Marcelo Figueras
Desalentaría la noción de que los sueños de los artistas difieren de aquellos que visitan al común de los mortales cada noche. Entiendo que resulte lógico conjeturar que un profesional de la imaginación debería soñar sueños más creativos, o más desaforados que los del promedio. Pero en esto el viejo Sigmund es muy claro: el sueño es un acto psíquico impulsado por un deseo, y los deseos de los escritores son idénticos a los del resto de los humanos. Aunque siempre subsista la posibilidad de una vuelta de tuerca.
Anoche soñé un sueño cuya estructura me es recurrente. En esencia es el viejo y popular sueño del niño o adolescente que llega a la escuela para descubrir que lo espera un examen del que no sabía nada, o que olvidó oportunamente: una efectiva invitación a la angustia, sólo que en este caso, adaptada a mi mundo de adulto.
Como viene ocurriéndome en los últimos meses, sueño que estoy trabajando en el mismo diario donde trabajé durante los años agónicos del ya difunto siglo XX. De inmediato siento malestar, porque descubro que sigo allí aun cuando no quiero estarlo: mi deseo de dedicarme por completo a la escritura de ficciones es fortísimo aun en pleno pasaje onírico. El relato suele adquirir entonces el tono de una pesadilla amable, me encuentro atrapado por una red de la que ya creía haberme liberado pero que se cuela en mis sueños para reclamarme como su víctima. A veces aparecen viejos colegas, ante los que trato de disimular que he olvidado que trabajaba allí, y por ende descuidado mis tareas. Pero el sueño de anoche tuvo un twist que me causó mucha gracia.
Apenas llego a la redacción, alguien me ofrece el tubo de un teléfono. Atiendo. La voz del otro lado me dice, lacónica: “Roth”. En ese instante recuerdo que me habían asignado una entrevista con el escritor Philip Roth (el de El lamento de Portnoy y La mancha humana), de la que me había olvidado por completo. Sintiéndome indigno, al recibir el llamado de un gran escritor sin haber siquiera pensado algunas preguntas para hacerle, no atino más que a cortar. ¡Le corto la comunicación a Philip Roth! Y así acaba el sueño, ahorrándome la indignidad de lo que hubiese sido un justo despido.
¿Significa el sueño que siento culpa ante Philip Roth porque nunca terminé de leer American Pastoral? ¿Significa el sueño que deseo comunicarme con mi amiga Cecilia Roth? El sueño es tan modesto que ni siquiera da pie a excesivas especulaciones.
Si los artistas nos diferenciamos en algo, es en todo caso por nuestra propensión a soñar despiertos. Son esos sueños los que marcan la diferencia.