las figuras más fulgurantes, pero en la siguiente generación gente valiosísima como Irvine Welsh, Nick Hornby, Jonathan Coe. La carrera de estos se ha desarrollado íntegramente en Anagrama.

También italianos, empezando con El oficio de vivir de Cesare Pavese, un libro fundamental. Después Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi, El Danubio de Claudio Magris…

Y el mayor contingente: el francés. El primer año, de los 15 títulos, ocho eran franceses. Luego, muchos y muy buenos, sobre todo en los tiempos políticos del ensayo, desde Sartre. En los cinco o seis últimos años se ha consagrado una nueva generación que descolló por su gran calidad literario. Autores que están ahora entre los 70 y los 55 años, el “senior” sería Patrick Modiano, a quien publicamos desde mucho antes de que le dieran el Nobel. Luego Michel Houellebecq, Emmanuel Carrère, que empezó con novela y ahora en grandes obras de no ficción, como El adversario, Limónov y El reino.

Mi favorito es Jean Echenoz, a quien vengo publicando desde hace más de 20 años sin mucho éxito comercial. Pero me encanta. En los últimos años hizo una trilogía de novelas basadas en biografías, sobre el compositor Maurice Ravel, el físico Tesla, un inventor a quien robaron las patentes (Relámpagos), y sobre todo sobre el atleta checo Zapotec (Correr) y tuvo muchos más lectores. Después de tantos años, se ha acabado la travesía del desierto para Echenoz. Su último libro es de cuentos misceláneos, algo muy difícil de vender. Pero los une una escritura flexible, sedosa, con un humor inesperado.

10.  La crónica, Kapuscinski y compañía

¿Y cómo olvidar el Nuevo Periodismo? Tom Wolfe y el Nuevo Periodismo, Hunter Thompson, Truman Capote, Norman Mailer… Esa colección Crónicas, que empezó con Cabeza de turco, de Günter Wallraff…

Pero el autor principal de la colección Crónicas es Ryszard Kapuscinski. Cuando lo empezamos a publicar con mucho prestigio y ventas insignificantes en el 87. El Emperador, que es casi mi libro favorito. Al sexto libro, Ébano, pasó de vender 2.000 a vender 60.000. No tengo una explicación. Tocó una tecla inesperada.

Este gran periodista terminó siendo la excepción a una triste regla: el género de crónicas gusta mucho pero viaja poco. Viajan ellos, pero sus libros no. En su caso, de pronto tuvo un éxito descomunal, y la gente se preguntaba qué más podía leer del autor de Ébano y teníamos cinco libros esperando. Ahora es uno de los autores fundamentales para nosotros, por su escritura y sus ventas.

 

Libros que surgen en la charla, en orden de aparición

(Todos publicados por Anagrama, salvo el segundo, que dio nombre a la editorial, y Cien años de soledad)

 

Jorge Herralde: Por orden alfabético

Renato Barilli: Senso e anagrama

Hans Magnus Enzensberger: Detalles, Política y delito

VV.AA.: Sobre la miseria en el medio estudiantil

Chomsky: Sobre política y lingüística

Charles Bukowski: Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, y casi al momento, Escritos de un viejo indecente y La máquina de follar

Copi: El baile de las locas

Patricia Highsmith: Extraños en un tren, El talento de Mr. Ripley,

John Kennedy Toole: La conjura de los necios

Vladimir Navokov: Lolita, Ada o el ardor, Pálido fuego

Sergio Pitol: El desfile del amor

Henry James: Otra vuelta de tuerca

Roberto Bolaño: Estrella distante, Llamadas telefónicas, Los detectives salvajes, 2666

Karl Ove Knausgaard: Mi lucha I La muerte del padre y II Un hombre enamorado

Jack Kerouac: En el camino

Gabriel García Márquez: Cien años de soledad

Ricardo Piglia: Formas breves, Plata quemada, Crítica y Ficción, Los diarios de Emilio Renzi.

Rafael Chirbes: Crematorio, En la orilla.

Cesare Pavese: El oficio de vivir

Antonio Tabucchi: Sostiene Pereira

Claudio Magris: El Danubio

Emmanuel Carrère: El adversario, Limónov, El reino

Jean Echenoz: Ravel, Relámpagos, Correr

Günter Wallraff: Cabeza de Turco

Ryszard Kapuscinski: Ébano

 

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Roberto Herrscher

Roberto Herrscher es periodista, escritor, profesor de periodismo. Académico de planta de la Universidad Alberto Hurtado de Chile donde dirige el Diplomado de Escritura Narrativa de No Ficción. Es el director de la colección Periodismo Activo de la Editorial Universidad de Barcelona, en la que se publica Viajar sola, director del Premio Periodismo de Excelencia y editor de El Mejor Periodismo Chileno en la Universidad Alberto Hurtado y maestro de la Fundación Gabo. Herrscher es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Periodismo por Columbia University, Nueva York. Es autor de Los viajes del Penélope (Tusquets, 2007), publicado en inglés por Ed. Südpol en 2010 con el nombre de The Voyages of the Penelope; Periodismo narrativo, publicado en Argentina, España, Chile, Colombia y Costa Rica; y de El arte de escuchar (Editorial de la Universidad de Barcelona, 2015). En septiembre de 2021 publicó Crónicas bananeras (Tusquets) y su primer libro colectivo, Contar desde las cosas (Ed. Carena, España). Sus reportajes, crónicas, perfiles y ensayos han sido publicados The New York Times, The Harvard Review of Latin America, La Vanguardia, Clarín, El Periódico de Catalunya, Ajo Blanco, El Ciervo, Lateral, Gatopardo, Travesías, Etiqueta Negra, Página 12, Perfil, y Puentes, entre otros medios.

 

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