Marcelo Figueras
Además de los desafíos físicos que entraña de manera inevitable, mudarse supone un tipo de remezón todavía más profundo. Obligados por la necesidad de llenar cajas y canastos, nos vemos interpelados por los variadísimos documentos que nuestras historias produjeron al andar, en lo que constituye una prueba que sólo los insensibles atraviesan sin sufrir mella. ¿Y qué decir cuando uno se muda a la casa en la que pasó los primeros veinticinco años de su vida? En ese caso –mi caso, sin ir más lejos-, lo que uno trae consigo se empequeñece al lado de aquello con lo que se encuentra. Ah, cuántos fantasmas… El castillo de Elsinore no es nada al lado de la casa del barrio de Flores. Lejos de dar abrigo a un solitario que clama por venganza, el sitio desde el que ahora escribo se parece más bien a una convención de espectros –que, por suerte, reclaman de mí algo muy distinto.
A pesar de la proliferación de libros que vino conmigo, cuando tuve que salir para hacer una diligencia me llevé el primer volumen que encontré en la vieja biblioteca de lo que alguna vez fue mi cuarto. Era la primera parte de la autobiografía de una actriz que siempre amé: Lauren Bacall por sí misma. La contratapa tenía pegada una etiqueta que explicaba su origen: el libro (no me pregunten por la segunda parte, que no está a la vista) vino como regalo cuando compré el primer fascículo de una enciclopedia de cine que editó Salvat a mediados de los 80. (Como ven, la cinefilia del que escribe viene de lejos…)
Elegí ese libro porque me interesaba el relato de su relación con Humphrey Bogart, uno de mis actores favoritos de todos los tiempos. Y no me decepcionó. Bacall debutó en cine con To Have and Have Not, como protegida del director Howard Hawks. Y allí se enamoró de Bogart a pesar de la diferencia de edad: ella tenía 19 y él 44, además de estar casado con una mujer difícil, Mayo Berthot, víctima de un alcoholismo que terminó venciéndola.
Los fragmentos de las cartas de Bogart que Bacall reproduce me llenaron de ternura, en tanto espejan –más allá de las distancias- algunos de los sentimientos que me visitaron desde que conocí a mi actual mujer, y en particular al aproximarse el casamiento: “Nena, te quiero enormemente y no deseo hacerte daño nunca, nunca, nunca, ni traerte la menor infelicidad; quiero que tengas la vida más feliz que ningún mortal haya tenido. Hace tanto tiempo, querida mía, que nadie me ha importado tan profundamente, que no sé qué decir ni qué hacer… Nunca creí que pudiera querer a alguien otra vez. Ocurrieron demasiadas cosas en mi vida y tenía miedo de querer de nuevo; no quería amar porque cuando lo haces, duele demasiado… Los últimos años han sido terriblemente duros y estuvieron muy cerca de volverme horriblemente loco… Parece muy extraño que después de cuarenta y cuatro años de rodar por ahí te haya encontrado… cuando yo pensaba que ya no podría sucederme nunca más”.
Hasta ahora, cuando su nombre salía a colación yo decía: Bogart, ¡qué actor! Después de leer este (medio) libro, seguramente diré de aquí en más: Bogart, ¡qué hombre!
Más fantasmas en próximas entregas.