Ficha técnica
Título: El mapa y el territorio | Autor: Michel Houellebecq | Traducción: Jaime Zulaika | Editorial: Anagrama | Colección: Panorama de narrativas | Género: Novela | ISBN: 978-84-339-7568-3 | Páginas: 384 | PVP: 21,90 € | Publicación: 2011
El mapa y el territorio
Michel Houellebecq
Si Jed Martin, el protagonista de esta novela, tuviera que contarles la historia, quizá comenzase hablando de una avería del calentador, un 15 de diciembre. O de su padre, arquitecto conocido con quien pasó a solas muchas noches navideñas. Evocaría a Olga, una rusa a la que conoce al principio de su carrera en la exposición de su obra fotográfica, consistente en los mapas de carreteras Michelin. Después llegará el éxito mundial con la serie de «oficios», retratos de personalidades de todos los sectores. También referiría cómo ayudó al comisario Jasselin a dilucidar un caso criminal atroz. Al final de su vida, Jed ya sólo emitirá murmullos. El arte, el dinero, el amor, la muerte, el trabajo, son algunos de los temas de esta novela decididamente clásica y abiertamente moderna.
«El Premio Goncourt habría perdido toda credibilidad y se habría deshonrado si hubiese tenido la arrogancia de denigrar esta gran novela» Nelly Kaprièlian, Les Inrockuptibles.
«Magistral de principio a fin» Le Figaro.
«En contra de lo que cabría suponer de una obra de tan magnitud que parece no imponerse límite ni restricción alguna, no hay pasajes crípticos en el texto. Por decirlo de alguna manera, se lee con la fluidez y la expectación de una novela apasionada cuyo ritmo, pese a su densidad conceptual, no desfallece en ningún instante. El mérito debe atribuirse a la construcción del formidable artefacto literario, que nunca rechina, y a la alta calidad de la prosa que mantiene el pulso de la primera a la última línea… La novela ha abordado desde puntos de vista críticos las relaciones de familia, el amor, las perversidades del capitalismo salvaje, su influencia en el arte contemporáneo y hasta qué punto coarta la libertad del artista. Han intervenido ya otras personas con nombres y apellidos -así el novelista Frédéric Beigbeder, autor de 13,99 euros y Una novela francesa, o la editora Teresa Cremisi de Flammarion- pero la irrupción de Houellebecq es abrumadoramente espectacular y capital… Imposible de transmitir la ironía, el sarcasmo, el tono corrosivo, pero también el fondo sensible, la nostalgia, la tristeza, la impotencia, la sabiduría y la agudeza que exuda el texto por todos sus poros. Creo que estamos antes un libro serio, honesto, valiente, que por fuerza consagra a quien lo ha escrito cualquiera que sea la fama que arrastre» Robert Saladrigas, La Vanguardia.
«Houellebecq, ya es hora de decirlo, es de lejos el mejor escritor francés de hoy y uno de los tres o cuatro mejores de Europa y esta novela uno de los libros más complejos, ricos, estimulantes y totalizadores de los últimos tiempos, además de un apasionante thriller» Santiago Gamboa, El País.
«Ha logrado no sólo epatar y electrocutar al lector, sino incluso emocionar con algunos momentos de una rara belleza. Por supuesto, hay pimienta que alegra el guiso: Picasso es un estúpido; los chinos, sucios; los franceses del interior, imbéciles; menos mal que todavía hay sitios donde las prostitutas te la chupan sin condón… Pero el guiso es mucho más intenso y amargo que todo eso: la angustiosa sensación de que las personas estamos condenadas a nacer y a morir solos, que la sociedad feliz occidental es un ridículo montaje abocado al fracaso» Antonio G. Iturbe, Qué Leer.
«El mapa y el territorio es su última gran provocación, una bomba de relojería contra el arte moderno y la cultura contemporánea… El final resulta, inevitablemente, desolador: sólo quedan la impostura y la muerte, pero antes se suceden páginas llenas de amor y derrotas» (Nuria Azancot, El Mundo). «En ella encontramos ironía, reflexión y personajes e ideas brillantes (y alguna más bien peregrina)… Con esta novela me estoy convirtiendo en houellebecquista» Manuel Rodríguez Rivero, El País.
«Houellebecq es el hombre lobo de las letras francesas, un hombre que hinca los dientes, feroz, a todo lo que se mueve. Lo confirma su nuevo libro» Rodrigo Fresán, Vanity Fair.
«Quizá la novela más provocadora de las que Houellebecq ha escrito… Qué cosa más provocadora puede haber que el propio escritor decida autoinmolarse en la ficción que escribe y que además lo haga con la radicalidad con la que lo hace Houellebecq, sirviéndose de la escenografía más truculenta y escabrosa… Una novela radical y desasosegante» (ñaki Ezquerra, El Correo Español.
«Sólo dejaría indiferente a un muerto» Antonio Lozano, La Vanguardia Magazine.
«Sencillamente es un gran escritor y ahí está El mapa y el territorio para demostrarlo y ese premio Goncourt que da respetabilidad y sosiego» Pau Arenós, Dominical.
«La novela abunda en temas que resultan interesantes y, como suele decirse, rabiosamente actuales… Pero si nos gusta especialmente El mapa y el territorio es porque en esta obra Houellebecq logra crear un personaje memorable. Se llama Michel Houellebecq y es un famoso escritor francés enamorado de los prostíbulos de Tailandia» Andrés Ibáñez, ABC.
«Un autor imprescindible… El mapa y el territorio es muy interesante y sale a la caza de las presas habituales de Houellebecq» Nadal Suau, El Mundo.
«El mapa y el territorio triunfa en su voluntad de erigirse en uno de los títulos más sólidos del año tal y como acertó a auparse a lo más alto del cajón de honor del Goncourt. Fascinante en sus aciertos y jugoso incluso en sus imperfecciones» Milo Krmpotic, Sigueleyendo.
PÁGINAS DEL LIBRO
Jeff Koons acababa de levantarse de su asiento con los brazos hacia delante en un impulso de entusiasmo. Sentado enfrente de él, en un canapé de cuero blanco parcialmente recubierto de seda, un poco encogido sobre sí mismo, Damien Hirst parecía a punto de emitir una objeción; tenía la cara colorada, sombría. Los dos vestían traje negro -el de Koons, de rayas finas-, camisa blanca y corbata negra. Entre los dos hombres, en una mesa baja, descansaba un cesto de frutas confitadas al que ni uno ni otro prestaba la menor atención; Hirst bebía una Budweiser Light.
Detrás de ellos, un ventanal daba a un paisaje de edificios altos que formaban una maraña babilónica de polígonos gigantescos que se extendía hasta los confines del horizonte; la noche era luminosa, el aire absolutamente diáfano. Se podría decir que estaban en Qatar o en Dubai; la decoración de la habitación se inspiraba en realidad en una fotografía publicitaria, sacada de una publicación de lujo alemana, del Hotel Emirates de Abu Dabi.
La frente de Jeff Koons relucía ligeramente; Jed la sombreó con un cepillo y retrocedió tres pasos. Era evidente que había un problema con Koons. Hirst era, en el
fondo, más fácil de captar: podías verlo brutal, cínico, al estilo de «me cago en vosotros desde las alturas de mi pasta»; también podías verlo como el artista rebelde (pero siempre rico) que trabaja en una obra angustiada sobre la muerte; había, por último, en su rostro algo sanguíneo y pesado, típicamente inglés, que le asemejaba a un hincha común del Arsenal. Tenía, en suma, distintas caras, pero podían combinarse en el retrato coherente, representable, de un artista británico típico de su generación. Koons, por el contrario, parecía poseer cierta doblez, como una contradicción entre la marrullería corriente del agente comercial y la exaltación del asceta. Hacía ya tres semanas que Jed retocaba la expresión de Koons al levantarse de su asiento con los brazos hacia delante en un impulso de entusiasmo como si intentara convencer a Hirst; era tan difícil como pintar a un pornógrafo mormón.
Había fotografías de Koons solo o acompañado de Roman Abramovich, Madonna, Barack Obama, Bono, Warren Buffett, Bill Gates… Ninguna conseguía expresar nada de su personalidad, traspasar esa apariencia de vendedor de descapotables Chevrolet que él había decidido mostrar al mundo, era exasperante, hacía ya mucho tiempo, por otra parte, que los fotógrafos exasperaban a Jed, sobre todo los grandes fotógrafos con su pretensión de revelar con sus negativos la verdad de sus modelos; no revelaban absolutamente nada, se limitaban a colocarse delante de ti y activar el motor de la cámara para tomar centenares de instantáneas a la buena ventura, lanzando risitas, y más tarde escogían las menos malas de la serie, así procedían, sin excepción, todos aquellos presuntos grandes fotógrafos, Jed conocía a algunos personalmente y sólo le inspiraban desprecio, los consideraba a todos igual de creativos que un fotomatón.
En la cocina, a unos pasos de él, el calentador de agua emitía una sucesión de chasquidos secos. Se quedó quieto, paralizado. Era ya el 15 de diciembre.