Ficha técnica
Título: Turismo interior | Autor: Marcos Ordóñez | Editorial: Lumen | Género: Novela | ISBN:9788426418524 | Páginas: 320 | Formato: 14,2 x 20,9 cm. | Encuadernación: Tapa blanda con solapa | PVP: 19,90 € | Publicación: 8 de Octubre 2010
Turismo interior
Marcos Ordóñez
Con esta obra alucinada y radical, Marcos Ordóñez, uno de los mejores escritores españoles de las últimas décadas, narra tres viajes al otro lado donde se conjugan la aventura onírica, la literatura como juego de espejos y la más intensa zambullida biográfica.
Turismo Interior se compone de tres narraciones muy diferenciadas pero secretamente unidas.
En la primera, «Esto no está pasando», Bruno, Bet y Balú viajan a otra dimensión y aparecen en una delirante noche de verano de la Barcelona de 1967: un universo en blanco y negro (y con violentos estallidos de color), territorio de infinitas mutaciones, donde encontrarán lo que ignoraban que habían ido a buscar.
En la segunda, «Como un policía en un país extranjero», la hermana de Daniel Fuentes, un joven escritor desaparecido, rastrea las pistas de su último año a través de los nueve cuentos de su único libro.
«Gaseosa en la cabeza» cierra el tríptico con una autoindagación sin red sobre la vida pánica, la literatura y otras adicciones.
Turismo interior constituye una de las propuestas más rotundas y emocionantes de los últimos años a cargo de un autor insoslayable.
1
Alguien abrió el portal; quién o cómo, no sabría decirlo. Al principio fue inevitable pensar en las pastillas. Luego, Balú se emperró en proclamar que estábamos dentro de la película, e incluso me hizo dudar, como se verá, pero su teoría era insostenible.
Y lo que vino después, dijo Bet, no pudo ser cosa de las pastillas.
Ésta es la historia de cómo los tres encontramos lo que fuimos a buscar.
El día había amanecido gélido, azulísimo y diamantino como un océano de Bombay Sapphire, y así siguió hasta el atardecer, mientras nosotros le dábamos la triple espalda yendo de reunión en reunión, de un despacho a una sala de juntas, siempre subterráneas, cosa curiosa, o sin apenas ventanas, presentando y exponiendo nuestro gran proyecto. De vuelta, las calles del centro estaban cortadas por no sé qué desfile o fiesta popular.
Bet bajó la ventanilla y asomó la cabeza en plan gárgola amenazadora, como si su doble rayo iónico pudiera desintegrar las riadas de gente con banderas y gorritos de colores. Nos rodeaban tambores y flautines estridentes, y el aire olía a humo de leña o a castañas asadas.
Bet estaba muy nerviosa porque la jornada había sido dura. Cuando se cansó de lanzar miradas asesinas a la multitud inmóvil, comenzó a repiquetear en el techo del taxi y después en el hombro de Balú, que parecía encantado con el follón, y su mano siempre cargada de anillos saltó luego como una araña eléctrica a mi rodilla izquierda y casi noté el chispazo de la tensión que descargaba, hasta que ya no pudo aguantar y le dijo al taxista que parase, aunque más parado no podía estar, y fue bajar y meternos en aquel laberinto de calles estrechas cuando retumbó el primer trueno y Balú dijo que le había caído una gota. La segunda, ya una gotaza, reventó en el mapa que temblaba en las manos de Bet: no quería reconocer que estábamos perdidos, como atestiguaba la tienda de móviles espejeantes que tintinearon tres veces.
El cielo se puso blanco y luego negro y luego ya no vimos nada, porque la cortina de agua lo borró todo.