Marcelo Figueras
‘Yo no soy una pensadora utópica’, dice Naomi Klein en el artículo del New Yorker del que hablaba ayer. ‘No imagino mi sociedad ideal. Ni siquiera me gusta leer esa clase de libros. Me siento más a gusto escribiendo sobre cosas que existen’. Y aun así recuerda con cariño una experiencia que los argentinos ya casi hemos relegado al olvido: aquellos meses de crisis económica y política durante los que filmó aquí en Buenos Aires el documental The Take / La toma con su marido, Avi Lewis. ‘Ese momento fue increíble’, dice Klein, ‘porque se había abierto un vacío. Los argentinos habían echado cuatro presidentes en dos semanas, y no tenían la menor idea de qué hacer. Todas las instituciones estaban en crisis. Los políticos estaban escondidos en sus casas. Cuando salían, las amas de casa los atacaban con escobas. Y caminando por Buenos Aires por las noches, se veían reuniones en cada esquina. En cada plaza había gente conversando sobre qué hacer con la deuda externa -lo juro por Dios. Grupos de cien, de quinientas personas. Organizándose para hacer compras en conjunto y conseguir precios más baratos… Fue la cosa más inspiradora que nunca vi’.
Puedo entender perfectamente la desconfianza de Klein hacia las ideologías primero y los políticos después. Y el hecho de que haya vivido una verdadera utopía, aunque fugaz, en la Argentina, no deja de producirme algo parecido a satisfacción -estoy acostumbrado a que mi país sólo inspire cosas negativas. Pero me temo que, por más justificada que parezca, la desconfianza hacia los partidos y hacia los políticos termina siendo funcional al estado de cosas. Porque por más inspirador que sea un vacío como el de entonces, con tanta gente intentando tomar su destino en sus propias manos, hace falta organización para cimentar cualquier beneficio real y convertirlo en derecho cotidiano. Sin organización -partidaria o no, cualquier agrupación que opere sobre la vida social es en esencia política-, no habrá nunca cambio duradero.
Por supuesto que necesitamos pensadores y organizaciones independientes. Pero ante todo necesitamos una respuesta política. Para lo cual deberíamos reivindicar la práctica política como algo muy distinto del coto de los mercaderes y de los corruptos.
Y eso, al menos en mi país, está muy pero muy lejos de hacerse realidad.