Ficha técnica
Título: El origen de la tristeza | Autor: Pablo Ramos | Editorial: Malpaso | Formato: Tapa dura | Tamaño: 14x21cm | Páginas: 168 | ISBN 978-84-15996-06-4 | Precio: 21 euros | Ebook: 7,99 euros
El origen de la tristeza
Pablo Ramos
El origen de la tristeza es el mapa moral de un paisaje tallado a golpes de realidad inclemente, de un territorio severamente humano que adquiere (por ello) dimensiones míticas. Y es también la estampa de un recuerdo que Pablo Ramos logra dibujar con tres lápices bien afilados: la escritura exacta, el humor inmisericorde y la mirada piadosa. Gabriel se aleja bruscamente de la infancia cuando los viejos perfiles de su barrio empiezan a desvanecerse y las aguas corruptas del arroyo Sarandí despiden llamas literales. Tiene un maestro que duerme en el cementerio, donde las tumbas imparten lecciones sobre la vida. Juega con una barra de pibes, pero allí ese juego es además una partida contra la muerte. Gabriel conquista la precaria madurez que se le ha otorgado entre raíles, pesadumbres, garrafas de vino, tierras baldías, aventuras insensatas, amigos rotos e inquebrantables y colectas que pagan el descubrimiento de la carne. No será el único descubrimiento.
«La literatura de Pablo Ramos condensa todo el dolor y toda la felicidad de la vida.» Ignacio Martínez de Pisón
«Lo mejorcito de acá.» Fogwill
«Pablo Ramos exhibe sus extraordinarias dotes de narrador: una escritura luminosa y precisa, de ritmo apasionante […]. La herencia de Roberto Arlt destella por primera vez en la literatura argentina.» Elsa Drucaroff
«Ramos reclama su lugar al sol de la literatura con mayúsculas y parece haberlo conseguido.» Rogelio Demarchi, Radar Libros
«Fondo blanco, pozo del que salir más sabio, pasión hecha literatura.» Patricia Somoza
El regalo
Como todos los domingos, el bar del Uruguayo estaba lleno. Me acerqué a Rolando que, más que sentado, parecía derrumbado sobre la barra. Me subí a una de las banquetas y lo sacudí un poco.
-Está nocaut, pibe -me dijo el Uruguayo, repasó una copa con un trapo mugriento, la miró a trasluz, la volvió a repasar y la enganchó en los viejos rieles de madera que colgaban del techo, boca abajo, como si fuera un murciélago.
-Rolando -dije-, ¿te olvidaste de lo de mi vieja?
El Uruguayo se agachó hasta desaparecer por completo debajo del mostrador, reapareció con el trapo empapado y se lo apretó a mi amigo contra la nuca.
-Che, bella durmiente -le dijo-, te habla el pibe del Negro, el Gavilán te habla, che. ¿No era que hoy tenías que darle una clase?
-Lécson námber guán -dijo Rolando como si se hubiera despabilado de repente; se incorporó, levantó una mano apuntando al techo y volvió a caerse.
-Mejor venite a la noche -me dijo el Uruguayo-, éste tiene para unas horas de meditación.
-Lo que pasa es que tenemos hasta el domingo nada más -dije, hablando más para mí que contestándole al Uruguayo; me volví hacia mi amigo e insistí-. Por qué no te tomás un café, Rolando -a la vez que le daba un montón de sacudones cortitos.
Mi amigo movió la cabeza diciéndome claramente que sí. Eso me alentó: todavía había esperanzas. El Uruguayo sirvió un café doble y lo puso frente a mí. Lograr que Rolando se lo tomara fue un problema aparte, porque el café estaba muy caliente y porque él ni siquiera podía mantener la cabeza en su lugar. Parecía uno de esos perritos con cuello de resorte que se pegan al tablero de los colectivos.
Traté de sostenerlo mientras el Uruguayo -que había dado la vuelta almostrador-hacía lo que podía para llevarle la taza a la boca.
Hasta que Rolando hizo un movimiento repentino y derramó café sobre el piso y sobre la chaqueta de mozo del Uruguayo. Entonces el Uruguayo se calentó: agarró a Rolando de los cachetes, se los apretó hasta hacerle despegar los labios, lo obligó a echar la cabeza hacia atrás y le mandó una dosis de café como para cocinarle las tripas.
Rolando lanzó un alarido, se enderezó y, sosteniéndose de la banqueta de al lado, se puso a gritar: «¡Yo tengo libros!». Gritó cuatro veces lo mismo, que tenía libros, y el Uruguayo le dijo que lo único que tenía era un pedo tísico.
El griterío contagió a algunos de los borrachos y el bar -que era un lugar más bien tranquilo- se agitó. Dos cuidadores amigos de Rolando aseguraron indignados que de verdad él tenía libros y que debían tratarlo con más respeto. En una de las mesas hubo un revoleo de dados seguido de unos manoteos, y mientras alguien recitaba la formación de Argentina en el mundial de Inglaterra, un largo zapucai llegó desde la letrina justo a tiempo para tapar el «Uruguayo botón» que otro decía por lo bajo. Hasta que un pelirrojo grandote al que llamábamos la Garza aseguró que la Provincia Oriental del Uruguay había sido siempre argentina y que debían devolverla.
Tráiler pre-venta de la película basada en la novela EL ORIGEN DE LA TRISTEZA realizada por el autor Pablo Ramos y el director Osky Frenkel.