Coincidencias
Luis Goytisolo
¿Es Coincidencias propiamente una novela? Lo es, pese a que en un principio a más de un lector pueda parecerle algo atípica. Hasta que, estimulado por los golpes divertidos, desopilantes, del relato, la acepte sin problemas como tal. Y no ya porque cumple con todos los rasgos que caracterizan al género, sino porque la aparente dispersión inicial propia de una narración colectiva termina por configurarse en un todo estructurado y coherente.
Si bien el tipo de comicidad no es aquí la que predomina en las obras de Luis Goytisolo, sí lo es algo que despunta en muchas de ellas: un humor que no es el que procede de la observación irónica de la realidad narrada sino del estallido hilarante de lo absurdo. Experimentados hombres de negocios y jóvenes emprendedores, adolescentes de ambos sexos sumidos en su dependencia del móvil y en sus escabrosas fantasías, paseantes solitarios atentos a la realidad que los rodea, selectas dinastías familiares de clase alta y solitarios automovilistas que descargan sobre el tráfico urbano el mal humor que impregna su vida cotidiana: todo de una actualidad que, con diversas variantes, viene siéndolo desde siempre.
Como bien apuntó Mario Vargas Llosa en relación con un texto de similares rasgos: «El autor se divierte y nos divierte y, sin embargo, al final de la carcajada, en los pliegues de la sonrisa, descubrimos de pronto un desagradable sabor, algo viscoso e inesperado, sin duda: ¿quién se está riendo de quién, de quién nos estamos riendo, hay motivos para reírse?» Una novela coral y virtuosa, que, impulsada por un ritmo sin tregua, traza un mapa urbano y dibuja una geografía de sentimientos, carencias, incertidumbres, ambiciones; una pieza cuyo sutil engranaje muestra, una vez más, el portentoso dominio narrativo de un Luis Goytisolo que deslumbra.
«El narrador que estableció las coordenadas de una radical concepción del género, en la que encajan con naturalidad muchas de las más incitantes y venturosas tendencias en que éste se ha desarrollado en las tres últimas décadas» (Ignacio Echevarría).
«Construye su obra narrativa con una tenacidad tan inteligente como implacable. Una de las muestras más palpables de la madurez a la que ha llegado la generación a la que pertenece. Él y su obra se han convertido, por razones que convergen en el interés indiscutible de su escritura, en uno de los puntos clave de la narrativa española de hoy» (Luis Suñén).
«Sin duda uno de los mayores novelistas europeos de la segunda mitad del siglo XX. Escritor de culto» (Carme Riera).
«Luis Goytisolo se sitúa en el linaje de los alegóricos, desde Dante, Calderón y Gracián hasta James Joyce; pero en buena parte también converge con los rebeldes a todo diseño que no sea el musical (Proust y Faulkner, Beckett o Juan Benet)» (Gonzalo Sobejano).
«Una personalidad novelística original y cosmopolita, intelectualmente rica» (Darío Villanueva).
«Se habla de Goytisolo para el premio Nobel de Literatura en el entorno de la Academia sueca. No me extraña… Estamos ante un caso de imperiosa vocación literaria, ante un novelista de excepción» (Luis María Anson).
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UN SUSTO. Como suele suceder, pasó lo que pasó por un cúmulo de circunstancias. Esa propensión mía a ser demasiado amable, a pasarme. Pero es que no lo puedo evitar: fui educado así. Y es que como el enviado de mi socio de Liechtenstein venía tan sólo por unas horas -lo que se dice visto y no visto-, me pareció que lo correcto era que el chófer le fuese a esperar al aeropuerto y se encargara de llevarle también al irse. Despachamos las cuestiones pendientes antes de lo previsto, y como no me parecía educado dejarle sin más en la calle, me lo llevé a cenar aunque para mí fuese algo temprano; así, por otra parte, iba a poder sondearle sobre cuestiones de carácter más general. Al acabar, mandé un mensaje a Matías, que pasó a recogerle de inmediato. Y yo tomé un taxi, algo no siempre sencillo a esas horas. Además -otra vez la buena educación- cedí el primero que pasó a una señora de aspecto antiguo. El que pillé momentos más tarde en la misma esquina lo conducía un tipo más bien bronco, malencarado. Bien: pues al detenerse delante de casa, y mientras yo pagaba y pedía el recibo, suena el móvil y la llamada resulta ser, precisamente, de mi socio de Liechtenstein, que quería saber qué tal había ido todo, supongo que más que nada para tantearme respecto a la profesionalidad de su enviado. Y claro, la conversación, el cambio, el recibo del taxista, total que sólo cuando me bajo me doy cuenta de que la cartera se ha quedado en el asiento del taxi, perdido ya en la riada del tráfico. Pensé que me iba a dar algo: la cartera, sí, nada menos que la cartera. Y no por el dinero que pudiese llevar, ni siquiera por la documentación personal, no, sino por las tarjetas de crédito, con las que un experto te vacía las cuentas en un pispás. El peligro venía no tanto del taxista, que a lo mejor ni se había enterado, cuanto del primer cliente, del tipo de persona que fuera. ¿Lo bastante honrado como para depositarla en una oficina de objetos perdidos? En cualquier caso había que actuar rápido.