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Reconocer la fatiga

Por 25 de septiembre de 2021 Sin comentarios

Una camarera de piso o 'kelly', trabajando en un establecimiento de Sevilla.  PACO PUENTES

Marta Rebón

Se ha normalizado que autónomos y asalariados, muchos de ellos trabajadores precarios, estén atrapados en una maratón de velocidad sin opción de parar

El vencejo común —nombrado ave del año por la entidad conservacionista SEO/BirdLife— se marcha de nuestros pueblos y ciudades rumbo a África, hacia las zonas de invernada. Este pájaro, que come y duerme en el aire, vuela sin posarse hasta diez meses. El suyo es un caso de adaptación extrema, por lo que, si tuviera equivalente humano, sería el espécimen perfecto para las aspiraciones productivas contemporáneas. La fatiga —de fatigare, “hacer agrietar”— es un mecanismo que alerta de que nos acercamos a un límite, físico o mental, más allá del cual las capacidades menguan drásticamente. En el “capitalismo flexible” (recuérdese La corrosión del carácter, de Richard Sennett) se nos pide, como fines en sí, justo eso: flexibilidad, adaptación permanente. Que cuando azote el vendaval seamos como el junco de La Fontaine que, aunque se doblega, nunca se quiebra (como sí el roble). No obstante, digan lo que digan quienes recitan el mantra de que en la vida todo es proponérselo, no somos juncos. Precariedad y pensamiento positivo es una mezcla venenosa. No estamos hechos para un vuelo prolongado sin paradas. Podemos rompernos, y a la grieta le siguen el trabajo mal ejecutado, el accidente, el desplome.

Agosto toca a su fin, y ni siquiera el verano habrá podido barrer la capa de cansancio que, como el polvo en una casa abandonada, lo cubre casi todo. La fatiga crónica, agravada por la pandemia, campa en hospitales, oficinas, aulas. Incluso hay deportistas de élite que, por no poder más, se apean de la competición. Tan importante es reconocer que uno ha excedido su capacidad de resistencia como que en el ámbito laboral no le exijan lo imposible. Un estudio reciente de la OMS asocia trabajar más de 55 horas semanales con la muerte de 745.000 personas al año. El síndrome del trabajador quemado invita a pensar en esa metáfora que utilizó Graham Greene en su novela A Burnt-out Case para comparar la quemazón existencial del protagonista —un arquitecto exitoso llegado a una aldea del Congo— con los estragos físicos de los leprosos que han pasado ya por la mutilación. Se ha normalizado que autónomos y asalariados, muchos de ellos trabajadores precarios, estén atrapados en una maratón a velocidad de sprint, sin opción de parar. Recuerde: si ve a alguien en el agua agitando la mano (como en el poema de Stevie Smith), no piense que le saluda. Quizá pida auxilio porque se ahoga.

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Marta Rebón

Marta Rebón (Barcelona, 1976), se licenció en Humanidades y Filología Eslava. Amplió sus estudios en universidades de Cagliari, Varsovia, San Petersburgo y Bruselas, cursó un postgrado en Traducción Literaria en Barcelona y un Máster en Humanidades: arte, literatura y cultura contemporáneas. Tras una breve incursión en agencias literarias se dedicó a la traducción y a la crítica literarias. Ha traducido una cincuentena de títulos, entre los que figuran novelas, ensayos, memorias y obras de teatro. Entre sus traducciones destacan El doctor Zhivago, de Borís Pasternak; El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov; Cartas a Véra, de Vladimir Nabokov; Gente, años, vida, de Iliá Ehrenburg; Confesión, de Lev Tolstói o Las almas muertas, de Nikolái Gógol, así como varias obras al catalán de Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015. Actualmente es colaboradora de La Vanguardia y El Mundo. Sus intereses de investigación incluyen el mito literario de varias ciudades y la literatura rusa del siglo XX. Fue galardonada con el premio a la mejor traducción, otorgado por la Fundación Borís Yeltsin y el Instituto Pushkin, por Vida y destino, de Vasili Grossman, escogido el mejor libro del año en 2007 por los críticos de El País. Ha expuesto obra fotográfica en Moscú, La Habana, Barcelona, Granada y Tánger en colaboración con Ferran Mateo, quien también participa en sus proyectos editoriales. Ha publicado En la ciudad líquida (Caballo de Troya, 2017) y El complejo de Caín (Destino 2022). Copyright: Outumuro

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