
Ficha técnica
Título: Calle de los maleficios | Autor: Jacques Yonnet | Traducción: Julia Alquézar | Editorial: Sajalín | Colección: Sajalín | Género: Relato | ISBN: 978-84-937413-8-9 | Páginas: 359 | PVP: 21,00 € | Publicación: 6 de Septiembre 2010
Calle de los maleficios
Jacques Yonnet
En junio de 1940, en Boult-sur-Suippe, Jacques Yonnet cae prisionero del ejército alemán. Pronto logra escapar y llegar a París para incorporarse a las actividades clandestinas de la resistencia. En la Rive gauche, de la place Maubert a la rue Mouffetard, combatientes, artistas, espías, bohemios, traperos y criminales transitan de noche las callejuelas, los cafés, los bistrós. Son las arterias ocultas de la ciudad, su vida secreta, nutrida de oscuros personajes, sucesos imperceptibles y antiguas leyendas que Yonnet recoge en un relato compuesto de realidad y fantasía, de etnografía y fábula.
Publicado por primera vez en 1954, Raymond Queneau consideraba este extraño libro el mejor jamás escrito sobre París. Retrato del periodo más sombrío de la capital francesa durante el pasado siglo -el de la ocupación nazi-, Calle de los Maleficios es sobre todo el testimonio único de un extraordinario narrador y flâneur infatigable, versado como nadie en la historia más antigua y «minúscula» de Paris, que atravesó el firmamento literario de su tiempo como una estrella fugaz.
«El mejor libro jamás escrito sobre París. Un libro que no me deja dormir.» Raymond Queneau
«Entre los libros a pedir antes de ir al Paraíso: Calle de los Maleficios de Jacques Yonnet» – Raphaël Sorin
«Para mí ha sido un precioso regalo, como confío que lo sea para todos aquellos que aman las viejas plazas y calles de París y sus gentes.» Joan de Sagarra La Vanguardia. Culturas
La ciudad es mujer, con sus deseos y repulsiones, sus impulsos y sus renuncias, y su pudor, sobre todo su pudor.
Para penetrar en el corazón de una ciudad, para conocer sus secretos más sutiles, hay que actuar con infinita ternura y con una paciencia a veces desesperante. Hay que rozarla sin hipocresía, acariciarla sin segundas intenciones, y hacerlo durante siglos.
El tiempo trabaja para quienes se sitúan fuera de él.
No puede considerarse de París, no puede llamarla su ciudad, quien no conoce sus fantasmas. Impregnarse de sus grises, confundirse con la sombra indecisa e insulsa de los ángulos muertos, unirse a la multitud húmeda que, siempre a las mismas horas, surge o rezuma del metro, de las estaciones, de los cines o de las iglesias; o ser el hermano silencioso y distante de quien pasea solo, del soñador inmerso en una soledad desconfiada, del iluminado, del mendigo, del borracho incluso. Todo esto requiere un largo y difícil aprendizaje, un conocimiento de las gentes y los lugares que sólo se consigue tras años de paciente observación.