Marcelo Figueras
La idea cruzó por mi mente como un rayo, en un ramalazo de pánico. Había intentado frotar la lámpara en vano varias veces sin que el genio apareciese. No había caso: la conexión a internet funcionaba perfectamente -pero no podía acceder a Google.
Me pregunté qué sería de mí si Google colapsaba. ¿Cómo haría para buscar información a toda velocidad, para recordar fechas, para chequear la correcta grafía de los nombres? Tuve que hacer un esfuerzo para tranquilizarme. Me dije que yo era hijo de una cultura libresca, que había crecido consultando volúmenes polvorientos, que era dueño de una memoria nada desdeñable -poco seria respecto de las fechas, pero confiable en lo que hace a datos, historias y grafías. En el peor de los casos volvería a las viejas y buenas prácticas. Pero me alarmó descubrir hasta qué punto me había vuelto adicto a Google, al high que proporciona tener acceso inmediato a millones de informaciones.
¿En qué nos convertiremos mañana, nosotros los Google-dependientes? Más aun: ¿qué será de las nuevas generaciones, que nunca han debido sumergirse en una enciclopedia de papel en busca del dato esquivo? ¿Qué les ocurrirá el día que se apague la luz, cuando el truco de decir la palabra mágica y conjurar la verdad ya no funcione? ¿Es posible dar con algún modo de capitalizar las ventajas de la tecnología sin que nos volvamos más frágiles, más débiles?
El futuro va a ser una temporada de lo más interesante.