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Orwell y 2024

Por 17 de junio de 2022 Sin comentarios

Vernon Richards Estate / University College London Library

Marta Rebón

 

En el último tramo de su vida George Orwell se refugió en una casa remota en una isla escocesa para escribir 1984, aun con la certeza de que todo libro es un fracaso. A lo sumo, uno puede aspirar a saber qué tipo de obra quiere escribir; el resto es imprevisible. Su traductor al ruso, Víktor Golishev, dice que mientras traducía esa novela “sentía que la enfermedad devoraba a Orwell” y que, por eso, “es una obra sobre la desintegración de la existencia”. El novelista y ensayista británico venía de publicar Rebe­lión en la granja, después de que varias editoriales la hubieran rechazado por encontrarla demasiado crítica con los soviéticos. Al fin y al cabo, eran aliados, y nadie quería importunar a Stalin ni a la opinión pública de izquierdas, que miraba para otro lado, a diferencia de Orwell. Este aseguraba que la debilidad de la izquierda fue “querer ser antifascista sin ser antitotalitaria”. Recién enviudado y consciente del deterioro de su salud, se resistía a morir mientras le quedaran libros por escribir. Su lúgubre distopía, la más popular del género, fue a la vez una brújula para tiempos oscuros y su último gesto de fraternidad. No es que 1984 describa la sociedad futura, pero sí algo parecido. Un dato: dos años después de que nos sacudiera la pandemia, la democracia en el mundo tiende a la baja. Sobre por qué hay que leer hoy a Orwell hablamos en el CCCB este pasado lunes con el escritor Andréi Kureichik, que nos trajo a Barcelona testimonios de represaliados en Voces de la nueva Belarús, de la que se ofreció una muestra en una lectura dramatizada. Estuvimos de acuerdo en que la libertad es más frágil de lo que parece, que no puede darse por descontada ni siquiera en una democracia y que la destrucción de la veracidad mediante la propaganda es la antesala de la dominación. Precisamente hace unas semanas el régimen de Lukashenko decidió prohibir la venta de 1984 . Al mismo tiempo, la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de la Federación de Rusia, Maria Zajárova, declaró en rueda de prensa que la obra de Orwell era en realidad una crítica a Occidente: “Sois vosotros quienes vivís en un mundo de fantasía”.

Si algo ha puesto en claro la larga dictadura de Lukashenko o la guerra contra Ucrania es la importancia de la prensa libre e independiente, y que hay varias formas de neutralizarla. 1) Como Trump: desacreditar a toda la que no aplauda en bloque, sembrar la duda en todo, negar los hechos. (Por algo se dispararon las ventas de 1984 en Estados Unidos en el 2019). 2) Como Putin: además de lo anterior, un círculo próximo se adueña de todos los canales privados, mientras que él controla los públicos y persigue a los independientes. 3) Como Orbán, un “depredador de la libertad de expresión” para Reporteros sin Fronteras, un híbrido de los dos anteriores. En la pasada convención de partidos conservadores celebrada en mayo bajo el lema “Dios, patria, familia”, el presidente húngaro desgranó el éxito de su partido en doce puntos. Entre ellos figuraba el de tener medios de comunicación propios.

Esta semana descubrí que la primera traducción de Rebelión en la granja, pocos meses después de su aparición, la publicó en Alemania un grupo de refugiados ucranianos. El joven traductor, Ihor Shevchenko, le pidió antes permiso por carta a Orwell: “Muchos de los refugiados son gente humilde que se opone a Stalin y a la explotación nacionalista rusa del pueblo ucraniano”. Emocionado por saberse leído entre esos expatriados, cedió los derechos y les escribió, además, el único prólogo firmado por él, un texto cargado de sencillez y empatía. “Siempre nos había desconcertado –le dijo Shevchenko– la ingenuidad de Occidente respecto a la Unión Soviética. Nos preguntábamos si alguien sabía la verdad. Su libro fue la respuesta”.

En Las rosas de Orwell Rebecca Solnit subraya el interés del británico por las plantas. La fuerza intelectual la obtenía de lo concreto y lo tangible, de hundir las manos en la tierra y plantar semillas para que algo vivo nos trascienda. “Nuestra tarea es hacer que la vida en este planeta, que es lo único que tenemos, valga la pena ser vivida”, decía Orwell como dando una formulación del socialismo en el que creía. En Budapest, Orbán ha marcado el 2024 en el calendario con un círculo rojo: elecciones al Parlamento Europeo y a la Casa Blanca.

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Marta Rebón

Marta Rebón (Barcelona, 1976), se licenció en Humanidades y Filología Eslava. Amplió sus estudios en universidades de Cagliari, Varsovia, San Petersburgo y Bruselas, cursó un postgrado en Traducción Literaria en Barcelona y un Máster en Humanidades: arte, literatura y cultura contemporáneas. Tras una breve incursión en agencias literarias se dedicó a la traducción y a la crítica literarias. Ha traducido una cincuentena de títulos, entre los que figuran novelas, ensayos, memorias y obras de teatro. Entre sus traducciones destacan El doctor Zhivago, de Borís Pasternak; El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov; Cartas a Véra, de Vladimir Nabokov; Gente, años, vida, de Iliá Ehrenburg; Confesión, de Lev Tolstói o Las almas muertas, de Nikolái Gógol, así como varias obras al catalán de Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015. Actualmente es colaboradora de La Vanguardia y El Mundo. Sus intereses de investigación incluyen el mito literario de varias ciudades y la literatura rusa del siglo XX. Fue galardonada con el premio a la mejor traducción, otorgado por la Fundación Borís Yeltsin y el Instituto Pushkin, por Vida y destino, de Vasili Grossman, escogido el mejor libro del año en 2007 por los críticos de El País. Ha expuesto obra fotográfica en Moscú, La Habana, Barcelona, Granada y Tánger en colaboración con Ferran Mateo, quien también participa en sus proyectos editoriales. Ha publicado En la ciudad líquida (Caballo de Troya, 2017) y El complejo de Caín (Destino 2022). Copyright: Outumuro

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