Ficha técnica
Título: Santos que yo te pinte | Autor: Julián Rodríguez | Editorial: errata naturae | Colección: La mujer cíclope | Género: Novela | ISBN: 978-84-937889-4-0 | Páginas: 64 | Formato: 11,5 x 18 cm. | PVP: 7,90 € | Publicación: 13 de Septiembre 2010
Santos que yo te pinte
José Manuel Rodríguez
Un hombre le habla a su hermano del pasado reciente y de una mujer, que, sospecharán los lectores, es a su vez muchas otras mujeres. No sabemos exactamente dónde ni cuándo. Y el cómo es el propio relato: un oscuro monólogo contra la Amada (¿antiamoroso?) lleno de imágenes y emociones contrarias, en el que el autor se sirve de la mística sufí y los tratados espirituales españoles en una «operación» similar a la que llevaran a cabo John Cage o Peter Handke respecto a la obra de Meister Eckhart.
Un monólogo que hace convivir la tradición siciliana de Bufalino o Consolo con algunas canciones de rabia, crítica y desamor de Los Planetas.
Santos que yo te pinte, que ha sido escrito y reescrito durante los últimos diez años obsesivamente, forma parte del ciclo Piezas breves, abierto en 2010 por Julián Rodríguez como si fuera un sistema de vasos comunicantes, donde textos viejos y nuevos, inéditos en libro, cobran nueva forma.
Nota del autor
EL 17 DE FEBRERO DE 1600 Giordano Bruno era quemado vivo en Campo dei Fiori, en Roma.
Isaac Asimov recuerda o inventa en uno de sus mejores textos cómo Bruno, obsesionado, y a punto de tomar su decisión (poco antes de abandonar la Orden de los Dominicos y de, a su vez, ser abandonado por la Iglesia), se pasó dos meses enteros dibujando sobre gruesos pliegos de papel los santos que estaba a punto de rechazar, y que destruiría una hoguera distinta a la que le dio muerte.
En Ginebra, a donde huyó desde Italia, abandonó Bruno más tesis, en este caso nuevas: las del calvinismo.
No sé hasta qué punto es historia o también leyenda, aunque Baruch Spinoza se hace eco de ello: las diferencias con Calvino vinieron del famoso escrito de Bruno contra éste y sus veinte errores de lectura.
Santos (lo sagrado, lo inviolable, lo que veneramos, lo hecho de perfección) y errores de lectura (los míos, tan habituales, que no siempre han sido penosos, pues en ocasiones me han resultado fértiles y me han llevado a otros lugares, a otros textos, que quizá, si no, no habría visitado).
A partir de estas cinco palabras comencé a escribir.
Ambas expresiones están en el origen de Santos que yo te pinte, que fue compuesto también, en cierta medida, siguiendo y parodiando (o sea, remedando, y también imitando) los «tratados espirituales» de nombres como Bernardo Fontova o Juan de Palafox y Mendoza. Para desde ahí narrar esta «historia de amor», que también es una historia «política», esto es, de «asuntos públicos» o «de relaciones sociales», siguiendo de cerca, a la vez que dinamitándolas, algunas tradiciones de la mística: la llamada afectiva, donde se impone lo sentimental a lo intelectual, y, por encima de todo, los estados de la sufí: uno, primero, de sinceridad perfecta; otro, segundo, de contemplación; y, al fin, en tercer lugar, el de oración, es decir, el recuerdo, aquí en mi texto, de la Amada, que no de un dios.
J. R.