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Ficha técnica

Título: El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado | Autores: Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas | Editorial: Anagrama | Colección: Crónicas | Páginas: 512 | ISBN: 978-84-339-2602-9 | Precio: 24,90 euros | Ebook: 12,99 euros

El marqués y la esvástica

Plàcid Garcia-Planas

ANAGRAMA

El 10 de junio de 1942 empezó un enigma que planearía sobre el Madrid literario de la posguerra hasta nuestros días: esa tarde, en el París ocupado, la Gestapo detuvo a César González-Ruano (1903-1965), periodista español y aspirante a marqués. ¿Por qué lo encerró en la cárcel militar de Cherche-Midi durante setenta y ocho días? ¿Por qué interrogó, con simulación de fusilamiento, a un hombre que desde 1933 había cantado las excelencias de la esvástica? «No fue por robar relojes, claro está», escribió Ruano en sus memorias, donde merodea como un zorro por la verdad sin hincarle nunca el diente. «La verdad, la verdad pura, apenas sirve para nada», anotaría en su diario íntimo. ¿De qué lo acusaron los nazis? ¿Por qué nunca lo confesó? ¿Tal vez porque la verdad «apenas sirve para nada»?

Ruano había llegado a París dos años antes, alcoholizado, y por primera vez en su vida dejó de escribir y trabajar. ¿De dónde sacaba el dinero para tanto viaje y tanto champán? Cruzó como un pícaro del Siglo de Oro la Europa más oscura del siglo XX, y lo más inquietante no es lo que hizo, sino la cantidad de gente que hizo lo mismo que él. Españoles turbios en el París ocupado, de derechas e izquierdas, ciudadanos de un régimen amigo de Berlín en la antesala de Auschwitz.

Son muchos los periodistas, poetas y editores que han apuntado la gran sospecha: en París, Ruano se habría lucrado engañando y robando a judíos desesperados. Se rumoreaba en El Chiringuito de Sitges, donde se escondió huyendo de la Resistencia francesa. Se lo comentaban unos a otros entre las tazas del Café Gijón. Hubo quien lo relacionó con otra sospecha todavía más negra: la matanza y expolio de judíos que huían por Andorra. Pero no había una sola prueba. Y Ruano, con sus medios silencios, gozaba en secreto de su intrigante leyenda. «París en plena ocupación era más divertido que dramático», recordaba. ¿Qué hizo él en ese París tan «divertido»?

1. LAS INTENSIDADES DEL MAL

Está puesto en el menú con el precio de chipirones y calamares: first chiringuito in Spain.

Quién lo diría. Este chiringuito, con valquirias sacando pecho y gays marcando paquete, es un espacio literario: César González-Ruano escribió aquí y desde aquí extendió la palabra chiringuito por todas las playas de España.

Es la distancia entre la tortura y la sensualidad, entre el Tercer Reich y el primer chiringuito: en octubre de 1943, con Europa carbonizándose, Ruano se escondía en esta playa, aunque la tortura de la que escapaba era sólo suya, estética y suya, y del alcohol en el que se sumergía. 

Es, también, la distancia entre París y Sitges: una huida sin interrupciones. Porque Sitges, escribió Ruano, «limita al Este con las Indias de los virreyes, al Oeste con las costas romanas y las islas griegas, al Sur con Andalucía y Marruecos, al Norte con la Mairie de Montmartre». Y porque París, el París ocupado por la Gestapo, y ocupado por él, también tenía arena: en el estudio del escultor catalán Apel·les Fenosa, en la rue de Saint-Jacques, Ruano tomaba con frecuencia «baños de sol, con un traje como si estuviéramos en la playa».

Un currante está repintando hoy la estructura de madera del Chiringuito con una nueva capa – una más- de pintura blanca con líneas azules. Han descolgado todas las fotografías y las han colocado en la mesa, una sobre otra. La de Ruano está encima de todas, junto a un ejemplar de la revista Semana, y el halo de ultratumba que desprende su retrato – descolorido hasta la angustia- contrasta con la crema Hydra Floral que se anuncia en la contraportada de la revista: «Cuando me preguntan por el secreto de mi piel, lo tengo claro.» ¿Qué inconfesable secreto escondía Ruano?

César González de Agüero Ruano Garrastazu de la Sota, aspirante a marqués de Cagigal, nació el 22 de febrero de 1903 en el barrio de Chueca de Madrid, ciudad donde moriría el 15 de diciembre de 1965. Se formó entre Alfonso XIII y la Segunda República. Empezó como poeta del ultraísmo, la vanguardia más castiza de Europa, pero no le hicieron mucho caso y decidió entrar en la literatura española dando el campanazo. Lo dio en febrero de 1922, en el Ateneo de Madrid, el cerebro de España.

En calidad de «joven poeta desconocido», Ruano logró que le ofrecieran el salón de actos para recitar poesías de su libro Alma. Apareció con un chaleco amarillo, una melena teñida con agua oxigenada, poca alma y mucha desfachatez. Según el Heraldo de Madrid, gesticuló como un payaso y confundió el cerebro de España con una pista de circo. Empezó elogiando su frente magnífica y buen tipo, osadía que el público recibió entre risas. «Se llamó guapo y eso no es cierto, pues tiene cara de pipa», sentenció el Heraldo. Pero el auténtico atrevimiento vino después: calificó de «pesado» y «cejijunto» al venerado Ortega y Gasset y habló de «un tal Cervantes, del siglo xv o por ahí, del que me han dicho que era manco y debe ser verdad, porque escribía con los pies». Aquello era demasiado. El público ya no quiso escuchar las poesías del joven melenudo, que él mismo anunció como «maravillosas, magníficas y admirables».

-¡Que se vaya! – gritaron todos.

-¡No me voy! – gritó a su vez Ruano-. ¡Tengo derecho a decir lo que quiera!

El secretario del Ateneo subió al estrado para acallarlo, pero Ruano se resistió. Empezó una violenta discusión y los ujieres evacuaron el salón. En los días posteriores, no Ruano sino «el señor González» fue duramente criticado en los grandes rotativos madrileños. Objetivo cumplido… a medias. A partir de entonces Ruano siempre tendió a prescindir del primero de sus apellidos.

Aquella salida de tono lo dio a conocer, y para que no olvidaran su nombre se dedicó a llamar por teléfono a los cafés literarios preguntando por sí mismo. Tenía ángel, un ángel muy suyo, y la prensa le fue abriendo las puertas: La Época, El Imparcial,  La Libertad, Estampa, Heraldo de Madrid, Informaciones, ABC… Ruano se convertía en un periodista ubicuo, admirado, odiado y peculiar, muy peculiar. Se decía que algunas muchachas madrileñas, y quizá algún hombre, guardaban retratos de él en cajitas ocultas en el fondo de sus armarios.

[ADELANTO DEL LIBRO EN PDF]

Ficha técnica

Título: El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado | Autores: Rosa Sala Rose y Plàcid García-Planas | Editorial: Anagrama | Colección: Crónicas | Páginas: 512 | ISBN: 978-84-339-2602-9 | Precio: 24,90 euros | Ebook: 12,99 euros

El marqués y la esvástica

Plàcid Garcia-Planas

ANAGRAMA

El 10 de junio de 1942 empezó un enigma que planearía sobre el Madrid literario de la posguerra hasta nuestros días: esa tarde, en el París ocupado, la Gestapo detuvo a César González-Ruano (1903-1965), periodista español y aspirante a marqués. ¿Por qué lo encerró en la cárcel militar de Cherche-Midi durante setenta y ocho días? ¿Por qué interrogó, con simulación de fusilamiento, a un hombre que desde 1933 había cantado las excelencias de la esvástica? «No fue por robar relojes, claro está», escribió Ruano en sus memorias, donde merodea como un zorro por la verdad sin hincarle nunca el diente. «La verdad, la verdad pura, apenas sirve para nada», anotaría en su diario íntimo. ¿De qué lo acusaron los nazis? ¿Por qué nunca lo confesó? ¿Tal vez porque la verdad «apenas sirve para nada»?

Ruano había llegado a París dos años antes, alcoholizado, y por primera vez en su vida dejó de escribir y trabajar. ¿De dónde sacaba el dinero para tanto viaje y tanto champán? Cruzó como un pícaro del Siglo de Oro la Europa más oscura del siglo XX, y lo más inquietante no es lo que hizo, sino la cantidad de gente que hizo lo mismo que él. Españoles turbios en el París ocupado, de derechas e izquierdas, ciudadanos de un régimen amigo de Berlín en la antesala de Auschwitz.

Son muchos los periodistas, poetas y editores que han apuntado la gran sospecha: en París, Ruano se habría lucrado engañando y robando a judíos desesperados. Se rumoreaba en El Chiringuito de Sitges, donde se escondió huyendo de la Resistencia francesa. Se lo comentaban unos a otros entre las tazas del Café Gijón. Hubo quien lo relacionó con otra sospecha todavía más negra: la matanza y expolio de judíos que huían por Andorra. Pero no había una sola prueba. Y Ruano, con sus medios silencios, gozaba en secreto de su intrigante leyenda. «París en plena ocupación era más divertido que dramático», recordaba. ¿Qué hizo él en ese París tan «divertido»?

1. LAS INTENSIDADES DEL MAL

Está puesto en el menú con el precio de chipirones y calamares: first chiringuito in Spain.

Quién lo diría. Este chiringuito, con valquirias sacando pecho y gays marcando paquete, es un espacio literario: César González-Ruano escribió aquí y desde aquí extendió la palabra chiringuito por todas las playas de España.

Es la distancia entre la tortura y la sensualidad, entre el Tercer Reich y el primer chiringuito: en octubre de 1943, con Europa carbonizándose, Ruano se escondía en esta playa, aunque la tortura de la que escapaba era sólo suya, estética y suya, y del alcohol en el que se sumergía. 

Es, también, la distancia entre París y Sitges: una huida sin interrupciones. Porque Sitges, escribió Ruano, «limita al Este con las Indias de los virreyes, al Oeste con las costas romanas y las islas griegas, al Sur con Andalucía y Marruecos, al Norte con la Mairie de Montmartre». Y porque París, el París ocupado por la Gestapo, y ocupado por él, también tenía arena: en el estudio del escultor catalán Apel·les Fenosa, en la rue de Saint-Jacques, Ruano tomaba con frecuencia «baños de sol, con un traje como si estuviéramos en la playa».

Un currante está repintando hoy la estructura de madera del Chiringuito con una nueva capa – una más- de pintura blanca con líneas azules. Han descolgado todas las fotografías y las han colocado en la mesa, una sobre otra. La de Ruano está encima de todas, junto a un ejemplar de la revista Semana, y el halo de ultratumba que desprende su retrato – descolorido hasta la angustia- contrasta con la crema Hydra Floral que se anuncia en la contraportada de la revista: «Cuando me preguntan por el secreto de mi piel, lo tengo claro.» ¿Qué inconfesable secreto escondía Ruano?

César González de Agüero Ruano Garrastazu de la Sota, aspirante a marqués de Cagigal, nació el 22 de febrero de 1903 en el barrio de Chueca de Madrid, ciudad donde moriría el 15 de diciembre de 1965. Se formó entre Alfonso XIII y la Segunda República. Empezó como poeta del ultraísmo, la vanguardia más castiza de Europa, pero no le hicieron mucho caso y decidió entrar en la literatura española dando el campanazo. Lo dio en febrero de 1922, en el Ateneo de Madrid, el cerebro de España.

En calidad de «joven poeta desconocido», Ruano logró que le ofrecieran el salón de actos para recitar poesías de su libro Alma. Apareció con un chaleco amarillo, una melena teñida con agua oxigenada, poca alma y mucha desfachatez. Según el Heraldo de Madrid, gesticuló como un payaso y confundió el cerebro de España con una pista de circo. Empezó elogiando su frente magnífica y buen tipo, osadía que el público recibió entre risas. «Se llamó guapo y eso no es cierto, pues tiene cara de pipa», sentenció el Heraldo. Pero el auténtico atrevimiento vino después: calificó de «pesado» y «cejijunto» al venerado Ortega y Gasset y habló de «un tal Cervantes, del siglo xv o por ahí, del que me han dicho que era manco y debe ser verdad, porque escribía con los pies». Aquello era demasiado. El público ya no quiso escuchar las poesías del joven melenudo, que él mismo anunció como «maravillosas, magníficas y admirables».

-¡Que se vaya! – gritaron todos.

-¡No me voy! – gritó a su vez Ruano-. ¡Tengo derecho a decir lo que quiera!

El secretario del Ateneo subió al estrado para acallarlo, pero Ruano se resistió. Empezó una violenta discusión y los ujieres evacuaron el salón. En los días posteriores, no Ruano sino «el señor González» fue duramente criticado en los grandes rotativos madrileños. Objetivo cumplido… a medias. A partir de entonces Ruano siempre tendió a prescindir del primero de sus apellidos.

Aquella salida de tono lo dio a conocer, y para que no olvidaran su nombre se dedicó a llamar por teléfono a los cafés literarios preguntando por sí mismo. Tenía ángel, un ángel muy suyo, y la prensa le fue abriendo las puertas: La Época, El Imparcial,  La Libertad, Estampa, Heraldo de Madrid, Informaciones, ABC… Ruano se convertía en un periodista ubicuo, admirado, odiado y peculiar, muy peculiar. Se decía que algunas muchachas madrileñas, y quizá algún hombre, guardaban retratos de él en cajitas ocultas en el fondo de sus armarios.

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Plàcid Garcia-Planas

Plàcid Garcia-Planas nació en el seno de una familia textil de Sabadell en 1962. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra, es reportero de La Vanguardia de Barcelona desde 1988. En su amplia trayectoria profesional ha cubierto las guerras yugoslavas, las dos guerras del Golfo y los conflictos de Líbano, Israel, Palestina, Afganistán y Libia entre otros. Es autor de La revancha del reportero, libro en el que sigue la huella a siete grandes corresponsales de guerra de La Vanguardia desde 1893. También de la obra, Jazz en el despacho de Hitler, con la que ha sido galardonado con el Premio Godó de Periodismo de Investigación y Reportaje. También ha escrito Como un ángel sin permiso. Cómo vendemos misiles, los disparamos y enterramos a losmuertos.© de la fotoAnna Achón

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