
Ficha técnica
Título: La última hermana | Autor: Jorge Edwards | Editorial: Acantilado | Colección: Narrativa del Acantilado, 270 | Encuadernación: Rústica cosida | Formato: 13 x 21 cm | Páginas: 384 | Fecha: abril 2016 | ISBN: 978-84-16011-94-0 | Precio: 24 euros
La última hermana
Jorge Edwards
María, una mujer de origen chileno sofisticada, alegre y superficial, asiste atónita a la ocupación alemana de París, que trunca para siempre su vida hasta entonces despreocupada e intranscendente.
El azar la lleva a conocer la persecución a la que someten los nazis al pueblo judío y, sin medir las consecuencias, movida por el simple impulso de ayudar, decide colaborar con la Resistencia salvando a los hijos de algunas mujeres judías sentenciadas a muerte en los campos de exterminio.
Basada en una historia real, esta trepidante novela nos revela la fuerza transformadora de la compasión y nos habla de una forma de valentía discreta y, quizá por ello, aún más admirable.
«En ocasiones, algunos personajes llegan a la vida de la gente y se van para siempre. En otras, sin embargo, parecen resistirse a desaparecer y regresan una y otra vez. Es lo que sucede en La última hermana con María Edwards Mac-Clure. Con esta novela, Edwards regresa a un asunto que marca buena parte de su prolífica obra: el orden de las familias, como represión, frente al desorden y la disidencia». Rocío Montes, El País
[Comienzo del libro]
Suspiró pensando en Mita, su hija, que ya era una mujer grande. En el misterio de Mita, de la maternidad, y hasta de su distancia. ¡De todo!
-Me gustaría tomar una copa de champagne-le dijo a René.
-¡Champagne!
¿Por qué no? En el Chile de su juventud, los condenados a muerte pedían un último deseo, ¡antes de que les vendaran los ojos!
René se dijo, quizá, que era un gesto muy de ella. ¡Muy suyo! De hija de ricos, si se quiere. Porque era contradictoria, María, burlona, con algo de muchacha, de adolescente, que nunca se le había quitado: niña caprichosa, de réplicas desconcertantes, de chispazos incisivos, provocativa. A la vez, tenía un corazón encendido al rojo vivo, una brasa ardiente, que no se sometía. Que nunca se sometería.
Se quedó callada durante un buen rato, recordando, no sabía por qué, la manera de caminar de Mita, especial, medio ladeada, y después se acordó de algo muy diferente. Se había encontrado hacía algún tiempo con Vicente, Vicho, como le decía, el poeta, en la casa de una señora medio chilena y medio francesa, de marido italiano, madame Fusco o algo parecido. Habían hablado de muchas cosas, y entre otras, de los discursos de ese energúmeno de Alemania, del fantasma del nazismo, que parecía que se paseaba por Europa.
-¿Qué vamos a hacer, Vicho?-le preguntó María, observada con ojos desorbitados por madame Fusco.
-Si se pudiera pelear-dijo el poeta-, ¡me encantaría pelear!
-Pero arriesgarías el pellejo.
-¿Y qué? ¡De algo hay que morirse!