
Ficha técnica
Título: Diario 1893-1937 | Autor: Conde Harry Kessler | Traducción: Raúl Gabás Pallás | Edición y notas: José Enrique Ruiz-Domènec | Editorial: La Vanguardia Ediciones | Tamaño: 22,4 X 17,1 cm x 31 mm | Encuadernación: Rústica | Fecha: dic/2015 | Páginas: 536 | ISBN: 978-84-16372-16-4 | Precio: 24 euros | E-book: 13,99 euros
Conde Harry Kessler. Diarios 1893-1937
Harry Kessler
Aristócrata, cosmopolita, con dominio completo del alemán, el inglés y el francés, admirador de las vanguardias, mecenas, crítico de arte, editor, político, Harry Kessler creía que la cultura era el verdadero lugar donde las personas pueden mejorar y entenderse, desarrollar una vida verdadera, sin atender a fronteras ni prejuicios de ningún tipo. Todo ello con una característica diferencial: conocía a todo el mundo y todo el mundo lo conocía. Un mundo que era Europa, en concreto sus principales ciudades (Berlín, París, Londres, Zurich…), en realidad una red cuyos nodos eran las personas más importantes de la cultura y la política entre finales del siglo XIX y los años treinta del XX.
Los detalles de una vida así hubieran quedado sumidos en el olvido si desde los 12 años Kessler no hubiera registrado minuciosamente por escrito cada encuentro, cada experiencia cultural, cada hecho relevante que vivió, incluida su participación en el frente durante la Gran Guerra, en un diario que ha sido la sensación en Europa en los últimos años, cuando poco a poco se ha ido recuperando y editando hasta completar por ahora ocho volúmenes que suman más de 8.000 páginas y que incluyen a más de 20.000 nombres. Solo falta editar un volumen, de los 12 a los 24 años, que formaba parte de lo encontrado por casualidad en Palma de Mallorca en los años ochenta tras abrir una caja fuerte que Kessler había contratado a escondidas en un banco y que incluía todos sus cuadernos hasta 1918.
Con este libro llega la primera muestra al español de tan ingente obra, gracias a una cuidada antología realizada por José Enrique Ruiz-Domènec. Leeremos encuentros personales con Verlaine, Mann, Rilke, Nietzsche y su hermana, Einstein, Rodin, Maillol, Munch, Strauss, Woolf… pero también la revolución de Berlín tras la derrota en la Primera Guerra Mundial o la ascensión inesperada del nazismo, que cautivó para su sorpresa a su círculo más próximo. También los viajes a Barcelona y Palma, donde intentó alejarse del terror que perseguía a los disidentes de la Alemania nazi. Sin duda el acontecimiento cultural del año.
Introducción
El conde Harry Kessler es un ejemplo perfecto del europeo cosmopolita educado en el último tercio del siglo XIX y que madura su personalidad en las primeras décadas del siglo XX. Para sus más reputados biógrafos, un esteta que consideró la belleza como una promesa de felicidad, un hombre de mundo, que hablaba, leía y escribía en tres idiomas, ávido de comprender las vanguardias artísticas a través de la tradición clásica y el espíritu del gótico, de los valores del Renacimiento y los sueños de la Ilustración; un escritor orgulloso de la holgura de sus conocimientos, puestos al servicio de un proyecto de vida que le exigió desprenderse de todo fi n privado, social o nacional y abrazar una suerte de querencia por las virtudes cosmopolitas. En general, destacaba por sostener ideas muy personales sobre lo que era algo bien hecho. En esa categoría no incluía el lenguaje popular, la imaginería religiosa, el lenguaje lírico o las tribulaciones amorosas con mujeres. En cambio era bien conocida su afición por anotar opiniones o vivencias; como también su carácter atrevido y crítico hacia los pusilánimes. Para la mayoría de sus amigos fue alguien que siempre iba adelante, sin miedo, aceptando la gimnasia intelectual de una época llena de novedades. Más de una vez se le vio rechazar la idea de que Europa era decadente, y de resistirse a los que se empeñaban en poner fi n a la cultura para comenzar de nuevo en una pizarra limpia. Por eso a muy pocos extrañó que un día de junio de 1880 decidiera escribir un diario.
Fue una decisión de adolescente, y sin embargo le dejó clavado en la mesa, incapaz de calibrar el impacto en su porvenir. La primera palabra que anotó en inglés fue morning. Una metáfora del amanecer de la conciencia a un mundo donde las ideas eran menos importantes que el modo en que se expresaban a través de la literatura, la música y el arte. La repetición de ese gesto fue la clave de su vida. Su Diario se convirtió a partir de entonces en la más acabada descripción de aquel tiempo que se pueda leer. Anotó con cuidado y altas dosis de observación el curso de los acontecimientos que hicieron triunfar las vanguardias mientras la mayor parte de los europeos seguían comprometidos con los valores tradicionales. Hacia 1880, lo habitual en su círculo social era sostener los principios victorianos. La religiosidad y el nacionalismo estaban tan generalizados que apenas necesitaban medición. La regla implícita era: adaptarse a las normas o cambiarlas a la fuerza.