
'Donantes de sueño' de Karen Russell. Ed. Sexto Piso
Marta Rebón
¿Qué pasaría si nadie pudiese dormir? Esta distopía de Karen Russell teoriza sobre esta inquietante epidemia
Una de las características de las obras distópicas es el uso de mayúsculas para designar una nueva realidad. Karen Russell (Miami, 1980) hace lo propio en Donantes de sueño, cuando imagina una epidemia de insomnio en Estados Unidos que acabará por convertirse en pandemia cuando se detecten casos en China.
Así tenemos las «Campañas del Sueño», con que se captan donantes del bien más preciado y las «Brigadas Duermevela», que al volante de los «Furgones de Sueño» son quienes se ocupan de la extracción. También van en mayúscula los antros a los que acuden los insomnes, «Mundos Nocturnos», donde consumir productos del mercado negro para mantenerse en vilo por miedo a las pesadillas o las «Zonas Solares», núcleos urbanos con enormes tasas de insomnio.
No se sabe el origen de este déficit de fase REM, pero intuimos que es la evolución lógica de un malestar global de sobra estudiado: dormimos menos y peor, el consumo de somníferos se ha disparado y la sobreexposición a la luz azul de las pantallas ha hecho mella en el descanso de los adolescentes. La autora imagina el momento en que todo esto se va de las manos. Un sueño poco reparador sostenido en el tiempo acelera el deterioro cognitivo. Recordemos: la «peste de insomnio» que se sufre en Macondo tiene «una inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido».
Aquí la anemia onírica extrema es mortal, de modo que todas las esperanzas se depositan en que los laboratorios consigan sintetizar sueño. Entretanto, las Brigadas lo extraen de quienes aún tienen un dormir placentero, sin pesadillas, para hacer transfusiones a los insomnes crónicos u «orexines». Una distopía no sería tal sin neologismos.
En novelas como esta todo se juega a que la tesis inicial encuentre su coherencia interna, que los retos de un mundo sin X o con exceso de Y provoque una cascada de reflexiones sobre su presente al lector. Al fin y al cabo -y como se vio en la pandemia-, todo gira en torno a la solidaridad y la corrupción, a la resistencia y los valores, al miedo irracional y las teorías conspirativas.
Todo está aquí, explicado en primera persona por una «Captadora» cuyo gran éxito ha sido encontrar a un donante universal, la «Bebé A». Como no hay distopía sin historia personal que funcione, Dora, la protagonista, es una «hemofílica de la pena». Su hermana murió de insomnio terminal y eso la convirtió en una Captadora entregada a la causa que explota su tristeza para convencer a nuevos donantes, algo que le pasará factura psicológica.
Russell es hábil haciendo encajar todas las fichas de un futuro que se antoja posible. No sobrecarga el texto con jerga científica ni ahonda en la interesante historia cultural del dormir. El resultado es correcto, pero no contagia la pesadilla de las noches en blanco.