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Ficha técnica

Título: El mundo como obra de arte. En busca del diseño profundo de la naturaleza | Autor: Frank Wilczek | Traducción: Javier Sampedro | Editorial: Crítica | Colección: Drakontos | Formato: 15,5 x 23 cm. | Presentación: Rústica con solapas | Fecha: may/2016 | Páginas: 520 | ISBN: 978-84-9892-961-4 | Precio: 28,90 euros | Ebook: 14,99 euros

‘El mundo como obra de arte’

Frank Wilczek

CRÍTICA

El premio Nobel Frank Wilczek nos guía en un viaje por descubrimientos relacionados, de Platón a Pitágoras y de ahí hasta el presente. El trabajo revolucionario de Wilczek en física cuántica estuvo inspirado por su intuición de buscar un orden profundo de la belleza en la naturaleza. De hecho, todos los avances importantes de su carrera vinieron de esta intuición: de asumir que el universo encarna formas bellas, formas cuyos distintivos son la simetría -armonía, equilibrio, proporción- y la economía.

Hay otros significados de «belleza», pero esa es la lógica profunda del universo; y no es casualidad que también esté en el corazón de lo que encontramos agradable e inspirador. Wilczek no es en absoluto el único gran científico que ha trazado su itinerario utilizando la belleza como brújula.

Como revela en El mundo como obra de arte, esto se ha situado en el corazón del empeño científico desde Pitágoras, el antiguo griego que proclamó por primera vez que «todas las cosas son número», pasando por Galileo, Newton, Maxwell, Einstein y hasta las aguas profundas de la física del siglo XX. Aunque los antiguos no tenían razón en todo, su ferviente creencia en la música de las esferas se ha mostrado correcta incluso al nivel cuántico. En realidad, Wilczek explora hasta qué punto nuestras ideas sobre la belleza y el arte se entrelazan con nuestra comprensión científica del cosmos.

 

Pitágoras I: pensamiento y objeto

El Pitágoras en la sombra

Hubo una persona llamada Pitágoras que vivió y murió alrededor de 570-495 a. C., pero se sabe muy poco de él. O quizá se «sabe» un montón sobre él, pero la mayor parte es seguramente falsa, porque el rastro documental está repleto de contradicciones. Combina lo sublime, lo ridículo, lo increíble y lo simplemente estrafalario.

Se dijo de Pitágoras que era hijo de Apolo, que tenía un muslo de oro y que brillaba. Quizá defendía el vegetarianismo y quizá no. Entre sus dichos más notorios está el mandato de no comer alubias, porque «las alubias tienen alma». Sin embargo, varias fuentes cercanas en el tiempo niegan de manera explícita que dijera o creyera nada parecido. Más fiable resulta que Pitágoras creyera en la trasmigración de las almas, y que lo enseñara. Hay varias historias -todas dudosas, ciertamente- que parecen corroborarlo. Según Aulo Gelio, Pitágoras recordaba cuatro de sus vidas pasadas, entre ellas la que pasó como un bello cortesano llamado Alco. Jenófanes cuenta que Pitágoras, al oír los aullidos de un perro que estaba recibiendo una paliza, se apresuró a detenerla, asegurando que había reconocido la voz de un amigo fallecido. Pitágoras también, como haría san Francisco siglos después, predicaba a los animales. La «Enciclopedia Stanford de Filosofía» -un recurso en línea gratis y extremadamente valioso- lo resume así:

La imagen moderna y popular de Pitágoras es la de un maestro de las matemáticas y la ciencia. Las evidencias cercanas a su época muestran, sin embargo, que, aunque Pitágoras fue famoso en sus días e incluso ciento cincuenta años después, en la época de Platón y Aristóteles, no era en la matemática ni en la ciencia en lo que se basaba su fama. Pitágoras era famoso:

  1. Como experto en el destino del alma después de la muerte, que enseñaba que el alma era inmortal y pasaba por una serie de reencarnaciones.
  2. Como experto en el ritual religioso.
  3. Como un remedio milagroso que tenía un muslo de oro y podía estar en dos sitios a la vez.
  4. Como fundador de un estilo de vida estricto que preconizaba restricciones dietéticas y una autodisciplina rigurosa.

Unas cuantas cosas parecen claras. El Pitágoras histórico nació en la isla griega de Samos, viajó mucho y se convirtió en el inspirador y fundador de un movimiento religioso inusual. Su culto floreció brevemente en Crotona, sur de Italia, y desarrolló sucursales en otros lugares antes de ser reprimido en todas partes. Los pitagóricos formaban sociedades secretas, y en ellas se centraba la vida de los iniciados. Estas comunidades, que incluían tanto hombres como mujeres, proclamaban una especie de misticismo intelectual que a la mayoría de sus contemporáneos les parecía maravilloso, pero extraño y amenazador. Su visión del mundo se centraba en la veneración de los números y en la armonía musical, que según ellos reflejaba la estructura profunda de la realidad (como veremos, algo de razón tenían).

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Frank Wilczek

Frank Wilczek ganó el premio Nobel de Física en 2004. Es profesor de física en el Massachusetts Institute of Technology y escribe en las revistas Nature y Physics Today. Es autor de La ligereza del ser (Crítica, 2009).

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