¿Es España diferente?
Nigel Townson
El eslogan Spain is different, que llegó a simbolizar no sólo la explosión turística de los sesenta sino también la aberrante singularidad de la dictadura franquista, acabó convirtiéndose en una idea preconcebida incluso para los historiadores. Muchos de los aspectos más destacados de la historia española contemporánea, como los pronunciamientos, el anticlericalismo, la creación de la identidad nacional, la Guerra Civil o Franco, suelen verse como ejemplos de su anormalidad o peculiaridad, pero pocos historiadores han intentado realmente colocar en un marco amplio la trayectoria política, económica y social de la España de los últimos dos siglos.
Desde una perspectiva explícitamente comparativa, este libro se propone averiguar si la historia de España, situada en el contexto internacional, puede considerarse representativa, retrógrada o incluso una ruptura. En otras palabras, permite, por vez primera, evaluar si España es o no diferente.
En este libro participan otros cuatro reconocidos historiadores: José Álvarez Junco, María Cruz Romeo Mateo, Edward Malefakis y Pamela Radcliff.
INTRODUCCIÓN
Nigel Townson
¿Es España diferente? Desde luego, durante la mayor parte del siglo XX los españoles han estado convencidos de que lo era. Pero esta creencia en la excepcionalidad de su país no estaba fundada en el orgullo por su libertad política, sus logros científicos o tecnológicos, sus conquistas imperiales o su relevante papel como potencia internacional -a diferencia de lo que ocurría, por ejemplo, con los británicos en el siglo XIX o con los americanos en el XX-. Por el contrario, la excepcionalidad española se basaba en el reconocimiento de una inestabilidad política crónica, de un retraso económico y tecnológico, de una serie de desastres militares y, sobre todo, de la pérdida del Imperio; en resumen, en un sentimiento de inferioridad. Como dijo Antonio Cánovas del Castillo, el personaje político que dominó el último cuarto del siglo XIX, «son españoles… los que no pueden ser otra cosa». Lo que sirvió de catalizador para esta toma de conciencia del fracaso fue la pérdida -inesperada, para la opinión pública- de Cuba, Filipinas y Puerto Rico en la guerra de 1898 con Estados Unidos. «¡Qué amargura! ¡Qué desencanto!», reconoció Santiago Ramón y Cajal, «creíamos ser un imperio glorioso y resulta que no somos nada». La sensación de absoluta debacle que se derivó de aquellos acontecimientos queda bien resumida en el nombre que se les dio: el Desastre. A raíz de ellos surgió la «literatura del 98», un género dedicado a analizar «el problema español» en términos autocríticos y, a menudo, autoconmiserativos; un espíritu autoflagelante, tan católico, que fue reflejado por Ramón del Valle-Inclán en su célebre frase de Luces de bohemia: «España es una deformación grotesca de la civilización europea». Esta percepción tan pesimista del país se proyectó hacia atrás, para evaluar el conjunto del siglo XIX e incluso siglos anteriores; pero también iba a marcar el tono del debate sobre el lugar de España en el mundo durante buena parte del XX.
Al Desastre del 98 le siguieron la inestabilidad política del final de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera en los años veinte y el hundimiento de la II República -el primer experimento democrático en la historia del país- en la matanza fratricida de la Guerra Civil. Todo ello no hizo sino acentuar el sentimiento de fracaso colectivo. El hecho de que España no participara en ninguna de las dos guerras mundiales puede interpretarse como un golpe de fortuna, pero también como una ratificación de su impotencia militar y su falta de relevancia internacional.