Ficha técnica
Título: H de halcón | Autora: Helen Macdonald | Traducción: Joan Eloi Roca | Editorial: Atico de los libros | Páginas 384 | Formato: 15 x 23 cm | ISBN: 978-84-16222-09-4 | Precio: 22,50 euros | Premio Samuel Johnson al mejor libro de No Ficción | Premio Costa al mejor libro del año
H de halcón
Helen Macdonald
A raíz de la inesperada muerte de su padre, Helen Macdonald decide comprar y adiestrar un azor, el ave de presa más peligrosa y letal. Así empieza un viaje de exploración a lo más profundo del dolor y de lo salvaje, que llevará a la autora al límite de la locura y cambiará su vida.
Destinado a convertirse en un clásico, H de halcón es un libro sobre el recuerdo, la naturaleza y el ser humano. Una lección magistral acerca de cómo reconciliar la vida y la muerte.
H de halcón se convirtió en un fenómeno de ventas en Reino Unido, donde ganó los prestigiosos premios Samuel Johnson y Costa y cosechó elogios unánimes de la crítica literaria anglosajona.
«Es música. No he podido parar de leer hasta terminarlo.» Mark Haddon
«Un libro exuberante que eleva al lector como un ave rapaz ascendiendo hacia el cielo.» Philip Hoare
«El hermoso y casi salvaje libro de Helen Macdonald nos recuerda que la excelente escritura desnuda el carácter íntimo de la naturaleza indomable.» The New York Times
«Un relato completamente realista de una relación humana con una conciencia animal… Es una maravilla.» The Sunday Times
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Paciencia
Cuarenta y cinco minutos al noreste de Cambridge hay un paraje que he acabado amando profundamente. Es donde los humedales se convierten en tierra seca. Es un terreno de pinos de troncos retorcidos, de coches quemados, de señales de carretera fusiladas a perdigonazos y de bases de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Hay fantasmas en esas tierras: las casas se mezclan con cuadrículas numeradas de pinos.* Hay espacios construidos para albergar bombas atómicas voladoras en túmulos cubiertos de hierba tras vallas de cuatro metros, salones de tatuajes y campos de golf de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. En primavera, hay un estruendo terrible: tráfico constante de aviones, escopetas de balines sobre campos de guisantes, alondras totovías y motores a reacción. Esta región se conoce como las Brecklands -las tierras quebradas-, y es aquí donde acabé aquella mañana, hace siete años, a principios de primavera, en un viaje que no había planeado en absoluto. A las cinco de la madrugada llevaba un rato contemplando el cuadrado de luz que las torio, mientras escuchaba a un par de personas que habían salido tarde de una fiesta y charlaban en la acera. Me sentía extraña: demasiado cansada, demasiado estresada, como si me hubieran arrancado el cerebro y lo hubieran sustituido por papel de aluminio pasado por el microondas, arrugado, chamuscado y que todavía echaba chispas. Uuuf. Tengo que salir de aquí, pensé, destapándome. ¡Fuera! Me puse los tejanos, las botas y un suéter, me escaldé la lengua con café hirviendo y solo cuando mi antiguo y congelado Volkswagen y yo estuvimos a medio camino por la A14 comprendí a dónde me dirigía y por qué. Ahí fuera, más allá del empañado parabrisas y de las líneas blancas, está el bosque. El bosque roto. Allí era a donde iba. A ver azores.
Sabía que sería difícil. Los azores nunca son fáciles. ¿Alguna vez has visto a un azor cazar un pájaro en el jardín trasero de tu casa? Yo no, pero sé que ha sucedido. He encontrado indicios. Sobre las baldosas del patio, en ocasiones, quedan pequeños fragmentos: una pequeña pata de pájaro cantor, semejante a la de un insecto, con la garra apretada allí donde los tendones se han desgarrado o -más horripilante- un pico desencajado, la parte de arriba del pico de un gorrión, o la de abajo, una pequeña cuenta cónica rojiza como bronce de cañón, ligeramente translúcida, con unas pocas plumas maxilares todavía adheridas.