
Ficha técnica
Título: El castillo | Autor: Franz Kafka | Ilustraciones: Luis Scafati | Traducción: José Rafael Hernández Arias | Editorial: Sexto Piso | Colección: Sexto Piso Ilustrado | Dimensiones: 17 x 24 cm | Páginas: 352 | ISBN: 978-84-15601-75-3 | Precio: 28 euros
El castillo
Franz Kafka
La centralidad de Franz Kafka en el canon literario del siglo xx y la alargadísima sombra que proyecta en la posteridad tienen muchas explicaciones. Quizá él mejor que nadie supo diagnosticar los traumas de la época que le tocó vivir y se atrevió a lanzar una mirada a los horrores por venir. Sus visiones alienadas, paranoicas y pesadillescas, sus infernales laberintos burocráticos (y su sinsentido racional) daban forma a una nueva clase de soledad y de indefensión, inequívocamente modernas. El desamparo metafísico, la anulación del individuo bajo el peso del Estado, paralizado en una maraña de leyes y designios opacos, incomprensibles, en las redes de un poder anónimo, difuso y siempre omnipresente, irrebasable… todo ello expresaba a la perfección no sólo el sombrío advenimiento de las sociedades totalitarias, sino el carácter esencial de nuestro tiempo. En este sentido, El castillo no puede dejar de ser una novela completamente kafkiana, absorbente y desconcertante: un mal sueño sublime.
El castillo relata la historia del agrimensor K, que acude a la llamada de un pueblo adscrito a un castillo para que realice trabajos profesionales. Para ello, abandona su patria, su trabajo y su familia. Pero cuando llega allí le hacen saber que no hace ninguna falta, se siente marginado por la comunidad desde el primer momento y comienza una lucha a ciegas para conseguir una entrevista con la administración, pero encontrará que se le cierran todas las puertas.
Las hermosas y sofocantes ilustraciones de Luis Scafati ahondan en la atmósfera sórdida y onírica de la obra y le sientan como un guante al universo asfixiante y turbador de Kafka.
«La obra de Kafka es como una red en la que cada fragmento de sus diarios, cada novela, cada apunte, cada aforismo, conviven en un conjunto». Roberto Calasso
«El acierto de Kafka ha sido acercar precisamente lo irracional e instalarlo como un elemento más a tener en cuenta en nuestras vidas». José María Carabante, Nueva Revista
1. LA LLEGADA
Cuando K llegó era noche cerrada. El pueblo estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Del castillo no se podía ver nada, la niebla y la oscuridad lo rodeaban, ni siquiera el más débil rayo de luz delataba su presencia. K permaneció largo tiempo en el puente de madera que conducía desde la carretera principal al pueblo elevando su mirada hacia un vacío aparente.
Se dedicó a buscar un alojamiento; en la posada aún estaban despiertos, el hostelero no tenía ninguna habitación para alquilar, pero permitió, sorprendido y confuso por el tardío huésped, que K durmiese en la sala sobre un jergón de paja. K se mostró conforme. Algunos campesinos aún estaban sentados delante de sus cervezas pero él no quería conversar con nadie, así que él mismo cogió el jergón del desván y lo situó cerca de la estufa. Hacía calor, los campesinos permanecían en silencio, aún los examinó un rato con los ojos cansados antes de dormirse.
Pero poco después lo despertaron. Un hombre joven, vestido como si fuese de la ciudad, con un rostro de actor, ojos estrechos y cejas espesas, permanecía a su lado junto al posadero. Los campesinos todavía seguían allí, algunos habían dado la vuelta a sus sillas para ver y escuchar mejor. El joven se disculpó muy amablemente por haber despertado a K, se presentó como el hijo del alcaide del castillo y después dijo:
-Este pueblo es propiedad del castillo, quien vive aquí, o pernocta, vive en cierta manera en el castillo. Nadie puede hacerlo sin autorización del conde. Usted, sin embargo, o no posee esa autorización o al menos no la ha mostrado.
K, que se había incorporado algo, se alisó el pelo, miró desde abajo a la gente que lo rodeaba y dijo:
-¿En qué pueblo me he perdido? ¿Acaso hay aquí un castillo?
-Así es -dijo lentamente el joven, mientras aquí y allá se sacudía alguna cabeza sobre K-, el castillo del conde Westwest.
-¿Y hay que tener una autorización para pernoctar? -preguntó K como si quisiese convencerse de que no había soñado las informaciones aportadas con anterioridad.
-Hay que tener la autorización -fue la respuesta, y K captó un tono de burla cuando el joven preguntó al hostelero y a los huéspedes con el brazo extendido:
-¿O acaso no hay que tener una autorización?
-Entonces tendré que recoger la autorización -dijo K bostezando y se quitó la manta con la intención de levantarse.
-Sí, ¿y quién se la va a dar? -preguntó el joven.
-El señor conde -dijo K-, no me queda otro remedio.
-¿Solicitar ahora, a medianoche, una autorización del conde? -exclamó el joven, retrocediendo un paso.
-¿No es posible? -preguntó K con indiferencia-. Entonces, ¿por qué me ha despertado?