
Ficha técnica
Título: El Dios salvaje. Ensayo sobre el suicidio | Autor: Al Álvarez | Editorial: Hueders | Páginas: 329 | Formato: 14×22 cm | ISBN: 978-956-8935-36-8 |
El Dios Salvaje. Ensayo sobre el suicidio
Al Alvarez
Después del suicidio de su admirada amiga, la poeta Sylvia Plath, y como una forma de entender su propia experiencia de suicida frustrado, el ensayista, crítico y poeta Al Alvarez recorre la historia de la autoaniquilación desde Roma hasta el psicoanálisis.
Observa el castigo social hacia el suicida y muestra, a través de la literatura, que puede significar muchas cosas: un grito de ayuda desesperado, un rechazo radical del mundo, el mayor acto de libertad, una confesión de fracaso.
Alvarez construye un estudio incomparable sobre un tema todavía poco pensado, y sigue el hilo negro para proponer una nueva teoría del arte y sobre todo reflexionar vitalmente sobre las fuerzas oscuras que nos acechan.
«Los elocuentes ensayos de Alvarez son ricos en anécdotas y están escritos por la mano de un verdadero cultor de la poesía, que ha dedicado su vida a ella». J.M. Coetzee
«Al Alvarez es el hombre más caballeroso y amable que ustedes o yo jamás podríamos conocer». John Le Carré
Prefacio
Cuando yo iba al colegio había un profesor de física, inusualmente apacible y bastante desorganizado, que se pasaba el día hablando en broma del suicidio. Era un hombre bajito, de ancha cara rojiza, gran cabeza cubierta de rizos grises y una sonrisa permanentemente atribulada. Se decía que en Cambridge, contrario a la mayoría de sus colegas, había obtenido en su asignatura la nota más alta. Un día, hacia el final de una clase, señaló tenuemente que quien quisiera cortarse la garganta debía cuidarse de meter primero la cabeza en una bolsa, pues de lo contrario dejaría todo hecho un desastre. Todo el mundo se rió. Luego sonó el timbre de la una y los muchachos salimos en tropel a almorzar. El profesor de física se fue en bicicleta a su casa, metió la cabeza en una bolsa y se cortó la garganta. No dejó un gran desastre. Yo quedé realmente impresionado.
Echamos mucho de menos al profesor, ya que en aquella comunidad sombría y cerrada no abundaban las buenas personas. Pero durante la racha de rumores escandalizados que le siguieron, a mí nunca se me ocurrió que el hombre hubiese hecho algo malo. Más tarde tuve mi propio roce con la depresión y empecé a entender, supuse, por qué el profesor había optado por una salida tan desesperada. Poco después de eso conocí a Sylvia Plath en el extraordinario período creativo que precedió a su muerte. A veces hablábamos del suicidio, pero con frialdad, como si fuese un tema cualquiera. Sólo después de que ella se quitara la vida me di cuenta de que, por más que yo estuviera convencido de comprender el suicidio, no sabía nada de ese acto. Este libro es un intento de descubrir por qué suceden este tipo de cosas.