Ficha técnica
Título: Irán. Una historia desde Zoroastro hasta hoy | Autor: Michael Axworthy | Traducción: Gregorio Cantera | Editorial: Turner | Colección: Noema | Género: Ensayo | ISBN: 978-84-7506-925-8 | Idioma: Español | Páginas: 384 | Formato: 14 x 22 cm. | Encuadernación: Rústica con solapas | PVP: 28,00 € | Publicación: 2010
Irán
Michael Axworthy
Un país que lleva 2.500 años generando historia escrita (y titulares durante muchas décadas) necesitaba una historia como ésta. Michael Axworthy, periodista y profesor británico, ha conseguido hilar una narración apasionante, que abarca varios milenios de pasado y explica al detalle el presente. Una narración que recoge y celebra la diversidad, la cultura y el misterio de un país que, incluso a su pesar, encarna los desafíos y las complejidades de Oriente Medio. Desde la época del profeta Zoroastro, pasando por los poderosos imperios persas de la antigüedad hasta llegar a hoy, con la presidencia de Ahmadineyad (tan controvertida dentro como fuera), Axworthy se centra en la influencia que Irán ha ejercido sobre su entorno y en los contrastes entre su cultura hedonista y su accidentada vida política y religiosa.
La mejor introducción a la historia de Irán en un solo volumen. The New Statesman.
Una historia maravillosamente condensada, con un hallazgo en cada página. Financial Times.
El sah de Irán presenta su programa de medidas reformistas: «la revolución blanca»
Los ayatolás y los ulemas critican la corrupción del Gobierno y la venta de petróleo a Israel
Por Michael Axworthy
La población de Irán había pasado de los 12 millones de habitantes que tenía a principios de siglo, a 15 millones en 1938 y, de ahí, a los 19.300.000 contabilizados en 1950, cifra que creció de forma exponencial hasta los 27.300.000 habitantes de 1968 y los 33.700.000 de 1976. El régimen dedicó grandes recursos a la industrialización del país, y también invirtió en la educación, aunque las zonas rurales fueron olvidadas de nuevo. A Irán llegaron, por otra parte, importantes inversiones privadas, de forma que, entre 1954 y 1969, la economía del país experimentó un crecimiento medio anual de entre el 7 y el 8 por ciento. Además del gasto militar, se destinaron importantes cantidades de dinero público a faraónicos proyectos de ingeniería, como los embalses, cuyas aguas, en algunos casos, nunca llegaron a la red de canales de riego que se había invocado como justificación del gasto. Como suele ocurrir en épocas de cambios profundos, frente a la dignidad de las construcciones antiguas que, paulatinamente, se iban dejando de lado, los nuevos proyectos parecían ramplones. Y el reparto de beneficios que generaron fue muy desigual. Pero hubo una mejora generalizada de las condiciones de vida, y surgió una nueva, pujante y educada clase media, de la que formaban parte hombres de negocios, ingenieros o empresarios, así como las profesiones tradicionales: abogados, médicos y maestros.
En 1959, un diplomático británico destinado en Teherán se anticipó a las tensiones que se produjeron en las décadas de 1960 y 1970 y, con una perspicacia superior a la habitual, señaló las diferencias entre el norte occidentalizado y el sur, más pobre y tradicional: «Aquí los mulás predican cada noche ante multitud de fieles. La mayoría de los sermones, muy emotivos y de escaso nivel intelectual, sólo sirven para avivar el sentimiento religioso de los asistentes. Pero también hay predicadores de renombre que intentan atraerse a personajes destacados de la ciudad con sus excelentes y bien fundamentadas disertaciones históricas. […] Sin embargo, el Teherán que se desplegó ante nosotros el día 10 de muhárram (es decir, Achurá) pareció devolvernos a otra época, anterior en siglos y civilizaciones a la presente, por completo alejada de la vulgar y chapucera mezcolanza de cochazos, hoteles, tiendas de antigüedades, mansiones, turistas y diplomáticos que vemos a diario. […] No son sólo la pobreza, la ignorancia o la mugre las que marcan las diferencias entre el sur tradicional y el norte de los nuevos ricos. En los barrios más humildes se respira un sentimiento de unidad y de pertenencia a un pueblo que no es posible ni atisbar siquiera en las elegantes zonas de la ciudad que disponen de agua tratada con cloro, calles empedradas y -por desgracia- iluminación pública. El burgués ni siquiera sabe quiénes son sus vecinos; los habitantes de esos barrios humildes, por el contrario, lo llevan escrito en la piel. En esas barriadas, los dudosos beneficios de la civilización de la Pepsi-Cola no han acabado con los antiguos usos en los que la seguridad y la tranquilidad de cada quien dependen de la observancia espontánea y natural de un modo de vida tradicional. Los modales y las normas que se guardan en la parte sur de la ciudad son más dignos y menos respetados que los habitantes en las mansiones de Tajrish, donde el perjuicio causado a un vecino, el requiebro a la mujer del prójimo o los malos tratos a los niños son objeto de espontánea aprobación, sin que jueces o tribunales se vean en la necesidad de atajarlos».
En 1960, el ritmo de la economía iraní se había frenado y Estados Unidos (la administración Kennedy desde enero de 1961) presionaba al sah para que liberalizase el régimen. Muhámmad Reza se propuso entonces sacar adelante una reforma agraria. El intento, sin embargo, chocó de plano con el interés del clero, que lo consideraba una amenaza para las extensas propiedades de que disfrutaban gracias a los donativos. Entre los clérigos más respetados, hubo muchos que se opusieron, y más de uno sostuvo que conculcar el derecho de propiedad era contrario al espíritu del islam. Uno de ellos, Boruyerdi, emitió una fetua condenatoria de cualquier intento de ese cariz. La reforma agraria quedó, pues, suspendida. Apremiado por Estados Unidos, el sah legalizó de nuevo el Frente Nacional [partido nacionalista y social-demócrata fundado por Massadegh y otros líderes seculares en 1943, contrario a la dominación occidental de los recursos naturales de Irán. Fue apartado del Gobierno del país por un golpe de Estado en 1953, que llevaría al poder al sah]. Pero las críticas de este partido, unidas a las dificultades económicas, culminaron en huelgas y manifestaciones.
A comienzos de 1963, el sah trató de recuperar el terreno perdido con un programa de medidas reformistas que presentó como la «revolución blanca», que incluía una política de reforma agraria, la privatización del sector industrial pú-blico, el sufragio femenino y la creación de un cuerpo de jóvenes estudiantes para erradicar el problema del analfabetismo en el medio rural. A pesar de la oposición del Frente Nacional, que insistía en que primero había que elegir un Majlis [Parlamento] amparado por una Constitución, el programa recibió un amplio apoyo popular en un referéndum convocado al efecto. El sah consiguió 5.500.000 votos favorales de un censo de 6.100.000 votantes. El plan, pues, siguió adelante, y permitió impulsar y ampliar los cambios que estaban en marcha en el país.
Poco antes, aquel mismo año, un clérigo poco conocido fuera de los círculos de los ulemas, el ayatolá Ruhollah Jomeini, de la ciudad de Qom, comenzó a predicar contra el Gobierno corrupto del sah. Lo acusaba de desentenderse de los menesterosos y de echarse en brazos de Estados Unidos en lugar de velar por los intereses de la nación. La decisión del soberano de vender petróleo a Israel mereció su reprobación más absoluta. Jomeini comenzó a lanzar estas soflamas en un momento en que, tras el fallecimiento del ayatolá Boruyerdi en 1961, los chiíes iraníes no tenían claro a quién seguir como maryá taqlid. En marzo, durante el aniversario del martirio del imam Yáfar al-Sádiq, la madrasa donde predicaba Jomeini fue asaltada por tropas del ejército y agentes de la SAVAK, que mataron a varios estudiantes y detuvieron al clérigo, aunque fue liberado poco después. Sin embargo, Jomeini no cesó en sus ataques al Gobierno. Especialmente duro fue el sermón del 3 de junio, día de Achurá; y no habían pasado 48 horas, cuando fue detenido de nuevo. En el ambiente de intenso dolor con que se recordaba el triste final del imam Husein, la noticia de su detención provocó manifestaciones en Teherán y otras ciudades importantes, que se repitieron y extendieron a otras localidades en días posteriores. El sah decretó el estado de sitio y sacó el ejército a la calle. Las tropas pusieron fin a la protesta, pero no sin antes matar a cientos de manifestantes. Aquellas muertes, acaecidas en una fecha tan señalada como Achurá, dieron pie a establecer paralelismos con los mártires de Kerbala [la derrota de los chiíes en el año 680, donde murió el nieto del Profeta], por un lado, y la actitud del tirano Yazid, por otro.
Jomeini fue puesto en libertad en agosto. Los agentes de la SAVAK dijeron tener garantías de que se mantendría en silencio, pero el ayatolá continuó predicando y volvió a la cárcel. Finalmente fue desterrado en 1964, después de pronunciar un sermón en el que atacó con aspereza a los Gobiernos de Irán y de Estados Unidos por una nueva ley que concedía la inmunidad diplomática al personal militar estadounidense destinado en suelo iraní: «El pueblo iraní ha caído más bajo que un perro norteamericano. Si alguien atropella al perro de un americano, tendrá que vérselas con la justicia. Incluso si el sah atropellase a un perro de un norteamericano, tendría que vérselas con la ley. Pero si un cocinero norteamericano atropellarse al sah, al jefe del Estado, nadie podría pedirle cuentas».
Poco después de que el Majlis diese el visto bueno a la mencionada ley, Irán recibió un nuevo préstamo estadounidense de 200 millones de dólares para la compra de armas. Demasiadas coincidencias que trajeron a la memoria del pueblo iraní las transacciones llevadas a cabo con potencias extranjeras durante el reinado del sah Násir al-Din. Al principio, Jomeini optó por el exilio en Turquía, desde donde se trasladó a Irak. Pero el sah presionó al Gobierno iraquí para que lo expulsase; entonces decidió instalarse en París (1978). Aparte de algunas manifestaciones esporádicas protagonizadas por estudiantes de la Universidad de Teherán y algunos ulemas, las protestas remitieron hasta extinguirse.
TRADUCCIÓN: GREGORIO CANTERA
ILUSTRACIÓN: LEO MARTINS