
Ficha técnica
Y además saben pintar
Donald Friedman
Muchos escritores, tanto hombres como mujeres, expresaban o expresan su talento artístico de múltiples maneras y son también músicos o pintores. Para algunos, la pintura fue desde el principio una parte importante de su labor artística; otros descubrieron esta pasión más tarde, pero en la mayoría de los casos sus obras son en su mayoría desconocidas.
Este libro, con cuadros y dibujos de famosos escritores, quiere llenar este vació, y muestra las obras de Goethe, Baudelaire, Dostojewski, las hermanas Brontë, Proust, Dürrenmatt, García Lorca, Ionesco, Günter Grass, Sylvia Plath, Patricia Highsmith, Pearl S. Buck, Apollinaire, Kafka, Charles Bukowski, Lewis Carroll, Nabokov, Mark Twain y muchos otros.
Esta extraordinaria colección nos da a conocer las geniales obras de arte de algunos de los más insignes escritores de los últimos doscientos años y demuestra a la vez la importancia vital que tiene y siempre ha tenido la expresión artística con pincel y pintura para muchos hombres y mujeres de letras.
Epílogo de John Updike
El gusto por poner manchas negras sobre papel blanco es común en escritores y pintores. Antes de la aparición de la máquina de escribir y, ahora, del procesador de textos, pluma y tinta eran con lo que uno pintaba dibujos y letras; James Joyce, que encargaba a otros la labor de pasar a máquina sus manuscritos, decía que le gustaba la sensación de las palabras fluyéndole por la muñeca. Los manuscritos antiguos poseen una belleza gráfica, igual que las firmas cuyas florituras y arabescos tenían por misión disuadir a los falsificadores. Los manuscritos de Ouida, redactados, al parecer, con una pluma de avestruz, o los manuscritos de Pope y Boswell, trazados con tanto vigor y tan llenos de comentarios intercalados, son documentos igual de pictóricos que un diploma de Steinberg. Las habilidades del caballero a la antigua usanza solían incluir, entre otras, la capacidad de reproducir un retrato o un paisaje, del mismo modo que un hombre de clase media sabe hoy en día manejar una cámara; escritores de la talla de Pushkin y Goethe nos asombran con la maestría de sus bocetos.
Thackeray, por supuesto, era ilustrador profesional, como lo fueron Beerbohm y Evelyn Waugh. Edward Lear fue un pintor serio y un escritor frívolo, y si supiera que su literatura es lo que le ha valido su pasaje a la posteridad tal vez se sorprendería. Por el contrario, Wyndham Lewis parece ser más valorado hoy por sus tensos retratos de sus colegas modernistas que por su antaño muy admirada prosa. Thurber estaba considerado como un escritor que no sabía dibujar pero dibujaba de todos modos (lo cual, además de cómico, no deja de ser conmovedor, ya que era medio ciego), mientras que a Ludwig Bemelmans se le recuerda -si se le recuerda después de todo- como un pintor que sabía escribir. A decir verdad, tanto uno como otro eran aguerridos minimalistas en una era en la que las tiras cómicas se ejecutaban con un grado de detalle que en ocasiones resultaba asfixiante. Toda una serie de escritores empezaron trabajando como dibujantes de tiras cómicas: de S. J. Perelman lo podríamos haber imaginado, y hasta de Gabriel García Márquez; ¿pero de Flannery O’Connor? Pues sí, si pensamos en su vigorosa extravagancia, en la rotundidad de cada una de sus pinceladas.
Los alfabetos empiezan en pictografías, y aunque las palabras sean objetos hablados, para escribir y leer tenemos que usar la vista. La línea que separa el dibujo del símbolo es una fina línea. En los tiempos del analfabetismo galopante, el principal medio narrativo no oral era la imagen (colgada de los muros de las catedrales, repartida en planchas de madera). Casi todos los cuadros «cuentan una historia», e incluso las desviaciones de la representación contienen un residuo literario; por ejemplo: las etiquetas y los trozos de papel de periódico que aparecen en los collages cubistas, o el efecto de una caligrafía monumental en los lienzos de Pollock o Kline. El arte de la tira cómica existe como si quisiera demostrar lo pequeño que es el nexo entre las dos formas: la de contar y la de mostrar. La música (tal vez la más antigua de las bellas artes) es más visceral y más abstracta a la vez, y aunque hay músicos que han sido escritores (John Barth, Anthony Burgess), el salto es menos común. La música es un mundo en sí; escribir y pintar son relativamente parásitos del mundo que existe alrededor.