Ficha técnica
Título: La posibilidad de una isla | Autor: Michel Houellebecq | Editorial: Alfaguara | Colección: Literaturas | Formato: Tapa blanda con solapa | Páginas: 440 | Medidas: 155 X 239 mm | ISBN: 9788420431703 | Fecha: jun/2017 |Precio: 19.90 euros | Bolsillo: 10,95 euros | Ebook: 8,99 euros
La posibilidad de una isla
Michel Houellebecq
En un futuro inquietante y dominado por clones que parecen haber pagado la inmortalidad con la pérdida de la capacidad de reír y de experimentar emociones auténticas, dos misteriosos personajes, Daniel24 y Daniel25, encuentran los diarios de su «original», Daniel1, famoso por sus monólogos cáusticos en los que mezcla la provocación con una visión fría y cruel de la existencia. A través de la lectura de estos diarios, Daniel25 conocerá los últimos años de la vida de Daniel1, y el descubrimiento de su dolor le llevará a poner en riesgo el sueño de la inmortalidad de sus creadores.
La posibilidad de una isla, ganadora del Premio Interallié, es una reflexión sobre el sentido de la vida y el deseo, una elegía, una celebración de todo lo que tenemos y que corremos el riesgo de perder. La pluma más irreverente de la actualidad, ganadora del Premio Goncourt, vuelve a provocar y emocionar con la creación de un mundo que se parece peligrosamente al nuestro.
Abandona cualquier posibilidad de salir indiferente de la lectura de esta novela.
La crítica ha dicho…
«Una novela que sacude profundamente. Tiene la fuerza visionaria de Aldous Huxley y la crueldad de Evelyn Waugh. Un toro enfurecido en el almacén de la ficción contemporánea.» David Coward, The Times Literary Supplement
«Houellebecq hace arte con su escritura franca, precisa, cruda y real. Más allá de las tesis sobre el fin de las religiones y del homme nouveau, este es, ante todo, un libro sobre el miedo.» Volker Weidermann, Frankfurter Allgemeine Sonntagszeitung
«Divertida, brutal y rebelde.» The Economist
«Houellebecq vio venir la inhumanidad del mundo. Vio y entendió que la atmósfera de libertad en la que vivimos no deja de ser una exhortación más.» Yasmina Reza
«Deslumbrante, hilarante, por momentos repulsiva y sofocante.» L’Express
«El tema que mejor trata es el que nunca menciona: el amor.» Iggy Pop
«Houellebecq ha conseguido, quizás mejor que nunca, poner un dedo en la llaga humana y restregarla para que duela.» Germán Gullón, El Cultural
«Fascinante, ingeniosa, brillante y mordaz.» The New York Times Book Review
Daniel1,1
¿Y qué hace una rata despierta? Olisquear.
Jean-Didier, biólogo
¡Qué presentes siguen en mi memoria los primeros instantes de mi vocación de bufón! Tenía diecisiete años, y estaba pasando un mes de agosto más bien deprimente en un club all inclusive en Turquía; por otra parte, fue la última vez que tuve que ir de vacaciones con mis padres. La imbécil de mi hermana -que por entonces tenía trece años- empezaba a calentar a todos los tíos. Era la hora del desayuno; como todas las mañanas, se había formado una cola para los huevos revueltos, a los que los veraneantes parecían especialmente aficionados. A mi lado, una vieja inglesa (seca, aviesa, del tipo que descuartiza zorros para decorar la sala de estar), que ya se había servido huevos en abundancia, arrambló sin dudarlo con las tres últimas salchichas que quedaban en la bandeja de metal. Eran las once menos cinco, el servicio de desayuno estaba a punto de acabar, parecía imposible que el camarero volviera a llenar la bandeja. El alemán que hacía cola detrás de ella se quedó de piedra; el tenedor, que ya se había tendido hacia una salchicha, se inmovilizó a media altura; el rubor de la indignación le coloreó el rostro. Era un alemán enorme, un coloso, más de dos metros, por lo menos ciento cincuenta kilos. Por un momento pensé que iba a clavar el tenedor en los ojos de la octogenaria, o a agarrarla del cuello y aplastarle la cabeza contra el dispensador de latos calientes. Ella, tan fresca, con ese egoísmo senil y ya inconsciente propio de los viejos, volvió a pasitos cortos y rápidos a su mesa. El alemán se lo tragó; sentí que hacía un esfuerzo enorme para tragárselo, pero su cara recuperó poco a poco la calma y regresó tristemente, sin salchichas, hacia sus congéneres.