Marcelo Figueras
En cuestión de horas se dirimirá (o comenzará a dirimirse, en caso de ser necesaria una segunda vuelta) la identidad del próximo Presidente de los argentinos. Para todos aquellos que padecimos la dictadura en carne propia, el hecho de votar será siempre un gozo. Tengo demasiado presente el recuerdo de la opresión, de la violencia, de la persecución, como para ejercer mi derecho de elegir a la ligera. Ayer vi un anuncio del canal Rock & Pop TV que me causó mucha gracia. Un hombre sale del lugar del comicio y se cruza con otro que le pregunta a quién votó. El tipo dice que todos los candidatos le deban igual, que metió dentro del sobre la primera boleta que encontró. Entonces aparece un señor vestido a la usanza del siglo XIX y aspecto de prócer, y voltea al sujeto de una patada voladora. No recuerdo el slogan de memoria, pero apuntaba a que mucha gente puso lo mejor de sí para que este país salga adelante: no es justo, pues, que los irresponsables lo rifen al primer postor. Ojalá hubiese muchos más próceres en condiciones de aplicar patadas voladoras. Si hay algo que sobra en este país no son vacas, sino irresponsables.
Estas elecciones tienen peculiaridades que las diferencian de las realizadas en los 80 en adelante. En primer lugar, de todos los candidatos tan solo uno está en condiciones ciertas de gobernar. El resto, representantes de una oposición atomizada e impotente, presenta lo que son en esencia candidaturas testimoniales: ninguno de ellos duraría mucho tiempo en el gobierno, huérfanos de una estructura política que los sustente a lo largo y a lo ancho del país. Después de que el Partido Radical (UCR) se inmolase a lo bonzo durante la presidencia De La Rúa -que dicho sea de paso acaba de ser imputado por los crímenes de la represión que autorizó antes de caer-, la Argentina se convirtió en un país de partido único. Aquí no existe otra realidad que la del peronismo, que además perdió toda impronta ideológica en los últimos años, convirtiéndose en una estructura hueca, un mecanismo de poder al servicio de quien lo asalte con éxito -lo que va de Menem a Kirchner. La Argentina no saldrá definitivamente del marasmo hasta que reconstruya un sistema político con al menos dos fuerzas operantes y representativas. Sin oposición republicana -y conste que no dije miserable ni corrupta ni salvaje como la que tenemos, sino republicana en el nivel de un Lisandro de la Torre o de un Alfredo Palacios-, no se consolidará nunca una verdadera democracia.
Yo voy a votar a Cristina Fernández de Kirchner porque ninguna de las alternativas es sustentable ni superadora en el nivel de las ideas. Se podrá alegar que la administración Kirchner tuvo fallas, pero yo no pierdo perspectiva de la diferencia entre estas fallas del presente y el desastre producido por sus antecesores, de Alfonsín a Duhalde con obvias -y lamentabilísimas- escalas en Menem y Fernando de la Rúa. Todos estos hombres asumieron con aprobación popular y salieron por la puerta de atrás, dejando un país en llamas. En cambio Kirchner lo agarró postrado y lo entregará de pie. En el interín reformó la Corte Suprema concediéndole independencia verdadera, revivió la política de derechos humanos, estabilizó la economía y la puso en el umbral de la competitividad internacional. Nos quitó de encima la presión del FMI, convirtió en hechos la integración latinoamericana, bajó la desocupación, otorgó aumentos de sueldos y soportó a pie firme presiones internacionales y de poderes internos que querían manejar el mercado a su antojo. (Todavía lo recuerdo dando la cara y pidiéndole a la gente que boicotease a la Shell. Todos los demás se habrían prendido fuego con gasolina antes de contrariar a una multinacional.) Y algo que para mí no es para nada menor: no reprimió nunca las protestas populares.
Que haya muchas cosas por mejorar no significa que yo quiera arriesgarme a bajar de este nivel de logros mínimos e irrenunciables. Y eso es lo único que me ofrecen los candidatos de la oposición: el peligro de una nueva debacle.
Viviendo en una ciudad ombliguista como Buenos Aires, no pierdo la noción de que existe mucha gente con problemas de Atención Deficiente y Memoria de Corto Plazo. Gente que no está dispuesta a ceder nada en beneficio de otros y que demanda estándares de vida dignos de París. Gente selecta a la que la mayoría de la gente -lo que en otros tiempos se llamaba ‘pueblo’- le produce urticaria y por eso vota a un millonario de ojos claros, de fortuna heredada, para conducir los destinos de la ciudad. (Dicho sea de paso, este Macri designó a un empresario sin experiencia de gestión pública como Secretario de Cultura y terminó echándolo antes de asumir. No es su primer papelón, y a este paso no será el último.)
Lo que quiero decir es que amo a este país y su destino me concierne y preocupa. Y como estamos en democracia y todo el mundo vota libremente, rezo para que no sobreabunden los Merecedores de Patadas Voladoras. Ojalá nos salga una bien -para variar.