Marcelo Figueras
En uno de sus comentarios al blog de ayer, Ana María Berasategui admitía que las figuritas que el cine y la literatura nos proveen son lindas, pero agregaba –esto es indiscutible- que es importante saber seleccionar entre ellas. Eso me trajo a la memoria la discusión sobre los críticos que tuvo lugar tiempo atrás: una función que deberían cumplir sí o sí es la de orientarnos con su brújula en la abigarrada selva de la cultura. El problema es que muchas veces nos hacen pasar de largo frente a tesoros escondidos. Y que en otras ocasiones nos llevan hacia las arenas movedizas, las trampas y los abismos.
El sábado pasado fui a ver El niño (L’Enfant), la última película de los hermanos Dardenne; Palma de Oro del festival de Cannes, para más datos. Nunca había visto una película de estos directores, pero llevo años leyendo maravillas de su arte. Algunas de las críticas afirmaban que El niño era su obra mejor. Yo tenía claro que a pesar de no tratarse de la clase de cine que más me conmueve (realismo sucio, ascetismo bressoniano: eso decían los artículos), estos hombres debían ser maestros en su estilo: ¡nadie puede obtener tantas loas y tantos premios sin fundamento!
El niño me dejó frío. Es una película seca, en efecto, que cuenta la historia de un muchacho marginal que vende al hijo que acaba de tener con una chica tan perdida como él. ¿Es aburrida? No. Pero no cuenta nada que otros –desde el ya mentado Bresson hasta el argentino Leonardo Favio- no hayan contado ya mil veces, y mucho mejor. La redención del final me pareció forzada, el llanto del muchacho me resultó inverosímil. Y no encontré nada de cine en El niño. Al verla recordé lo que alguna vez me dijo el Indio Solari, cantante de Los Redonditos de Ricota y hoy solista, en el transcurso de una cena. Hablando de las ensaladas verdes, comentó: “Eso es igual a comer pasto. A mí me gustan las cosas que requieren de una mínima artesanía, en las que se nota la mano del hombre y sobre las que obra la cultura adquirida”. Para mí, El niño fue igual a comer pasto. No encontré artesanía ni ingenio. La mejor película del Festival de Cannes no tiene siquiera una secuencia memorable, ni desde lo cinematográfico ni desde lo humano.
No pretendo juzgar la obra entera de los Dardenne, que como ya dije no conozco. Tampoco digo que El niño es una mala película. Pero sí digo que me parece mediocre, o si se prefiere, convencional, y por ende inmerecedora de premios importantes y de artículos laudatorios. ¡Si esa película la hubiese hecho yo tal cual, los críticos me habrían comido vivo! (Salvo aquellos que suelen considerar la falta de imaginación y de ambición como un hecho positivo. Que hay muchos, créanme, por lo menos aquí en la Argentina.)
¿No les cansa a ustedes la existencia de tanto bluff en el arte, de tanto artista y tanta obra que debemos alabar para no quedar descolocados ante la jauría bienpensante? El niño que sigue viviendo en mí suele meterme en problemas, pero a veces me ayuda a percibir que el emperador está desnudo.