La ciudad del crimen, que la editorial Debate publicó en España en 2011 en magnífica traducción de Jordi Soler, es una obra maestra de la prosa poética de no ficción. Charles Bowden, su autor, es un veterano, encallecido y aguardentoso cronista de la frontera entre Estados Unidos y México.
Bowden ive en el borde de la frontera, en Tucson, Arizona, y tanto su estilo como su pinta en las fotos me hacen pensar en un Charles Bukowski de la no ficción.Ya había ganado premios con Down by the River y con Some of the Dead are Still Breathing, y sus crónicas en las más importantes revistas de periodismo literario le habían traido un público fiel. Pero apenas se lo conocía en Latinoamérica y en España.
Hay algo viejo, de aliento clásico, en La ciudad del crimen. Tal vez eso es lo moderno: al buscar entre los cronistas o periodistas literarios norteamericanos actuales, uno de los hilos que se perciben es el desarrollo en la depuración, la sofisticiación de la prosa, el diálogo con los nuevos novelistas y cuentistas y con la poesía, hasta llegar a un punto casi experimental.
Contar el argumento de lo que sería un documental, imitar las formas de contar de lo audiovisual y el relato multimedia con imágenes y voces y cosas de colores que se mueven es hacer que la escritura siempre vaya a la zaga. Bowden para mí representa el camino inverso: de vuelta a lo que hace grande a la literatura, el fulgor del verbo, el construir mundos reales solo con palabras. Nada menos que con palabras.
“Estoy mirándola en su celda, en el asilo. Un pequeño colchón lo coupa todo, y al lado hay un recipiente amarillo de veinte litros para el producto de las micciones y las defecaciones. Las paredes son de baldosas blancas, porque los pacientes como Miss Sinaloa tienden a pintar las superficies con sus propias heces. La puerta es de metal sólido con una pequeña ranura para que las Miss Sinaloa del mundo no puedan arrojar sus heces al personal. Mantas de cuadros cubren los colchones.
“Esa fue su casa durante al menos dos meses. Nadie podía visitarla. Deliraba, estaba muy enojada. En parte fue encerrada para protegerla de otros pacientes que deseaban su piel clara y su belleza. Y en parte, porque en cualquier momento podía volverse loca.
“Estaba calva. El personal había tenido que cortar su hermosa cabellera porque constituía un riesgo. Hay pacientes que tienen tendencia a estrangular a las personas con su propio cabello.”
Miss Sinaloa es una hermosa muchacha de pueblo, violada durante días por una pandilla de policías, que acaba encerrada en un asilo y que el autor encuentra transitando al borde de la locura, de la desesperación, de la rabia y el odio a sí misma y al mundo. Así es Tijuana, el mundo de la frontera, un mundo a punto de romperse en mil pedazos que solo se puede entender y contar si uno se coloca, como Miss Sinaloa, en la frontera entre lo que se debe contar y lo que no se puede entender.
Bowden aparece entre los muertos, los futuros muertos, los deudos destrozados de los muertos, los periodistas que se apresuran a contar los muertos antes de que los maten a ellos también, los asesinos sensibles y los corruptos honesto. Sale y entra en escena como un fantasma. Es una voz que sobrevuela el escenario intolerable de crimen, droga, muertes y violaciones, una ciudad que si fuera una persona ya estaría muerta.
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“El silencio es mi viejo amigo aquí: una cosa que se siente como una mano en la gargata que elimina todos los sonidos. No es el silencio de la tumba o el silencio de la iglesia, es el mutismo del terror. Las palabras apenas se forman en la mente. Y después de un tiempo, incluso la idea pierde la forma y flota como un fantasma. Las cosas se explican ,pero las frases no tienen sujeto, solo un indicio de verbo, y después de un rato; incluso el objeto es algo confuso. Encuentran a dos hombres muertos, con signos de torutra no muy evidentes, hay casquillos alrededor de sus cuerpos. Ciertos elementos están matando personas en la ciudad. Las autoridades expresan su indignación por el caos y el trastorno. Todo esto es una forma de silencio. Juárez es un lugar donde una declaración puede ser un acto de suicidio”.
Y también:
“Hay dos maneras de estar a salvo y cuerdo. Una de ellas es el silencio, fingir que no ha pasado nada, y negarse a decir en voz alta lo que pasó. La otra es un pensamiento mágico, inventar explicaciones para lo que te rehúsas a decir, y gracias a estas explicaciones pas desestimando esa cosa que no puede llegar a tus labios. Por supuesto, estolo se aplica a los individuos. Prensa, políticos y agencias gubernamentales tienen un tercer método: citan a los carteles de la droga y dicen que todo l oque pasa es culpa de ellos. Esta táctica es muy atractiva y lo remita a uno a la infancia, cuando la noche pertenecía a los monstruos y a los fantasmas. Ésta era la herramienta de la guerra fría, cuando los comunistas estaban escondiddos debajo de la cama, y es la herramienta de las nuevas guerras contra el terrorisimo y las drogas. Como un reloj parado, es puntual ahora y entonces. Organizaciones de todo tipo mienten, engañan, roban y matan. Sin embargo, en Juárez casi nadie asocia que los asesinatos están vinculados a un hecho”.
Seguimos el hilo de sus palabras, nos parece que de alguna manera entendemos lo que nos dice. Pero es una verdad más verbal que basada en datos, entrevistas, la descripción fiel de escenas vistas y documentos revelados. Todo está entendido y asumido a un nivel muy profundo y en un área poética de la mente. Bowden grita en susurros, porque nos habla como quien cuenta una historia terrible y explica cosas que son inexplicables.
¿Cómo explicar los cuerpos de mujeres jóvenes y pobres, como Miss Sinaloa, que aparecen todas las semanas en el desierto? ¿Los cadáveres mianiatados y con signos de tortura que brotan a diario, sin que nada cambie, sin que los discursos tengan el más mínimo efecto?
La violencia extrema se apoderó hace décadas de Ciudad Juárez, y Charles Bowden le canta a la sinrazón metiéndonos en la cabeza de gente como Miss Sinaloa, que sufrió más de lo que alguien puede soportar, y al mismo tiempo nos cuenta a quién sirve este ambiente de terror, quién quiere que no termine el tráfico de droga y la lucha entre pandillas, por qué siguen en su puesto policías tan obviamente corruptos, crueles y cobardes.
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¿Se puede contar semejantes historias, se puede entender este paisaje descorazonador desde el periodismo tradicional, o desde el periodismo narrativo elegante y bajo control del típico estilo New Yorker? El polvo de los muertos se te mete adentro, y uno comienza a desvariar al tratar de relatar ese horror.
Bowden está adentro de su tema, pero sale al borde a tomar aire y a escribir sus relatos espléndidos. La prosa siempre está al borde del eflubio poético, pero en su prólogo decide directamente escribirnos en un poema narrativo, un poema de no ficción, que interpela directamente al lector y lleva al autor, con una seguridad pasmosa, a escribir un prólogo directamente ne versos libres, interpelando al lector:
“Voy a decirte algo sobre la temprada de asesinatos.
¿Qué?
¿No te gusta la violencia?
Entiendo.
Pero súbete al coche.
¿Dices que es difícil ver por las ventanillas oscuras?
Ya aprenderás lo que es la oscuridad.
Miss Sinaloa es un detalle. Era especial, muy fina.
Subió al coche, por supuesto. Qué paseo, Dios mío.
Bueno, sí, está el tema de la cocaína, el whisky y la cordura que podría socavar su posicion en la comunidad.
¿Ves a esa gente en la calle fingiendo que no existes y esta máquina entorme con las ventanillas oscuras, fingiendo que nada de esto te está pasando a tí?
Eso eras tú hasta hace unos pocos minutos.”
¿Es esto periodismo, incluso en la acepción más inclusiva y laxa del término? Sí, si decides subirte al coche de Charles Bowden.
El camino al que nos invita en su versión fascinante y dolorosa de la narrativa de no ficción no es para cuaquier reportero, no es para cualquier tema y no es para cualquier lector. Pero en muchos blogs americanos y europeos estoy viendo intentos de transitar este camino. Ahora que el maestro Bowden está en castellano (y tenía que ser un novelista mexicano quien lo tradujera) podemos acercarse a una forma radicalmete nueva y osada de escribir periodismo.
Les desafío a asegurarme que no han cambiado después de leer La ciudad del crimen.