Roberto Herrscher
La prestigiosa y otrora adusta casa de los genios de la música clásica Deutsche Grammophon, con 122 años de historia, presenta a sus jóvenes intérpretes en discotecas, los fotografía como ídolos pop y dedicó sus mayores esfuerzos de 2021 al concierto del compositor de Hollywood John Williams con la Filarmónica de Viena. ¿Le funcionará este camino hacia un público que le da la espalda a su arte?
A comienzos de 2021, muchos aficionados a la música llamada clásica recibimos con sorpresa los insistentes mensajes por redes sociales del “concierto del año”: se trataba de la Filarmónica de Viena tocando bandas sonoras de las películas de John Williams. En vistosos clips de uno o dos minutos, el mismo compositor dirigía fragmentos de La guerra de las galaxias, Parque Jurásico, La lista de Schindler y E.T., entre otros. Entrado el año, las redes se volvieron a llenar con la presencia de Williams con la Filarmónica de Berlín. La web del sello discográfico incluía videos de Williams manifestando su alegría y el público aplaudiendo como niños con juguete nuevo.
Al mismo tiempo, artistas consagrados como Daniel Barenboim, Yo Yo Ma y Anne Sophie Mutter y otros valores emergentes como el pianista sueco Víkingur Ólaffson y la directora lituana Mirga Gražinytė-Tyla aparecen en portadas de discos como estrellas pop, en acantilados de tormenta, con vestidos vaporosos, o ante un fondo impresionista de luces borrosas; las presentaciones de novedades discográficas vienen con sus clips que relacionan fragmentos de música con ideas sobre la libertad, la pasión y los sueños juveniles.
En uno de estos álbumes debut, Nightscapes de la arpista alemana Magdalena Hoffmann en noviembre de 2021, la portada es un primer plano de la bellísima cara de la intérprete mirando un paisaje difuso, como una cortina de agua o de tul, en tonos desde el celeste lavado al morado intenso. Media cara se va difuminando en los tonos del fondo, mientras su mitad precisa se adentra con fiereza en la lejanía. El texto que acompaña el lanzamiento dice: “A la noche, todo se vuelve más íntimo, más sentido, con múltiples capas”, observa Hoffmann. “La oscuridad invita a mirar hacia adentro, mientras el alma despliega sus alas – y así también la imaginación”.
¿Qué está pasando en la otrora adusta marca de referencia de las obras clásicas?
Hubo una época en que la etiqueta amarilla con una sobria corona de tulipanes (que diseñó el consultor publicitario de Siemens Hans Domizlaff en 1900) era sinónimo de un espíritu elevado, en el firmamento de los grandes maestros.
El cantautor francés Vicent Delerm (un flaco sutil e irónico con guitarra, como un moderno Georges Brassens) tiene una canción de su disco Kensington Square de 2004 dedicado a una “chica Deutsche Grammophon”, que prefiere las interpretaciones del legendario director germano Wilhelm Furtwrangler a las canciones de Jean Pierre Mader (supongo que podría ser otro trovador pop, pero hace rimar Mader con Furtwrangler), y que te sorprende eligiendo el claustro medieval de Marmande antes que Disneyland (obvio, Delerm también consigue rimar Marmande con Disneyland).
La chica de la canción es fina, es lánguida, es inolvidable. Y los long plays de DG, con reproducciones de cuadros románticos en las tapas, se mezclan en el piso de los amantes bohemios con botellas de vino a medio tomar, ceniceros rebosantes y la exquisitez de los gustos compartidos.
Probablemente la unión de música de alto vuelo, diseño atractivo y negocio redondo ya estaba en la mente del fundador de la compañía, el alemán Emile Berliner (1851–1929), quien inventó el gramófono, creó la fábrica para industrializarlo y forjó el primer logo de su marca, el perro que mira dentro de la bocina mientras suena el disco. Es His Master’s Voice, La voz de su amo. Mientras, en Estados Unidos, Thomas Edison inventaba el fonógrafo. Pero el gramófono de Berliner resultó ser más fiel al sonido original, y más fácil de manejar.
La compañía empezó a contratar a los grandes nombres del canto y la interpretación, mientras desarrollaba tecnologías que llevaban el complejo sonido de una orquesta sinfónica al microsurco del disco de pasta, después al de 78, 45 y 33 1/3 revoluciones por minuto. En 1946, fue la primera compañía en desarrollar la grabación magnética.
Doce años más tarde, vino la revolución del disco estereofónico. Deutsche Grammophon lo celebró lanzando en stereo el poema sinfónico de Richard Strauss “Also sprach Zarathustra” dirigido por una de sus estrellas, Karl Böhm.
En la década siguiente, irrumpió en el firmamento de la marca su director emblema: Herbert von Karajan. Con su grabación de las nueve sinfonías de Beethoven en 1963, marcó un hito en las grabaciones “de referencia” y fue un tremendo éxito de ventas.
A lo largo de 40 años, Karajan grabó para DG 405 horas de música, con obras desde el barroco hasta el siglo XX. Su repertorio preferido, el período romántico, incluyó todas las grandes sinfonías y conciertos, muchas veces grabados con distintos solistas. Algunos de sus jóvenes protegidos, como la violinista Anne Sophie Mutter y el pianista Evgeni Kissin, siguen ligados al sello.
El maestro fue un fanático de la perfección artística y de los adelantos tecnológicos. En 1981, Karajan presentó en el Festival de Salzburgo el Disco Compacto junto al gerente de Sony Akio Morita. Su primer CD fue otra obra de Richard Strauss (su sonoridad rotunda y envolvente es ideal para probar los límites de la grabación): La sinfonía alpina, con su Orquesta Filarmónica de Berlín.
Pero las cosas están cambiando en DG. Lo anunció en un artículo de mayo de 2019 el crítico de música clásica de El País Pablo L. Rodríguez: “Deutsche Grammophon mira hacia el futuro con un ojo en el pasado. Lo demuestra la portada de este disco. Actualiza la habitual imagen del director de orquesta de mediana edad que representaba Herbert von Karajan. Y ahora, bajo el mítico sello amarillo de la corona de tulipanes de Hans Domizlaff vemos a una joven llamada Mirga Gražinytė-Tyla. La postura es similar: expresión concentrada, ojos cerrados y batuta apuntando al cielo. Esta lituana de 32 años parece destinada a cambiar la historia”.
En una entrevista en 2020 con la revista Grammophone, el director general de DG, el Dr. Clemens Trautmann enfatizaba que no veía ningún conflicto entre las decisiones y estándares artísticos y las necesidades comerciales.
“La mayoría de las veces, las apuestas más audaces y creativas en términos musicales son también las más lógicas en términos de marketing y ventas. Abren nuevas áreas de mercado”. Y puso el ejemplo del ciclo de Myrga Gražinytė-Tyla, quien no eligió el repertorio habitual sino dos sinfonías del casi desconocido compositor soviético Miroslav Weinberg. “Era muy osado, y fue un éxito de ventas, además de las excelentes críticas”.
Clemens Trautmann es en sí mismo un fascinante ejemplo del nuevo camino del sello amarillo. Se formó como clarinetista y luego se doctoró en derechos de propiedad y adquisiciones. Tras trabajar en la poderosa editorial Axel Springer y en el Instituto Max Planck, volvió a la música para dirigir DG. En la entrevista defiende el acercamiento a nuevos públicos con los Lounges Musicales, sesiones de prestigiosos artistas clásicos en sitios de jazz, rock y música electrónica. Pero su gran avance es la grabación de obras de compositores actuales como Thomas Adès, Max Reich, Philip Glass y John Adams. “¿Hay algo más excitante que escuchar una obra por primera vez, la música que se está componiendo ahora mismo? En un mundo saturado de streaming de las mismas obras, es genial tener esta música fresca”, dice Trautmann.
Los fanáticos del sello no dejaron de notar el cambio. Cuando salió Fragmentos en agosto de 2021, con su desafiante presentación (“¿Qué pasa cuando algunos de los más vanguardistas talentos de la escena musical electrónica son invitados a reimaginar las obras de los pioneros del pasado?”), el miembro del grupo de debate Talkclassical.com que se hace llamar Neo romanza opina: “Yo creo que DG tiene una crisis de identidad. Dios mío, con el maravilloso catálogo de viejas grabaciones que tenía antes de empezar a hacer este kitsch”. SanAntoine le contesta: “Ahí está el punto. Mientras sigan reimprimiendo sus viejos discos, cultivar nuevos mercados es un aspecto distinto de su plan de negocios. No tenemos la obligación de seguirlos en ese camino, pero sospecho que hay un público ahí que ellos buscan”. Y para cerrar la discusión, el moderador, Art Rock, informa: “Hace décadas que cruzaron el río, con las colaboraciones de la mezzosoprano Anne-Sofie von Otter y Elvis Costello, con Tori Amos cantando ciclos basados en temas clásicos, y con Sting tocando baladas de (el laudista del siglo XVII) John Dowland”.
Desde su nacimiento al comienzo del siglo pasado, Deutsche Grammophon se ha mantenido en un sorprendente y extraño balance, entre mantener las esencias y avanzar a lo nuevo. Ya hace medio siglo lanzó un sello plateado, Archiv, para innovar en ser puristas y tocar el barroco con instrumentos originales. Ahora busca alianzas con músicos afines de otras tradiciones, crossover con artistas populares y la presentación de sus estrellas como ídolos actuales. Afuera las corbatas y retratos serios, adentro las melenas al viento y los paisajes vaporosos. Bajo el liderazgo de un entusiasta músico-abogado, este puede ser el camino para que Mozart y Philip Glass se encuentren con la generación de Spotify.
Este reportaje fue publicado en la revista Cultura/s de La Vanguardia el 6 de febrero de 2022.