Roberto Herrscher
Con “Mein Kampf”, la escalofriante combinación de memorias e ideario que Adolf Hitler publicó en 1925, sucede algo curioso.
Todos los dictadores han censurado las obras que los critican, que contradicen su visión de la realidad o que no les gustan. Los nazis organizaron quemas de libros en todas las plazas. No solo los libros ardían: los críticos y tibios eran apresados, torturados, asesinados, enviados a los campos de concentración. La política de los nazis era aniquilar al distinto.
Si bien esto sucedió y sucede también en muchos otros regímenes dictatoriales, los nazis dieron un paso más. El objetivo de su totalitarismo era que el disenso no esté meramente prohibido: debía ser impensable. Y para eso, lo malo no debía estar oculto. Debía estar siempre presente, pero como imposibilidad.
Los discursos, los libros, los cuadros, las obras musicales, eran ridiculizados públicamente. Se pregonaba que los autores contrarios al régimen eran enfermos e imbéciles. Que la música y el arte que no comulgaba con su estética era “degenerado”.
Esta idea de la obligación de aplaudir (no solo obedecer), de la pureza de lo ario y de la degeneración de lo distinto (sobre todo lo judío) ya estaba en "Mein Kampf", Mi lucha, el farragoso libro de Hitler. Eso era lo terrible: cuando muchos alemanes votaron a su partido, las ideas que iba a poner en práctica estaban al alcance de todos. Pero pocos lo habían leído.
En 1945 Alemania Occidental se propuso crear una democracia radical. Por eso ni siquiera prohibió el “Mein Kampf”. El heredero de sus derechos, el Estado de Baviera, simplemente se rehusó a republicarlo, pero no estaba prohibido poseer o comprar una de las viejas copias. En otros países el libro estaba prohibido. En Alemania no se reimprimía. Y pocos lo extrañaban.
Pero el próximo 1 de enero de 2016, a los 70 años de la muerte de su autor, vence el copyright. Y el Instituto de Historia Contemporánea quiere volver a publicarlo. Pero quiere que ahora se lea en contexto. Que sus repugnancias, delirios, mentiras y tergiversaciones sean claramente visibles. Por eso, sus 748 páginas llegan a 2.000 con notas y ensayos.
¿Qué hacer con “Mein Kampf”?
Muchos postulan que es un peligro, un insulto a la memoria de las víctimas y sus deudos, un ataque a la humanidad y los derechos humanos. Que en tiempos de auge de la xenofobia y ataques a los refugiados, es una bomba.
Otros piensan que al retirarlo obligatoriamente de circulación es darle el aire rebelde y contestatario de todo lo prohibido. Y que es mejor que se conozca su contenido de primera mano.
Entre los dos grupos hay una diferencia esencial: tiene que ver con la confianza en la capacidad de los lectores de hoy de acercarse al libro con la distancia y desde los valores democráticos. Los que piensan que el libro de Hitler es peligroso en realidad piensan que el peligro anida entre quienes lo leen. ¿Los jóvenes de hoy sabrán leer como los de las generaciones de la posguerra europea quieren?
¿Ustedes qué piensan? ¿Que hay que prohibirlo, no republicarlo? ¿O que ante el gran censurador, mejor no censurar nada, ni siquiera el “Mein Kampf”?