Ficha técnica
Título: En cinco minutos levántate María | Autor: Pablo Ramos | Editorial: Malpaso | Páginas 161 | Formato: 14 x 21 cm | Encuadernación: Tapa dura | Precio: 18,50 euros
En cinco minutos levántate María
Pablo Ramos
En cinco minutos levántate María es el emocionante monólogo de una madraza entregada a los azotes de unos hijos descarriados, a la crudeza de un marido indolente y atrabiliario, y a la hostilidad del suburbio en el que sobreviven a diario.
María -con sesenta y pico de años, cuatro hijos y cinco nietos- relata una vida de estrecheces y oscuridad, sólo iluminada por la ternura y la belleza de su voz maternal que, entre la vigilia y el sueño, repasa los claroscuros, las heridas, los silencios, las pequeñas alegrías y los buenos momentos del viaje interior por sus recuerdos.
En esta novela contenida y breve que emociona hasta dejar sin aliento, Pablo Ramos alcanza su máxima destreza narrativa. Con un relato auténtico, tan amargo como dulce, da una vuelta de tuerca a Gabriel, el personaje de infancia en El origen de la tristeza (Malpaso, 2014) y el hombre que ajusta cuentas con su padre en La ley de la ferocidad (Malpaso, 2015) para dar voz a María, la madre conciliadora y pilar de un orden familiar humilde, duro y desestructurado, que en primera persona retrata la historia de la construcción (y destrucción) de una familia, su familia.
PÁGINAS DEL LIBRO
Soñé que iba a quedarme dormida, que se paraba el reloj despertador porque no le había dado cuerda e iba a quedarme dormida. Abrí los ojos y era verdad: el reloj estaba parado. Lo tomé sin encender la luz, para no despertar a este hombre, pero la cuerda se trabó a la segunda vuelta y por más que intenté destrabarla dándole un poco para el otro lado no hubo caso, la forcé y estoy segura de que acabo de romperla. Otra vez. Las agujas marcan las dos de la mañana pasadas. Las puedo ver en la oscuridad porque son fosforescentes. Tienen un resplandor verdusco que se carga con la claridad del día, o con la luz de la lámpara, y que se va apagando, poco a poco, durante la noche. Todavía se puede diferenciar la aguja larga de la cortita, y están casi juntas, inclinadas hacia la derecha sobre el número dos. Tal vez el reloj se paró hace más de media hora.
No pude volver a dormirme. Lo intenté, me di vuelta de un lado y del otro, varias veces. Pero algo pasó, escuché algo, clarito, algo que me arrasó el sueño. La radio estaba con el volumen muy alto, aunque no me pareció tan alto en el momento de dormirme. Por un instante no supe si en verdad estaba despierta, y si eso que había escuchado, más la radio, más el asunto del reloj, no eran más que otro sueño adentro del sueño. A veces me pasa eso de soñar doble. También lo de quedarme entre el sueño y la vigilia, en una especie de duermevela que me mantiene como estúpida. Me pasa porque la oscuridad de esta pieza es profunda, tan profunda por la falta de una ventana. Me ahoga esta oscuridad y algunas veces tardo mucho en dormirme mientras que otras no termino de despertarme nunca. Me quedo en ese limbo del medio. Pero no creo que haya sido eso. Esta vez fue real, muy real, puedo sentirlo, lo tengo vivo en el cuerpo todavía. Esta vez fue una sensación de lo más extraña, de frío, de ausencia. «Gabriel, Gabriel» es lo que escuché, clarito, nomás abrí los ojos. Primero me distraje con el reloj, y el volumen de la radio, pero enseguida me di cuenta de que era la voz de Gabriel susurrando su propio nombre. Me dio frío, el frío del que hablo, y me confundió un poco. La ausencia es otra cosa, vino después, no por Gabriel, sino por lo que no quiero nombrar, lo que no puedo nombrar, no por ahora. Traté de serenarme, de que bajara esa pelota de la garganta, la voz del locutor me estaba enloqueciendo. No aguanté más, metí la mano entre la cabecera de la cama y la pared para desenchufar la radio y me pasó lo de la corriente. Parece mentira, todo junto, hace unos minutos; y ahora estoy así: susurrándole a la oscuridad, en una noche sin tiempo porque el tiempo se detuvo a las dos y diez de la mañana en mi reloj. Una noche que se me figura larga, que tiene ganas de ocuparlo todo. La noche más larga del mundo, de mi mundo, de mi casa, de esta pieza.