
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Ayer se cumplieron treinta y tres años del inicio de la dictadura militar en la Argentina. Cifra de enorme peso simbólico: el tiempo que Jesús pasó en la Tierra de acuerdo con la tradición, al término del cual habría sido muerto para después resucitar.
Tengo la mala costumbre de hacer zapping entre los noticieros locales a la hora de almorzar. Vi que todos le dedicaban un momento al recuerdo inescapable para después abocarse al maná del que hoy viven: el (eterno) conflicto liderado por la patronal del campo, la inseguridad en la que (eso dicen a toda hora, así que debería ser cierto) vivimos todos los argentinos.
El canal que se llama así mismo América dedicó un larguísimo tramo de su informativo a la entrevista con una mujer llamada Claudia. ¿La razón de ese extraño privilegio? Ser la madre de unos mellizos menores de edad (sus nombres y apellidos no se divulgan por cuestiones legales), que están hoy detenidos en institutos por delitos reiterados. La peculiaridad genética ha hecho mucho por distinguirlos ante la opinión pública, que los conoce aunque más no sea de mentas aun cuando desconoce a delincuentes más peligrosos de la misma edad: es que los medios hablan de ellos todo el tiempo como ‘los Mellizos que aterrorizan al barrio’ de Berisso.
Esta mujer, tan humilde (trabaja de empleada doméstica) como bien educada, tiene además otro hijo mayor –lo cual es un decir, por cuanto apenas cumplió diecisiete- que también está detenido. La historia que refirió ante cámaras no es nada excepcional en estos tiempos: padre ausente, madre que se emplea fuera de casa todo el día, chicos que debieron trabajar de pequeños hasta que advirtieron que las labores a que podían aspirar, por duras que fuesen, no garantizaban futuro alguno a gente de su condición. Y cuando no hay futuro, atontarse con la sustancia más ubicua y vivir a mil kilómetros por hora aunque sea por poco tiempo es lo más parecido a una salida glamorosa para miles de chicos.
Lo que me extrañó fue que, dado que se trataba de una fecha de tal peso, nadie conectase los puntos que sugerían una línea recta de modo tan evidente. La dictadura, el conflicto con los empresarios del campo y las madres que piden por favor que mantengan presos a sus hijos (esta mujer, Claudia, lo expresaba con claridad: ‘No están en condiciones de vivir en sociedad’), no son hechos independientes. Muy por el contrario, indican una causalidad de hierro. La Argentina de hoy, este país donde los empresarios defienden de modo violento y extorsivo su derecho a las rentas extraordinarias, donde las estrellas de TV piden a las autoridades que maten a alguien para sentirse más seguras, donde los pibes se enceguecen con la droga hasta el punto de amenazar a sus madres, es una consecuencia directa de la experiencia de la dictadura –de cómo se llegó a ella, de cómo se vivió bajo su imperio y de cómo se salió de su yugo.
Una enorme franja de la sociedad argentina fue cómplice por omisión en 1976, cómplice por comisión de allí en adelante y testigo mudo del derrumbe del régimen en el 83. Los militares se dispararon en los pies, cayendo por su propia torpeza; en cuestión de meses la democracia se nos vino encima, sin que la hubiésemos conseguido por mérito propio. (Lo cual no desmerece la lucha constante de pequeños sectores, a los cuales deberíamos seguir presentándoles el debido respeto.) Del 83 en adelante, la Argentina deja de ser el Infierno para convertirse en el Purgatorio. Su historia puede ser leida a partir de entonces como una serie de pecados pendientes de expiación: levantamientos militares, Obediencia Debida, Punto Final, crisis económica, Menem, Cavallo, De la Rúa, corralito, muertos en la represión, Duhalde, los asesinatos de Kosteki y Santillán…
Sin duda es justo que no haya resurrección cumplidos estos treinta y tres años. No hemos hecho lo necesario; ni siquiera hemos hecho lo suficiente. Hay más gente hoy clavada en la cruz de la miseria de la que había entonces. Mucha más. (Insisto: por lo que desde aquel entonces no ha dejado de ocurrir, la difusión masiva de la pedagogía del yo-me-quiero-salvar-y-el-resto-que-reviente.) Quién sabe, tal vez cuando se cumplan los treinta y tres de la democracia en el 2016 hayamos aprendido algo.
Se ve más que difícil, desde el hoy. Pero tengo fe. Contra toda esperanza.