
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Me encuentro en un extraño estado de equilibrio entre alegría y tristeza después de haber terminado Raise High the Roof Beam, Carpenters y Seymour, an Introduction, los dos relatos que me faltaban para concluir la inconclusa saga de la familia Glass. Había empezado el asunto –como todos, supongo- leyendo A Perfect Day for Bananafish, entrada dramática si las hay, en tanto concierne al suicidio del mayor de los hermanos Glass, el inefable Seymour. De allí en más fui leyendo los otros relatos de Nine Stories y Franny and Zooey. Y ahora este volumen con las dos nouvelles atribuidas a Buddy, segundo en orden de nacimiento y presunto autor (Salinger lo sugiere en Seymour) de The Catcher in the Rye.
Los Glass son una familia neoyorquina de ascendencia mixta: mitad judía (como Les, su padre) y mitad irlandesa (como Bess, su madre). Compuesta por siete hermanos (Seymour, Buddy, Boo Boo, Walt, Waker, Zooey, Franny) que se han hecho famosos por su participación en un programa radial de preguntas y respuestas llamado –sin ninguna ingenuidad- It’s a Wise Child, los Glass epitomizan el espíritu disfuncional y a la vez excéntrico de tantas familias americanas que han sido creadas de allí en más: no habría The Royal Tenenbaums sin los Glass (de hecho el marido de Boo Boo se llama Tannenbaum), no habría Six Feet Under sin los Glass, no habría Weeds sin los Glass.
No sé a ustedes, pero a mí me seducen más las historias protagonizadas por los Glass que The Catcher on the Rye. Lo que de alguna manera significa decir que me gusta Buddy como escritor sólo cuando escribe sobre su propia familia.
Imagino que si a Mark David Chapman le hubiese pasado lo mismo, hoy Lennon seguiría vivito y coleando.
(Continuará.)