Ficha técnica
Peking by Night
Svetislav Basara
pienso que no era así. No sé de dónde vino el otro extranjero ni adónde iba. Supongo que él tampoco lo sabía. Lo creo de verdad. Creer me da fuerzas para escribir estas pocas líneas. Ni siquiera sé de qué sexo era el otro extranjero, como tampoco sé
adónde iba. Supongo que él tampoco lo sabía, de qué sexo era, quiero decir. Es más: los sexos son una ilusión. Nos encontramos en algún lugar a medio camino entre… Nos miramos. En vano. Era de noche. En un primer momento odié a ese otro extranjero. Durante unos tres o cuatro minutos. Lo odié recíprocamente. Y entonces comprendí que el otro extranjero había comprendido que yo comprendía. Y al revés. Le posé la mano en el hombro. Recíprocamente. Y así unos diez o quince minutos. Suficiente, era suficiente. ¿Era necesario que hubieran pasado tantos años para…? ¡Sí! Nadie me había resultado menos extranjero y a nadie le había resultado yo menos extranjero. Y no sabía nada de él. Recíprocamente, se entiende. Y así fue una decena de… Pienso que nunca hay que saber nada de nadie, porque lo que sabes y lo que él te dice de sí mismo no es él en absoluto, sino un fantasma. Ahora estoy escribiendo a miles de kilómetros, lejos de…, lejos de todo, en Pekín. En China, los muros son delgados. El ruido de mi máquina de escribir ha despertado a mi vecino y
él, cortésmente como solo un chino sabe hacerlo, me dice:
Estimado vecino: es muy tarde. Mañana nos levantamos temprano, por lo que si fuera usted tan amable de dejar de teclear, le estaríamos eternamente agradecidos. Discúlpenme, les ruego encarecidamente que me perdonen.
Solo escribo la dedicatoria y termino.
Y lo más quedo posible, en el lugar más inusual para una dedicatoria, tecleo:
Al extranjero