
Ficha técnica
Título: Los apuntes de Malte Laurids Brigge | Autor: Rainer Maria Rilke | Traductor: Juan de Sola | Editorial: Alba | Páginas 240 | Colección: Alba Clásica | ISBN: 97884-90651643 | Precio: 21,00 euros | Fecha: enero 2016
Los apuntes de Malte Laurids Brigge
Rainer María Rilke
«El colorido y la plasticidad de las descripciones, la reproducción prolija y cuidadosa del trasfondo de la época y la asombrosa legibilidad son tres de los rasgos que distinguen este libro de un narrador tan sabio como sereno.» Marcel Reich-Ranicki
En 1902 Rainer Maria Rilke llegaba a París para conocer a Auguste Rodin, de quien acabaría siendo secretario durante un año. El disgusto y el sentimiento de desubicación que le produjo la ciudad le inspiraron un proyecto de novela en primera persona que acabaría construyéndose alrededor de una identidad en peligro: un joven descendiente de un aristocrático linaje danés, pero pobre, atemorizado, sin familia ni amigos, que deambula por un París ruidoso y masificado, lleno de enfermos y mendigos que parece que le acosan y le ofrecen una visión de la miseria de la que se huye pero que finalmente hay que mirar de frente. Este personaje sería al fin el sujeto de un libro con un sentido de la composición inédito en su día pero que hoy, más de un siglo después, relacionaríamos con los llamados «géneros fronterizos». Problematizando su condición de novela por su distanciamiento con el yo íntegro y satisfecho de la tradición decimonónica, recreando la falta de unidad de un cuaderno de notas -«como si se encontraran en un cajón una serie de papeles desordenados y, de momento, hubiera que conformarse con lo encontrado»-, mezclando recuerdos de infancia con evocaciones literarias e históricas -reyes locos, mujeres amantes y no amadas, hermanos en discordia, santos-, Los apuntes de Malte Laurids Brigge (1910) ha llegado a considerarse, según el poeta Hans Egon Holthusen, «una de las obras más rupturistas de la literatura moderna». Esta nueva traducción de Juan de Sola recupera el poder y el misterio del lenguaje indagador de Rilke y transmite su sentido en la actualidad.
PÁGINAS DEL LIBRO
11 de septiembre, rue Touillier
De modo que aquí es donde viene a vivir la gente. Yo más bien diría que es un lugar para morir. He salido. He visto hospitales. He visto a un hombre que se tambaleaba y se ha desplomado. La gente se ha agolpado a su alrededor y me ha ahorrado el resto. He visto a una mujer embarazada. Se arrastraba a duras penas pegada a un muro alto y caliente, que iba tentando para convencerse de que seguía allí. Sí, allí seguía. ¿Al otro lado del muro? He buscado en mi mapa: Maison d’Accouchement.* Bien. La ayudarán a dar a luz, saben cómo hacerlo. Más allá, la rue Saint-Jacques, un gran edificio con una cúpula. El mapa indica Val-de-Grâce, Hôpital militaire. En realidad no tenía ninguna necesidad de saberlo, pero nunca está de más. La callejuela empezó a oler por todas partes. Olía, por lo que pude distinguir, a yodoformo, a la grasa de las pommes frites, a miedo. Todas las ciudades huelen en verano. Luego he visto una casa extrañamente cegada, no acertaba a situarla en el mapa, pero encima de la puerta aún se podía leer: Asile de nuit. Junto a la entrada se detallaban los precios. Los he leído. No eran caros.
¿Qué más? Un niño en un cochecito parado: era rollizo, verdoso y tenía una sarpullido visible en la frente. Al parecer, se estaba curando y no le dolía. El niño dormía con la boca abierta, respiraba yodoformo, pommes frites, miedo. Era tal como lo digo. Lo principal era estar vivo. Eso era lo principal.
Y ¡decir que no puedo evitar dormir con la ventana abierta! Los tranvías circulan con estrépito por mi habitación. Los coches me pasan por encima. Una puerta se cierra de golpe. En alguna parte se oye el fragor de una ventana que cae, distingo la carcajada de los grandes trozos de cristal, la risa ahogada de los añicos. Luego, de pronto, un ruido sordo, encerrado, que llega del otro lado, del interior del edificio. Alguien sube la escalera. Se acerca cada vez más, sin cesar. Llega, se queda un buen rato, luego pasa de largo. Y de nuevo la calle. Una muchacha grita: «Ah, tais-toi, je ne veux plus». El tranvía se aproxima, completamente agitado, a toda velocidad, luego sigue su camino pasando por encima del grito, por encima de todo. Alguien da una voz. La gente corre, se agolpa. Ladra un perro. Menudo alivio: un perro. Al amanecer incluso canta un gallo, es algo que sienta de maravilla. Entonces, de pronto, me duermo.