Roberto Herrscher
Con Doctor Atomic, el Teatro de la Maestranza de Sevilla trae a España por primera vez una ópera de John Adams, el compositor clásico más polémico y uno de los más representados e influyentes de la actualidad. Para mí está entre lo más sorprendente y atrevido que se hace en música este año en España.
Estoy a punto de salir para el teatro sevillano, y quiero compartir este pequeño ensayo y entrevista al compositor que publiqué esta semana en La Vanguardia.
Ayer el director artístico de La Maestranza Pedro Halffter recordó que en cinco meses se cumplirán 70 años de los crímenes de Hiroshima y Nagasaki. Y que hoy mismo los líderes de Israel, Irán y Estados Unidos se amenazan y caminan por la punta del precipicio por la bomba atómica. Hoy llega a España una ópera importante, actual, necesaria, porque hace pensar y sentir nuestra historia común de una nueva manera.
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En 1987, John Adams compuso una ópera sorprendente: en Nixon en China cantan el presidente de EEUU Richard Nixon y el líder chino Mao Tse Tung. Los espectadores salían perplejos. ¿Es esto una ópera? Sí: era una ópera que eleva a arte lírico historias que estaban en las portadas de los diarios.
El viaje de Nixon a la China comunista en 1972 había significado un parteaguas en las relaciones entre dos imperios y dos culturas. Adams, la libretista Emily Goodman y su director de escena Peter Sellars dieron vuelta lo que habitualmente hacía la ópera. En vez de contar viejos mitos e historias clásicas para hablar del presente, como hacían Mozart, Verdi o Wagner, contaron la política del presente para sacar a la luz su condición universal, profunda, mítica. Nixon como agonista de su propia tragedia.
En 1991, Adams, Goodman y Sellars se metieron en aguas mucho más peligrosas. El tema de su siguiente ópera, La muerte de Klinghoffer es el secuestro del crucero Achille Lauro en el Mediterráneo en 1985. Los secuestradores, jóvenes terroristas palestinos, asesinaron a Leon Klinghoffer, un turista judío en silla de ruedas, y lo arrojaron al mar.
Hace cuatro meses, cuando el Metropolitan de Nueva York estrenó una nueva versión de esta ópera, cientos de manifestantes se apostaron en las puertas del teatro con pancartas y gritos, acusando a los creadores de antisemitismo y de glorificar el terrorismo. Casi ninguno de los manifestantes había visto o escuchado la ópera. Pero poner sobre un escenario a estos guerrilleros palestinos ya era inaceptable para ellos.
Ante los ataques personales, Goodman se bajó del barco y abandonó la escritura de libretos. Pero Adams y Sellars tomaron el alboroto como evidencia de que lo que hacían tenía sentido: ponían el dedo en la llaga, pegaban donde dolía. Su arte era incómodo. Mostrar sobre un escenario de ópera de hoy un coro de exiliados judíos y luego un coro de exiliados palestinos, hacía pensar, obligaba a sentir.
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En 2005, ahora con Sellars como libretista, John Adams produjo una obra maestra: Doctor Atomic vuelve la vista atrás a otro gran momento de la historia de su país y del mundo: el momento en que el equipo de físicos liderado por el Dr. Robert Oppenheimer creó la bomba atómica.
En la madrugada del 16 de junio de 1945, en la instalación secreta de Los Álamos, el equipo de Oppenheimer detonó por primera vez una bomba de prueba. Dos meses más tarde, la ciudad de Hiroshima quedó devastada.
¿Por qué se arrojó la bomba atómica, si Alemania – la potencia que podía estarla desarrollando – ya se había rendido y Japón estaba a punto de capitular? Los científicos y militares de Los Álamos – Oppenheimer, Edward Teller, Robert Wilson, el meteorólogo Jack Hubbard, el general Leslie Groves, grandes personajes operísticos – debatían apasionadamente sobre qué debía hacerse. Habían creado un monstruo capaz de exterminar a la raza humana. Estaba a punto de comenzar la era nuclear.
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Le pregunté a John Adams por su interés por acercar la ópera al mundo de la ciencia.
“Al trabajar en Doctor Atomic me di cuenta de lo expresiva y poética que puede ser la ciencia", me dijo. "Todos los descubrimientos de la física de comienzos del siglo XX (Einstein, Niels Böhr, Heiselberg) me emocionaban. Muchos científicos me escribieron agradeciéndome después de ver Doctor Atomic, ¡y hasta me invitaron a hablar en un congreso de físicos!”
Pero físicos hay muchos. ¿Por qué había elegido a Robert Oppenheimer como protagonista de una ópera?
No dudó ni un segundo. “Oppenheimer es uno de los grandes héroes trágicos de nuestro tiempo. Era un hombre inmensamente culto, hablaba cinco idiomas, dominaba la ciencia de su tiempo y tenía la energía y el carisma de liderar el proyecto que hizo posible la bomba atómica. Al final fue destruido por el gobierno al que sirvió tan fielmente. Lo persiguió el FBI y en parte, su orgullo y su desprecio por los mediocres lo terminaron de hundir.”
Finalmente, me dio una primicia: “Creo que es una gran historia, y Peter Sellars y yo estamos pensando en hacer una secuela de Doctor Atomic, sobre la caída de Oppenheimer.”
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Como sus dos antecesoras, el libreto de Doctor Atomic está escrito con palabras tomadas de documentos y cartas reales, y también usa un lenguaje poético, de profunda carga filosófica: lo que discuten estos hombres, las decisiones que toman, sus dudas y certezas, tiene que ver con cuestiones de vida y de muerte. La noche del 16 de junio de 1945 se jugaba en ese árido pedregal de Nuevo México el futuro de la humanidad.
Doctor Atomic y sus hermanas son obras polémicas, fácilmente comprensibles y desasosegantes. La línea vocal sigue la prosodia del habla popular norteamericana, y en momento clave se derrama en arias melodiosas; pero la mayor parte de la música está producida por la orquesta, en una excitante variedad de ritmos, de colores y timbres. Los lúgubres melismas, las fanfarrias potentes y las danzas salvajes producen un efecto directo y visceral.
Su estilo surge del minimalismo de Steve Reich y Philip Glass (tonal, basado en la riqueza armónica, formado por pequeñas células melódicas que se repiten hasta formar un tapiz sonoro), pero se escaba de esta denominación: juega con la música popular, se infecta de una pulsión rítmica contagiosa y es mucho más dramático.
Nadie como John Adams se ha tomado tan en serio la ambición de decir algo importante al público de hoy. En sus manos, la ópera, un género que fue relevante para entender el mundo hace cien años, vuelve a cobrar valor como forma de mirar el presente con más profundidad.
Por eso es importante la llegada de una ópera de Adams a España. El Teatro de la Maestranza de Sevilla y su director artístico Pedro Halffter, que dirige la compleja y vibrante partitura desde el foso, han sido valientes en esta época de crisis.
¡Bienvenido, Doctor Atomic!